Dos Balas Para Claire

CAPÍTULO 2 – LA SERPIENTE NEGRA

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La celda podría haber sido más pequeña y mucho más incómoda, la realidad es que, a pesar del hacinamiento lógico, todos tenían su catre y su turno para el excusado. Hacía un par de horas habían recibido la cena de manos del propio ayudante del sheriff, el eterno aprendiz Tom Linney. La comida tampoco era mala, el muchacho era un cocinero decente y a Bennet solía llamarle la atención la dedicación que le ponía a las preparaciones, que sin dejar de ser platos simples a base de legumbres o algún trozo de carne estofada, siempre resultaban sabrosos. McKenzie no dejaba de elogiar ese servicio, le encantaba ver la cara del chico que, sintiéndose agradecido por esas palabras, tampoco podía olvidar la clase de delincuentes a los que estaba atendiendo y no podía disimular su confusión. Murray, como siempre, era el más inquieto y quien tenía algo para decir. Por la décima parte de lo que molestaba con sus locuras, el jefe le hubiese quitado la dentadura entera a Lance, pero Murray no era estúpido, solo loco a nivel exasperante lo que en ningún modo lo convertía en un inepto. Y, por el contrario, era un brillante estratega. Deckard, en cambio, era una especie de sabueso en permanente alerta. Uno podía verle la cara y ya darse cuenta de que se avecinaban problemas, los olía. Quarry seguía siendo el segundo al mando, también una suerte de regulador, ya que todos eran crueles, pero él en particular no disfrutaba del sufrimiento ajeno. McKenzie sabía qué hacía falta una cabeza fría en el equipo, no porque él no la tuviese, pero se conocía bien y sabía que a veces no podía dejar de disfrutar el sadismo y esa debilidad le presentaba problemas como el que estaba atravesando, sin ir más lejos.

Hasta ese momento no se había puesto a pensar que estaba tan cerca de la muerte. En realidad, no lo aceptaba, solo es que no creía que fuese a pasar. No había posibilidad de que él y sus hombres estuviesen bajo tierra al día siguiente. Su tranquilidad era real porque sabía que estallarían en el instante correcto, y quizás murieran en combate, pero jamás con la soga al cuello. Faltaba menos de un día para la ejecución y si algo lo motivaba y a la vez sorprendía era la lealtad y confianza de su equipo, ninguno de ellos había cuestionado la falta de un plan al momento.

Pero los notaba inquietos, claro.

—Muchachos, acérquense. —No tuvo que repetirlo, todos lo rodearon de inmediato como si estuviesen a punto de escuchar el sermón de un pastor—. Les mentiría si les dijese que no estoy preocupado. Hacía rato que no estábamos en un calabozo por tanto tiempo, ¿verdad? — Halsey asintió con su sonrisa desdentada, McKenzie recordó aquella vez que lo encerraron en una celda de barrotes tan endebles que los torció con sus propias manos. No consiguió salir, pero fue una distracción formidable para que él y sus compañeros se llevaran puestos a los guardias y lo sacaran ileso.

—Mañana no llegarán a colgarnos, ¿tienen eso muy en claro? —Los hombres asintieron—.

Pues bien, esto es lo que haremos…

Antes de que pudiera seguir hablando, una chispa lo distrajo por el rabillo del ojo. Rodaba en dirección a ellos hasta que se detuvo en medio de la recepción.

— ¡Todos abajo! —gritó y sus hombres estuvieron en el suelo en fracción de segundo, salvo Halsey que tardó algo más en echarse. La explosión voló parte de la barra de madera que la oficina tenía como admisión y las lámparas de aceite en la pared enfrentada a la celda. También se desplomó parte del techo en el lugar que ocupaba el ayudante. La oficina quedó en parte a oscuras y sumida en una nube de polvo. La única luz que se veía era la que salía de la cocina, en la que Linney hacía algo de limpieza lo cual quizás le haya salvado la vida. McKenzie y sus hombres estaban cubiertos de polvo, pero intactos, Murray tenía un corte en su mejilla que sangraba bastante, pero no se quejó.

Tom Linney salió tosiendo de la cocina, había tomado un cuchillo, ya que su revolver estaba donde lo dejó, ahora tapada por una pila de escombros. A la silueta apenas visible del ayudante en la densa nube de humo se agregó la de un pistolero vestido de negro empuñando su arma, que entraba por la puerta principal. Solo se distinguían su sombrero, el revólver y un poncho que lo cubría casi por completo.

Cuando estuvo más cerca el ayudante del sheriff pudo ver apenas sus ojos grises por debajo del sombrero, ya que un pañuelo tapaba su nariz y boca. El pistolero le apuntó a la cabeza y martilló el revólver. Linney soltó el cuchillo. Sabía que no tenía posibilidades si se decidía a repeler al atacante.

— ¿Qué quiere?

El pistolero señaló la celda y con la otra mano le hizo un gesto indicando que debía abrir la celda. El muchacho señaló el lugar en el que estaba su silla, ahora destruida por un pedazo de viga y escombros que cayeron del techo.

—Las llaves quedaron allí.

El pistolero le indicó que se metiera a buscarlas. Linney se zambulló en los restos de su escritorio, vio la punta de su cinturón con la cartuchera, pero no dudó en ignorarla, no necesitaba recibir un tiro por la espalda. Duncan siempre le había dicho que nada valía más que su propia vida y que no debía hacerse el héroe por ninguna razón, sobre todo en condición de desigualdad. No pudo dejar de sentirse culpable, pero no intentó nada. De todos modos, la figura a su espalda sin dudas había visto lo mismo que él.

El pistolero disparó al techo. —Tom pegó un salto del susto, pero al mismo tiempo ubicó las llaves en el piso y las tomó. Salió caminando hacia atrás para no caerse y se las entregó a la mano enguantada que se extendía hacia él. El atacante lanzó el manojo de llaves hacia la celda y Murray lo atrapó en el aire. Salieron de la celda en fila, McKenzie no disimulaba una gran sonrisa, aunque parecía tan intrigado como los demás.



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En el texto hay: mistica, personajes sobrenatulares, weird western

Editado: 30.07.2022

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