Dos: Fuego

Malvado y honrado

El día estaba despejado y el sol creaba un ambiente cómodo para el pequeño campamento. — ¡Dejad ya de mover la espada como si vareaseis olivas! No sé quién pensó que esto era un nivel decente — Pita miró a Sis y Dorn quienes fingieron no haberle oído aunque se notaba forzado y los que habían parado a descansar se reían. Pita había estado bastante enfermo desde que llegaron a Varaz y se limitaba a sacar su nariz de las sabanas solo para quejarse. La noticia de que dejaban ese lugar le dio toda la fuerza perdida de manera casi milagrosa. — Aún estás a tiempo, tu hermana no está a más de unas pocas horas — . — No Sis. Ella es libre de hacer lo que quiera. En Alastarza aún nos son fieles, tiene una guarnición suficiente. El trayecto debería ser seguro desde aquí, además que Vega es muy fiel a ella. Con él y los otros dos no corren peligro — . — No me preocupan los bandidos, Vega es más que fiel a tu hermana — dijo con un sonrisa que Dorn respondió con una mueca. — Normalmente con este número nos dirigirá un teniente, pero tenéis la disciplina de un camarero — dijo Pita interrumpiendo con su mal humor de siempre. — Además, espero que me tengáis a esos dos controlados — dijo señalando a los magos. — Sobre todo al que se llama Aldo. No garantizo la seguridad ni de ellos ni de nosotros con ellos— . — No te preocupes, Quéveras no te hará nada y él vigila a Aldo — dijo Dorn, que no pudo seguir hablando. — Oteadores de Boreaz por el sur — dijo el segundo de Sis. Dorn había elegido a Ben para esa tarea. — Desmontamos rápido. Esperemos que no nos hayan detectado — dijo Sis. — Estas montañas son transitables. No creo que haya nadie y nuestro número nos permite hacerlo sin mucho problema — añadió Dorn. — Si no hay más remedio verdad — se resignó Pita, —  pero esto nos retrasará. No llegaremos a la Llama Roja a tiempo —. — Lo haremos, aunque necesitaremos a los archimagos y darnos prisa. En el peor de los casos, si ya se ha iniciado un asedio, nos colaremos en el campamento — dijo Dorn. — Eres demasiado optimista. Sin embargo no podemos seguir aquí. Ellos pueden mandar quinientos hombres y la escaramuza tendría un resultado fatal para nosotros. Solo falta esa tienda, preparaos — zanjó Sis.

