Oscuro, frío y solitario. ¿Así se siente morir? Me rodea un vacío extraño y desolador. Escucho ruidos a mi alrededor, voces de personas; no puedo ver, no puedo sentir, solo percibo una inmensidad vacía. Es raro. Me siento rara.
—Debemos quitarle el agua de los pulmones —¿Quién está hablando?
Quieren despertarme, pero no quiero. No quiero sentir esa presión en el pecho. Déjenme aquí, en este vacío sin fin. Siento que me mueven y, poco a poco, puedo abrir los ojos. Lo único que veo son las estrellas moviéndose, igual que la luna. Trato de mover otra extremidad y no puedo. Sigo mirando hasta que la cara de alguien se acerca a mi visión... Luka. ¿Qué hace aquí? ¿Cómo lo supo?
—Hola… ¿Me escuchas? —pregunta una señora con uniforme azul. La miro y asiento, con pocas palabras.
—Muy bien, ¿sabes quién eres? ¿Recuerdas lo que sucedió? —Ella me pregunta. Miro hacia la ventana mientras mi mente procesa todo: la familia, la soledad, el horror y la oscuridad. Una lágrima sale de mi ojo, que limpio con frustración.
—Intenté suicidarme —respondo sin rodeos. Ella me mira con lástima mientras me colocan en la ambulancia.
Después de un rato y algunas preguntas, llegamos al hospital privado de la ciudad, un lugar que odio profundamente. Me dejan en una habitación privada y dicen que el doctor vendrá a verme pronto. Miro la puerta cuando entra un hombre con bata y anteojos redondos.
—Hola, Ada —dice con una sonrisa impecable. Yo solo asiento, sin prestarle mucha atención—. ¿Sabes por qué estás aquí? ¿Recuerdas lo que sucedió?
—Soy Ada Comanov y traté de suicidarme —digo simplemente. Él toma nota en una libreta.
—¿Cuál es tu color favorito? —pregunta. Lo miro, confundida.
—…¿Celeste? —respondo, pero suena más a pregunta que a respuesta. Él asiente y toma nota.
—¿Estás segura?
—Sí, claro.
Él vuelve a anotar algo, haciéndome sentir nerviosa. No me gusta que me ignoren. ¿Qué tiene que ver mi color favorito con todo esto?
—¿Qué te provoca tristeza? —pregunta mientras me observa atentamente. Bajo la cabeza.
—Recuerdo a mi padre... Richard Comanov —digo. Él toma nota de nuevo.
—Por lo que sé, no eres su hija biológica —dice sin mostrar emoción.
—Lo sé. Él me crió como su hija biológica y me dio su apellido —digo mientras me siento en la cama del hospital.
—¿Quieres volver a casa? —pregunta. Bajo la cabeza mientras balanceo mis piernas, mordiendo mi labio para no llorar.
—Si vuelvo estaré sola, pero…
—¿Pero lo volverás a hacer? —interrumpe. Yo niego con la cabeza.
Lo siento, pero no puedo prometerlo...
—Te permitiré volver a casa, pero tendrás que venir a consulta una vez a la semana. Si no lo haces, iré personalmente a tu casa y te internaré —dice mientras cierra su libreta. Yo sonrío un poco y asiento.
Él me toma del hombro y me abraza, acepto su abrazo con una mezcla de gratitud y tristeza.
—Nos vemos, Ada Comanov. Espero no tener que venir aquí de nuevo por ti.
—Nos vemos, Doctor Russo. Y no prometo nada —digo mientras él sale de la habitación, dando un suspiro.
Después de firmar todos los papeles, me voy del hospital. No es la primera vez que estoy aquí; Richard me trajo al psicólogo cuando empecé a temer a la oscuridad, y el Doctor Russo fue mi psicólogo durante dos años, hasta que pensó que podría estar bien sola. Esta es la primera vez que llego a urgencias por un intento de suicidio… ¿Será la última?
Tomé un taxi hasta la mansión. Antes de llegar a la puerta, le pedí al taxista que se detuviera una cuadra antes.
—Nos vemos, señorita. Tenga cuidado —dice el conductor. Yo asiento y me dirijo a casa.
Antes de llegar a la reja de la mansión, veo a la chica pelirroja de la casa de enfrente. Ella está mirando al cielo con una sonrisa. Ahora que la veo mejor, es la chica con la que choqué el día del funeral de Richard.
Ella me mira y sonríe. Antes de que pueda hacer algo, corre hacia mí. Sin comprender, miro a mi alrededor esperando ver a otra persona, pero recuerdo que casi nadie vive aquí.
—Hola —dice con una gran sonrisa. Yo la observo y apenas intento sonreír.
—Hola —digo tartamudeando. Ella sonríe aún más, parece contenta—. ¿Te pasa algo en la cara? No paras de sonreír, pelirroja.
Ella se aleja un poco y suelta una sonora carcajada.
—No me sucede nada, solo que me parece impresionante —responde, todavía sonriendo.
—No comprendo —digo mientras me cruzo de brazos y me apoyo en la reja. Ella está descalza y en pijama.
—No me hace frío, a ti te debe de hacer frío. Estás con una remera y una campera —dice mientras toca mi campera. Me alejo un poco, no me gusta que me toquen.
—Yo tampoco tengo frío —digo con una media sonrisa—. ¿Cómo te llamas, pelirroja?
—¿Y tú? —responde con otra pregunta. La miro con el ceño fruncido.
—Yo pregunté primero.
—Y yo respondo con otra pregunta —dice con una sonrisa radiante. Suspiro y me enderezo.
—Deberías volver a tu casa, pelirroja —digo mientras estoy a punto de darme la vuelta. Ella suspira y hace un puchero.
—¿Por qué vino la ambulancia a tu casa? —pregunta intrigada. Yo me quedo en mi lugar, sin decir nada. No sabe por qué vino, curiosa tonta.
—¿Por qué debería decírtelo? —pregunto mientras me cruzo de brazos. Ella frunce el ceño, no le gusta mi respuesta.
—Pues... amm —no la dejo empezar y me río un poco.
—Eres una extraña. ¿Por qué debería contarte mis cosas personales? —digo con una sonrisa llena de orgullo. Ella me observa un momento y luego sonríe de nuevo.
—Dicen que es mejor desahogarse con un extraño —dice con los brazos cruzados. No me ganaste, pelirroja.
—La persona que te dijo eso te mintió.
—¿Por qué me mentiría mi madre? —pregunta con curiosidad. Me río ante su inocencia.
—Porque quiere protegerte, pelirroja. El mundo es cruel y la gente puede ser dañina. Eres demasiado inocente y brillante, atraerás la oscuridad de quienes la llevan dentro —digo mientras entro en la mansión. Ella se queda pegada a la reja y grita algo.