Dos personas se aman

II.

Entraron en la masa, con la luz en cada rincón. Personas en el tumulto, abundaba el sudor y el calor incómodo de rozar hombros. Salió con facilidad, el otro se quedó. Dio vueltas en el sitio, miró dentro con intriga. Se sentó en el suelo, esperó; se levantó, con un brazo en la penumbra, sin un brazo oculto por la luz.

 

Se fue. Solo. Mirando.

 

Hacia el centro de la plaza un gigante se alzaba, una escultura de diez metros o veinte. No era para temer, no emitía luz, sólo era un estorbo. Pasé por el lado porque no era para mí, era para el mundo. Cada paso era enmarcado en el piso de azulejos, un hexágono, un color, una vista, poca luz y un paso.

La densidad era terrible, no habían personas. Quizás en las esquinas si son silenciosas, pero la luz del centro los condenaba a la penumbra. Todo era oscuro menos en el tumulto, donde quien sin mente amé se quedó. El amor no sé que es, he amado, lo sé; ojalá haya acertado. Pero en tanta luz no veía la figura de quien sea que fuere, me cuesta pensar en mí como alguien que amó. No sé ni mi edad, habían calendarios, rehusé a cometer el delito de ver la hora en aquel momento. No lo sé, eso creo.

 

Dormí, incomodado por el suelo, cerca a un local con una pared destruída. La luna no era mi consuelo. No estaba triste, no me podía consolar.

 

Dormí apretado en mis huesos, con dolor de rodilla. ¿Por qué dormí sin cubrirme? En menos sombra. Afuera. Sin rozar.



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En el texto hay: distopia

Editado: 10.06.2021

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