ANNELIESE
Martes, 20 de septiembre
Esta vez acudió a terapia sola. Su padre seguía tan hipnotizado por las caricias de Olga que olvidó por completo a su hija. Eso, a Anneliese le molestaba hasta la coronilla. Ella quería estar en paz, ¿tan difícil sería conseguirlo?
Por lo menos aún tenía a una persona, de su lado. Quizás no se trataba de un amigo o un familiar, pero de algo a nada, lo prefería.
Jacques Guillaume no era ninguno de los dos. Solo su terapeuta que se sentaría a escuchar desahogarse de todo lo que le había ocurrido en la semana.
Estaba en la sala de espera, temblorosa y paniqueada. Intentó respirar y mantenerse tranquila, pero con solo cerrar los ojos, volvía el recuerdo de su padre, golpeándola mientras Olga se burlaba de su dolor. Después, los recuerdos con Fiorella Sargue la atormentaron. Esa chica era una de las cómplices de Olga, algo en su corazón se lo decía, o quizá solo se trataba de una idea provocada por el pánico que sentía al estar junto a las pelirrojas.
Hizo ejercicios de respiración, inhaló y exhaló varias veces hasta que su nombre fue pronunciado y llegó el momento de entrar a ese consultorio.
—Puedes entrar Anna. —La suave voz del terapeuta la relajó.
Con un poco de nerviosismo, ella ingresó al consultorio que le pareció mucho más grande que la última vez. Sentía como si el lugar creciera y ella se encogiera hasta quedar sentada en una silla enorme donde ella una muñeca de 5 cm de alto.
—¿Cómo has estado?
—B-bien —titubeó—, fue una semana interesante, doctor.
Jacques sonrió.
—Me alegra mucho, ¿qué hay de tu padre? ¿Te espera afuera?
La pregunta tocó una fibra sensible en su ser.
Anneliese negó, bajó la mirada y comenzó a jugar con sus dedos.
—Ya veo, ¿quieres hablar sobre eso?
Ella negó sin decir palabra alguna. No tenía ganas de hablar de eso, quería ir por lo que en verdad importaba, la terapia que la ayudaría a sentirse mejor consigo misma.
—¿Qué haremos el día de hoy? —preguntó cambiando el tema de conversación.
Jacques le dedicó una mirada curiosa que podría intimidar a cualquiera, incluso al más valiente. Ella sentía que intentaba encontrar la razón de su sufrimiento con solo una mirada, como si la analizara para descubrir sus secretos más oscuros. Aunque agradeció que al final desistiera de esas intenciones y se limitara a explicarle la técnica que estarían trabajando en esa sesión.
—Las técnicas de exposición tienen un objetivo: afrontar una situación que genera ansiedad —explicó el terapeuta sin usar tecnicismos que pudieran confundir a su paciente—, estas situaciones pueden ser hablar en público, coger el transporte, obsesiones, preocupaciones o incluso acciones compulsivas; todo depende de la persona.
Anne escuchaba con atención, pero no entendía como esa técnica la ayudaría con el tema de los delirios místicos que tenía. Quizá Jacques no le ayudaría bien después de todo.
Se desilusionó por completo, pero prefirió esperar antes de siquiera seguir sacando más conclusiones precipitadas.
—…Nosotros vamos a trabajar con la exposición en imaginación.
—¿Qué es eso?
—Que te ayudaré a afrontar esas situaciones que te generan ansiedad por medio de la imaginación, evocando así los recuerdos de tu experiencia traumática.
—¿Eso no sería algo peligroso?
Jacques negó.
—Iremos avanzando gradualmente, por lo que nos llevará un poco de tiempo conseguirlo. No te voy a pedir que recuerdes lo que olvidaste, sino rememores el entorno y tus respuestas somáticas, emocionales y cognitivas, así como las consecuencias a las que tanto temes. ¿Estás de acuerdo?
«Y aunque no lo estuviera», pensó.
No tenía de otra, sí quería curarse tendría que hacer todo lo que Jacques le dijera.
—Sí.
—De acuerdo, comencemos.
Ella parecía nerviosa, tenía miedo de recordar algo que específicamente quiso borrar de sus recuerdos, pero a la vez, sentía curiosidad por saber qué es lo que tenía enterrado hasta lo más recondito de su mente.
—¿Qué quiere que imagine?
El terapeuta negó.
—Primero debo evaluar tu capacidad de imaginación y si es necesario, realizariamos un entrenamiento.
—¿Y cómo va a lograr eso si no puede leer mi mente?
Al pronunciar aquello, se acordó del mago, el único que parecía que podía saber qué era lo que pensaba y cómo lo pensaba. Hasta vergüenza sentía con solo imaginar que en realidad él pudiera leer su mente, pues, las pocas veces que cruzó palabra con él, sabía exactamente lo que pensaba, como aquella vez cuando creyó que su nombre era Eutanasio.
—Puedes tomar asiento en el diván, solo recuestate y rélajate. No te preocupes, no te voy a hacer daño, confía en mí.
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Editado: 03.08.2022