EVERETT
Sintió la presencia de Solange Harker en el Conservatorio. Logró alcanzar a la siniestra criatura cuando se encontró cara a cara con Anneliese Beaumont, a quien hacía sufrir con alguna ilusión desalmada que quizá acabaría con la estabilidad mental de la chica.
Le preocupaba que ese fuera el método con el que disfrutaba de jugar con ella. Si su hermano pasara por lo mismo, no lo soportaría.
Tan pronto como vio que la vampiresa sacó los colmillos, él intervino para alejarla de la indefensa víctima. Corrió tras Solange, dejando atrás a Anneliese, esperando que pronto saliera de ese trance.
Fue tras la vampiresa, pero esta se ocultó entre los transeúntes. No pudo alcanzarla y maldijo ante su propia incompetencia.
¿Por qué era tan difícil darle caza? Esa mujer era más escurridiza que una babosa asquerosa.
Tenía que idear un buen plan si quería aniquilarla antes de que fuera demasiado tarde. Por lo pronto, tendría que regresar y asegurarse que esa chica estuviera bien. Ya que, después de todo, él conocía los efectos que las Artes Ilusorias tenían en los humanos normales.
Aunque, ahora que lo pensaba, ya había descubierto los poderes vampíricos de Solange. Ella fue una bruja en vida y por ese crimen, al morir, se convirtió en vampiro; eso era lo que dictaban las leyendas de conversión sin necesitar de la mordida.
Solange Harker usaba las ilusiones para burlarse de ellos, tendría que usar eso a su favor; ¡él también era un mago y su magia involucraba la ilusión! ¿por qué fue tan torpe y no lo descubrió antes?
Con Kirill ya idearía algo interesante.
Aunque no fuera de su incumbencia, debía admitir que comenzaba a preocuparse por la chica. No había cruzado palabras con ella, pero no negaba esa extraña conexión y no mintió a su hermano cuando lo confesó.
Encontrarla no fue solo una casualidad y eso ya comenzaba a hacerle ruido en la cabeza.
Pensó en que posiblemente todo fue una coincidencia orquestada por la mujer del espejo o por la bruja Mélissandre, ya que el mismo Kirill confesó que esa mujer solo intervenía cuando lo consideraba necesario, pero, ¿por qué justo ahora?
Él había asesinado a su padre, no sentía remordimiento; no tenía intenciones de matar de nuevo, de eso sí estaba seguro; a menos que se tratara de Solange u Olga Lavelle, como se hacía llamar.
—¡Anneliese!
La voz de su hermano atrajo su atención.
Se supone estaba en clase, no debería haberse salido. Ya lo reprendería después. Solo que no sería posible ahora, Matthieu no quiere saber nada de él y eso le dolía.
Avanzó un poco más hasta encontrarse con aquella escena que le rompió el corazón, aunque no sabía por qué.
Anneliese solo era una conexión, por ella no tenía sentimientos románticos. Matthieu, él era su hermano y daría la vida por él, pero tampoco era como que no quisiera verlo feliz.
Pero ese beso, tan tierno, tan lleno de sentimiento sinceros le revolvió el estómago.
Él sabía que demostrar afecto era un error que no podía cometer. Kirill Novak se lo recordaba cada cinco minutos.
Pero entonces, ¿por qué le dolía verlos?
¿Acaso era la culpa? ¿Remordimientos? ¿Qué era eso que comenzaba a sentir en el fondo de su alma?
Su pecho se estrujó y contuvo las ganas de ir y separarlos.
«Si no fueras mi hermano…», pensó.
Al darse cuenta de su deseo, negó y tocó madera. No podía atreverse a tener esos pensamientos tan negativos. Él era su hermano, su única familia. No podía permitirse sentir celos.
¿Celos?
No, no eran celos. Él jamás los había sentido.
No celos de él, no de ella. No de ambos ni de sus asuntos personales.
Quería darle un nombre a ese sentimiento, pero no podía, era completamente desconocido para él.
Dio una última mirada antes de irse, pero algo en esa romántica escena captó su atención. No, no eran los tórtolos abrazados; era aquello que se reflejaba en el charco junto al cual Anneliese estaba de pie.
Everett la reconocería en cualquier lado. No era idiota y nunca se equivocaba.
El reflejo no era de Anneliese.
La mujer en el reflejo era Cassiopé, quien miraba desde abajo a la pareja. Solo que esta vez, la imagen de Cassiopé no era como la recordaba, tenía algo que la hacía ver peligrosa, casi al mismo nivel que el de Olga Lavelle.
—Asume las consecuencias —repitió las palabras que Mélissandre Lefebvre le dijo una vez.
Ahora ya comprendía el grave error que había cometido.
Al final se dio cuenta de algo que destruyó por completo su mundo:
Everett Guélin se equivocó.
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Editado: 03.08.2022