Despierto en el sofá de la entrada de la mansión, un lugar reservado para visitas rápidas y momentos efímeros. Me levanto y noto que tengo una manta roja sobre mí. Las luces están encendidas, lo que resulta reconfortante. Me levanto completamente del sofá y voy a la gran cocina. Todo está impecable: platos, vasos, mesada y suelo limpios.
Corro hacia el living y encuentro la chimenea encendida, algo que no recuerdo haber dejado así. Antes de asustarme, escucho una puerta cerrándose en la planta superior.
—No sabes el suelo tan horroroso que tuve —digo mientras subo las escaleras de dos en dos—. Soñé que te diagnosticaban cáncer en los huesos y que morías por un derrame cerebral. Dos semanas después de tu muerte traté de… —Antes de poder terminar, me encuentro con alguien más.
—Ada Comanov —dice Luka. Lo miro detrás de él, esperando ver a alguien más. Creí que todo había sido una pesadilla.
—Creí que eras… —Antes de acabar me doy cuenta de que es Luka—. ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto desconcertada. Él solo me esquiva y comienza a bajar las escaleras hacia la cocina.
—Yo llamé a la ambulancia. ¿Qué haces aquí? Deberías estar en el hospital —dice mientras saca dos tazas y empieza a calentar agua. Lo observo sin comprender.
—¿Debo revisar si has robado algo? —pregunto mientras me quito la campera y la coloco sobre la isla de la cocina. Luka hace una mueca al ver mi acción.
—Ponla en tu armario. No dejes las cosas tiradas, no queda bien —dice mientras toma mi campera y la lleva a la lavandería. Lo sigo, con una pequeña sonrisa en los labios.
Richard odiaba cuando hacía eso. Si ponía algo fuera de lugar, él lo recogía y lo ponía a lavar. Luka hace exactamente lo mismo.
—Oye, ¿qué estás haciendo? —pregunto mientras él coloca mi campera dentro del lavarropas.
—¿Desde cuándo no te bañas? Y lo que trataste de hacer no solucionará la situación —responde. La conversación se vuelve incómoda.
—No eres quien para darme órdenes. Apenas te conozco. ¿Y si fueras un desconocido con intenciones dudosas? —digo mientras salgo de la lavandería y me dirijo al living.
—Debes tener cuidado. No dejes la puerta abierta. Pero esta vez te lo agradezco. Si no hubieras venido, realmente estarías muerta —dice mientras me sigue. Yo me siento en el sofá y él se queda de pie—. Debes bañarte, organizarte y limpiar. Pronto comienzan las clases, y debes estudiar para la admisión a la universidad...
—¡No me digas qué hacer! —exclamo con frustración.
—¿Crees que puedes estar triste toda la vida? ¿Qué diría Richard al respecto?
—¡No te atrevas a hablar de él así! ¿Quién eres tú para decir su nombre? Tú lo abandonaste, no lo viste morir como yo lo vi. Tú ¡nunca! has estado con él como yo lo estuve... —mi voz se quiebra, mi respiración se acelera—. Y no creas que puedes arreglar tu error conmigo. Hubieras pensado en venir a verlo durante diecisiete, casi dieciocho años. Pero no, solo pensabas en ti y solo en ti. No soy Richard, soy Ada Comanov, la persona que ahora mismo te quiere fuera de su casa. No vengas aquí a creerte mi padre para darme órdenes. ¡Mi verdadero padre está tres metros bajo tierra! Yo estaré triste el maldito tiempo que quiera. Tú pasa tu duelo como quieras, y yo pasaré el mío como desee.
—¿Cómo te dejaron salir del hospital? —pregunta sin mostrar emoción.
—Cuando eres rico, literalmente puedes hacer lo que se te pegue la maldita gana —respondo mientras me dirijo a un sofá. Él suspira y se dirige hacia la entrada, toma su abrigo y antes de irse me dice…
—Ten cuidado. Cualquier cosa que necesites, me hablas, Ada. Tal vez no sea Richard, pero puedo ser su reemplazo.
—No necesito un reemplazo. Lo necesito a él, a mi padre —digo mientras las lágrimas empiezan a salir de mis ojos—. ¿Acaso a ti no te duele? —pregunto. Él baja la mirada, sus ojos se cristalizan y su respiración se acelera.
—Desde hace diecisiete años que lo extraño —dice antes de irse.
Puede que sea egoísta o mala persona, pero debe entender que perdí a la única persona que confiaba en mí y me amaba de manera incondicional. Mi única y verdadera familia.
Suelto un suspiro y comienzo a llorar sin parar. No sé qué hora es, y no me importa. Solo sé que no paro de llorar: lloro por bronca, por impotencia y por... miedo.
Me levanto del sofá cuando mis lágrimas se agotan, voy a la cocina a buscar un vaso de agua y veo por la ventana que el sol comienza a aparecer. Lleno el vaso de agua y me dirijo a la habitación de Richard, que ahora es más mía. Entro y veo todo acomodado: la ropa que estaba tirada ya no está, la habitación está perfumada y la cama tendida, justo como le gustaba. Me tiro sobre la cama después de dejar el vaso en la mesita de luz. Es su olor, el olor que tanto le gustaba. Él sigue aquí… y duele no poder verlo.
Me quedo dormida en su cama. Cuando me despierto, tengo sed. Tomo el vaso de agua y me acerco a la ventana. Aún no anochece, pero creo que el día ya quiere hacerlo. Miro hacia el frente y la veo... pelirroja. Voy al baño y no me sorprende ver todo limpio. Me doy una ducha rápida, cepillo mi cabello largo y negro, y mis dientes. Me cambio a ropa nueva; hace frío, así que trato de estar abrigada. Dejo la ropa usada en el lavarropas, bajo las escaleras corriendo, y antes de salir, tomo mi abrigo. Ahora debo pensar en un plan para hablarle...
—Hola, pelirroja —digo mientras me acerco a ella. Tiene el mismo jardinero con el que la vi y un suéter amarillo con puntos negros; parece una abeja, qué ridículo suéter.
—Hola, Ada Comanov. Ayer me quedé con la duda de quién eres, así que te busqué en internet —dice mientras coloca el girasol en la tierra. La observo sin comprender.
—¿Me buscaste por internet? —pregunto mientras me agacho para ver su acción. Ella se gira, me sonríe… bonita.
—¿Cuánto? —pregunto sin rodeos.
—¿Disculpa? —pregunta sin comprender.
—¿Cuánto debo darte para que estés conmigo? Ni yo sé lo que estoy diciendo, pero desde la noche en la que hablamos, me hizo olvidar de todo: del hospital, de Richard… de todos.