Los siguientes días fueron duros. La persona que acompañaba a Hara y Vega había regresado y encontrado el rastro del campamento y la marcha, lo que les alertó para tomar más precauciones. Dorn había convencido a Aldo picandole para que despejara pequeños caminos en la nieve. Pronunciaba muy rápido, casi el doble que Quéveras, quien también ayudaba calentando agua y tiendas con pequeños fuegos que no dejaban rastro. Al décimo día, un alud casi se les hubiera llevado si Dorn no hubiera intervenido para ganar tiempo para que los magos recitaran sus largas retahílas, cosa que ellos le agradecieron y le puso más en la mira de los enviados del Magisterio. Algo lo había provocado debido a las condiciones y el cansancio decidieron parar allí un tiempo esa noche. Sis, Dorn y Quéveras fueron a investigar arriba de la montaña. Les llevó toda la tarde subir y allí encontraron una cueva. Entraron dentro era muy grande y no parecía habitada. Pero claramente sí lo estaba. — Venid curiosos. No os puedo hacer daño pues mi tiempo termina. He de pediros una cosa — . La voz resonaba por toda la cueva. Sis se quedó por orden del archimago, a pesar de estar al mando. Su expresión no sugería opción a debatir. — Veo que viene uno menos… No pasa nada. Entrad —. La cueva descendía en un único pasillo que se iba haciendo más y más grande. El frío poco a poco desaparecía. Los dos llegaron a una gran cavidad que parecía natural. — Bien —. Los dos se giraron y una enorme sombra se movió lentamente. Dorn creó pequeñas llamas que iluminaron la cueva. — Cuidado — dijo Quéveras poniéndose delante. — Ya veo, este chico es especial para ti. Entiendo, debes ser su padre verdad —. Dorn se entristeció pero no habló. — No es mi hijo. ¿Qué es lo que quieres de nosotros?—, — Lo siento, los dragones no entendemos del todo como es para los humanos. Nosotros nos preocupamos de nuestros hijos hasta que pueden volar. Vosotros sois demasiado protectores. Pero eso es lo que me ha llevado a llamaros — la voz que en un principio era fuerte y resonaba se fue acomodando a un tono suave y relajante. — Habéis detenido la nieve. Ningún mago por bueno que sea es capaz de evitarla y mucho menos el grupo que hay fuera. Aquí el olor siempre es el mismo y vuestra llegada me molesta mucho. Acercaos más, si os quisiera matar ya estaríais muertos. Dorn se acercó un poco más, aunque se preparaba para lo que pudiera hacerle. — Bien un chaval valiente — dijo riendo. — Quítame uno de vuestro proyectiles de detrás por favor. No me hace daño pero es como tener una piedra entre las patas — el tono ahora parecía triste. Dorn se la quitó y el dragón empezó a reír y luego dio un pequeño sollozó cuando la lanza que se sujetaba entre dos escamas y pinchaba cada vez que se movía la pata. — Siglos aguantando eso. Gracias… — Dorn creía que el dragón se pondría a llorar. — Ahora viene mi pago. Yo no llevo aquí mucho tiempo, solo unos pocos meses. Este era mi nido cuando era joven. Nací como… Vosotros lo llamáis hija ¿verdad? Bueno, vosotros me conocéis como Ober, destructor de Varaz. Maravilloso os poneis en guardia pero no retrocedéis. Bien, como decía, yo destruí esa condenada ciudad que destruyó mi nido. Este piso es desde el que vuestros magos derrumbaron todo. Nosotros habíamos acordado que no atacaríamos a nadie ni robaríamos si nos daban ganado suficiente y nos dejaban volar sobres las montañas sin peligro. Pero los de vuestra especie no parece respetar los pactos tanto como nosotros. Eran muchos e intentaron encadenarnos y matarnos pero mi padre les quemó a todos. Desgraciadamente el mago que derrumbó la tumba le mató y lanzó un hechizo, egkija — . Esas palabras estremecieron a Quéveras. — Trató de controlarlo pero yo me lo comí antes — dijo orgullosamente.  — Después de mi venganza, mi pueblo mermado fue al otro lado del mar, donde quedaba el último nido. Yo nací en la decadencia de los míos, pero no deseo ver como soy la última que queda. Os entrego a mis hijos como regalo. Cuadalos bien y debéis cuidarlos — . Después de un largo dictado de requisitos que Dorn apuntó sin saber muy bien si iba a aceptar añadió, — lo que destruyó el segundo mayor nido de la historia de los dragones viene hacia aquí. Yo he sobrevolado la ola gigante con los dos huevos, uno en mi boca y el otro en la pata buena. Eso es una pequeña parte de lo que vendrá. Egkija es una palabra que deberías oír de ahora en adelante. Los belfars nunca se habían atrevido a cruzar la línea del sol rojo. Sus barcos son inconfundibles y he visto algunos en la última cacería. Los prisioneros de cuando era joven me explicaron mucho de vosotros, y los prisioneros belfars en mi vejez. Me muero, cogedlos. No dejéis que lo que venga del oeste… — dijo mientras sus ojos se cerraban. Su último aliento expulsó palabras que no entendieron. — ¿Qué hacemos? Parece que se aferraba a la vida solo por sus hijos aun en el huevo — preguntó Dorn. — Lo más sensato parece ser dejarlos aquí — dijo Quéveras que parecía aterrado y entusiasmado a la vez. — Son dos, ¿crees que me podré quedar uno y el magisterio otro? — La curiosidad y fascinación con los huevos grandes como yelmos superaba cualquier cosa. Quéveras también lo estaba pero seguía asustado, aunque Dorn no sabía de qué. — De acuerdo, pero hay que mantenerlos en secreto. — Eso también incluye a Aldo — dijo Dorn mirándole fijamente. — Diremos que hemos matado al dragón y que nos refugiaremos aquí. Yo me encargaré de que los huevos estén en calor, tú, de llevarlos en tu carro —. La noticia fue bien recibida por el grupo que no sabía nada de los huevos ni del alud. No todos estaban tan contentos tras tener que desmontar todo ya montado y subir hasta la cueva. Aldo ayudó a elevar los carros más grandes.



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En el texto hay: magia, epica, criaturas magicas fantasia y poderes

Editado: 21.02.2022

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