—Bien, pequeña pelirroja —digo, devolviéndole la mirada. Ella frunce el ceño ante el apodo que le doy.
—¿Por qué no me llamas por mi nombre? —pregunta mientras recoge sus herramientas de jardinería.
—¿Por qué no hacerlo? —digo, dando un paso hacia atrás con los brazos extendidos. Ella se ríe, tapándose la boca.
—Eres bastante rara...
—Mi rareza te conquistará, Emma —digo, notando cómo ella se sonroja y baja la cabeza. No puedo evitar soltar una risotada antes de volver hacia la mansión.
—Espera... ¿ya te vas? —pregunta, un poco desilusionada. Le sonrío, tratando de hacer un guiño, aunque no soy buena flirteando.
—No me extrañes mucho, pelirroja. Nos vemos mañana...
—Nos vemos —dice en voz baja, haciendo que me detenga. Me susurra al oído.
Vamos, muévete, no te quedes ahí como una tonta. Suelto un suspiro y sonrío mientras me sacudo la cabeza. Regreso rápidamente hacia ella.
—Préstame tu celular —digo extendiendo la mano. Ella parece no entender.
—No tengo celular —responde con naturalidad. Me sorprende.
—Estamos en pleno siglo XXI y no tienes celular, ¿vives bajo una roca, pelirroja? —digo, fingiendo estar ofendida. Ella se ríe tapándose la boca.
Pasamos un rato más riendo, mientras el sol se oculta. Ella se limpia las lágrimas de risa.
—¿No tienes que volver? —pregunta. La miro sin comprender.
—A tu casa, de seguro te están esperando —dice, señalando la mansión. Hago una mueca. Nadie me espera en casa.
—Tranquila, dije que iba a salir, pero tienes razón, el sol ya bajó y es hora de entrar a casa —digo con una sonrisa. Ella me sonríe con una expresión que transmite tanto.
—¿Estás segura? —pregunta, con una mezcla de tristeza e impotencia que no logro descifrar. Asiento y me doy la vuelta para irme.
—Ahora sí, pelirroja, nos vemos mañana. Ya veremos cómo hablamos sin morir de frío. —Ella suelta una risa mientras yo entro de nuevo en la solitaria mansión.
No me siento bien. Al cruzar las grandes puertas, siento que la vida se me escapa. Me arrepiento de volver. La presión en el pecho regresa, y mis ojos se llenan de lágrimas. Me bajo el ánimo, sorbo mi nariz y limpio las lágrimas.
Camino hasta la cochera y saco mi auto. Después de dos o casi tres semanas, no lo recuerdo bien, debo ir a buscar provisiones e ir a la farmacia por mis medicamentos.
Primero voy al supermercado. Al ser tarde y por el frío, no hay casi nadie. Tomo un carrito y camino por los pasillos. De fondo suena "Despacito"... qué horrible. Coloco lo que creo que necesito en el carrito y al llegar a mi pasillo favorito, veo a la madre de Emma y a su hermano.
—Mamá, esos no —dice Jared.
—Pero vi a tu hermana comerlos otra vez, Jared. Tranquilo, solo es una película —responde su madre, llenando su carrito con mis dulces favoritos.
—Además, debemos apurarnos, será la hora y tu hermana se enoja —añade mientras coloca más cosas en el carrito y sale del pasillo.
Mi respiración se calma. No entiendo por qué me asusté al verla. Es solo su madre. Camino hacia mis dulces favoritos, pero una mano se interpone en mi camino. Miro a la persona que me los quita y es Evan.
—¿Evan? —pregunto. Él me mira con sus ojos verdes y esboza una media sonrisa.
Creí haberme salvado de él y sus insistencias. Evan piensa que, al no tener amigos, puedo ser su presa fácil. Desde el primer momento que me habló, le dejé claro que no me gusta él ni las personas como él. Richard lo atrapó intentando entrar en la mansión sin permiso más de una vez, y me pregunto por qué no llamamos a la policía.
—¿Qué hace una belleza como tú en este aburrido supermercado? —pregunta, apoyándose en su carrito.
—Lo mismo que tú... comprar —digo, esquivándolo y moviéndome hacia otro pasillo. Mis sospechas se confirman; él me sigue para hablar.
—Oye, Ada, ¿son ciertos los rumores? —pregunta mientras se detiene frente a mí con su carrito. Susurra nervioso, y no puedo evitar interrumpir.
—Murió —digo de forma seca, girándome hacia la caja donde me recibe la cajera con una sonrisa amable. Evan se queda paralizado.
—Ada, espera —grita, dejando su carrito atrás. No me detengo y salgo del supermercado.
—¡¿Por qué molestas todo el tiempo?! ¡¿Qué carajos quieres que te diga?! ¡¿Quieres que te diga cómo mi único familiar, la única persona que me amaba, mi maldito padre murió?! —Le grito. La gente nos mira, pero no me importa. Estoy harta de él.
—Ada, yo...
—¡Jódete, Evan, y tu estúpida forma de pensar y actuar! —Le grito mientras me dirijo a mi auto. Azoto la puerta y dejo las compras en los asientos traseros.
Conduzco rápido hasta la farmacia, cansada y furiosa. Mi respiración se acelera, y piso más el acelerador, mientras subo el volumen de la radio. Una imagen de Emma aparece en mi mente. La recuerdo sonriendo, y su voz en mi cabeza me hace pisar el freno de repente. El auto derrapa y se detiene.
Salgo del auto con la respiración acelerada, mirando a mi alrededor. No hay nadie. Regreso al auto, lo enciendo y me estaciono en un costado. Apoyo la cabeza en el volante y comienzo a tener un ataque de pánico. Busco en la guantera el pequeño peluche que siempre llevo para estos momentos.
Abro la ventana para que entre aire y enciendo la luz. Coloco mi mano en mi estómago, respirando de forma controlada. En mi mente cuento dos minutos y, al llegar al minuto, siento que me calmo. Mi respiración sigue un poco agitada, pero mejora.
Prendo el auto nuevamente y vuelvo a la mansión. Mañana iré a la farmacia por mis antibióticos. Llego a la mansión, dejo las compras y subo a acostarme. Estoy exhausta. Mañana será otra lucha, pero puedo afrontarla.