Dormido en el alma

CAPÍTULO XXVII

CAPÍTULO XXVII

 

  Esa noche apenas pegué ojo. No me podía quitar de la cabeza a Margarita y a Justino. Cada vez que conseguía conciliar el sueño, aparecía en mis sueños Justino del brazo de una mujer, a la que no veía el rostro, pero sí oía sus carcajadas y entonces me despertaba sobresaltada. Al imaginármelos juntos sentía una punzada en la boca de mi estómago. No sabía por qué me producía esa sensación, si ni siquiera conocía a Margarita.

  Las siguientes noches, me pasó lo mismo, apenas conseguía conciliar el sueño y, cuando lo conseguía, me despertaba sobresaltada, con las carcajadas de esa mujer sin rostro.

  A Justino se le notaba mucho más contento de lo normal. Por las mañanas, yo acostumbraba a quedarme en mi habitación, estudiando para el examen de acceso a la universidad; desde mi ventana lo veía como domaba a los caballos que tenía en el establo. Desde la noticia de Margarita no había podido concentrarme más de diez minutos seguidos y la mirada se me desviaba, inconscientemente a mirar Justino cómo domaba a los caballos, sobre la silla de montar. El atuendo de vaquero le hacía parecer tan varonil y atractivo que sin darme cuenta me quedaba embobada, mirando hasta que terminaba y volvía con los caballos al establo.

  De repente una mañana, mis propios pensamientos, me sobresaltaron. Sin darme cuenta, había empezado a ver a Justino como un hombre atractivo, no como a un hermano y deseaba que me acariciara con la misma ternura con que le estaba viendo acariciar a mi yegua favorita. En ese momento envidiaba a un caballo. Noté cómo me sonrojaba; afortunadamente estaba sola y nadie me veía. En ese momento comprendí el porqué de las pesadillas. No había querido hacer caso a mi corazón que se enamoró de Justino desde el primer momento en que lo vio, el día que llegué a la hacienda.

   Tenía que desterrar esos pensamientos de mi cabeza. Decidí cambiar de lugar para estudiar. Tenía que desenamorarme de Justino, a los ojos de todos éramos hermanos y además él estaba prometido. Tenía que evitar que volvieran esos pensamientos a mi cabeza, así que decidí evitar, lo más que pudiera estar a solas con Justino.

  El día tan esperado llegó. Creo que todos en la hacienda estábamos alterados, cada uno por un motivo distinto. La única que estaba realmente contenta era Conchita, ajena a nuestra tormenta interna de sentimientos que se nos habían revuelto al aparecer Margarita en nuestras vidas.

  Doña Lucrecia, poco a poco había ido alimentando la idea que Justino y yo podíamos enamorarnos, como dos jóvenes de parecida edad, atractivos y con ideas comunes. Ella me había cogido un cariño muy especial y había fantaseado con la idea de que me convirtiera en parte de la familia, pero esta vez de manera real, no ficticia. El día que se enteró de la presencia de Margarita, su subconsciente se sobresaltó tanto, que le pilló con la guardia baja y no pudo disimular su decepción, pero, afortunadamente pudo actuar con rapidez y en la cena de ese mismo día, invitó a Margarita a la casa para conocerla.

  Lupita se esmeró con el menú, aunque a mí me daba igual lo que hubiera encima de la mesa; tenía un nudo en el estómago y no iba a ser capaz de meter nada sólido dentro. Hacía días que apenas comía. También había visto a Doña Lucrecia con poco apetito, pero cómo estaba concentrada en mis problemas, apenas había hecho caso a la marquesa, aunque ella sí que se había fijado en mi cambio de actitud y en mi falta de apetito.

  Estábamos las tres sentadas en el salón. Ninguna hablaba. Estábamos tensas, esperando oír el ruido del motor del coche, que anunciara la llegada de los prometidos.

  El momento esperado llegó y por fin, conocimos a Margarita. Ciertamente, era extraordinariamente preciosa, cualquier hombre se hubiera quedado prendado de su belleza, hasta nosotras nos quedamos prendadas al verla; Justino no iba a ser la excepción.

  Su pelo parecía una nube negra ondeando en un cielo del color de sus ojos. Su nariz y su boca, de dimensiones perfectamente proporcionadas, formaban un rostro realmente bello. Apenas llevaba maquillaje, no le hacía falta. Su cuerpo era delgado y estilizado, con la elegancia natural al andar. Posiblemente estaba acostumbrada a que los hombres babearan a su paso.

  Justino nos la presentó. Ella, muy educada fue dando un beso a cada una según se las iban presentando. Cuando llegó a mí, Justino me presentó como su hermana pequeña. Un pequeño gesto, apenas perceptible, modificó la sonrisa perenne y forzada, que había dibujado en su rostro, desde que se apeó del auto:



#49838 en Novela romántica

En el texto hay: amor, desamor

Editado: 15.10.2018

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