—Buenas tardes, soy el abogado de la señorita Ada Comanov, la nueva líder de la empresa Comanov —anuncia mientras me presenta. Yo paso y hago una breve inclinación de cabeza en señal de saludo.
Frente a mí, hay ocho hombres y ninguna mujer. Esto va a ser un desafío.
—Lamento su pérdida —dice uno de los hombres. Yo lo miro fijamente y asiento sin decir una palabra.
—No tengo todo el día, tengo cosas más importantes que hacer —dice el hombre a mi derecha. Lo examino de arriba abajo con desdén.
—No entiendo por qué todos ustedes están aquí. Esta es mi empresa, mi dinero, mi negocio a partir de ahora —digo. Los hombres se miran entre sí y estallan en risas.
—¿Tú... quieres... la empresa? —pregunta el hombre a mi derecha, aún riéndose. Me incorporo en mi silla y aprieto las manos con tanta fuerza que siento dolor.
—¿Por qué debería darles la empresa a ocho hombres gordos y calvos que se creen superiores? No les debo disculpas; deberían pedir perdón por subestimarme —digo, apretando las manos aún más, mi rostro permanece impasible.
—Se ve que no te ha quedado claro, imbécil homofóbico. La edad, el sexo, la orientación sexual o el color de la piel no determinan la capacidad de alguien para dirigir. Tú estás diciendo que, por ser mujer y hija de un exjefe gay, no puedo manejar mi propia empresa. Es como si yo dijera que tú eres un incompetente solo porque eres hombre, machista, homófobo, calvo y gordo. Así que deja de hacer el ridículo y toma en serio esta situación —digo con una calma inquietante.
—¿Sabes qué era Richard? —pregunta el hombre a mi derecha.
—Gay.
—Exacto. ¿Qué podemos esperar de alguien que estaba enfermo y de seguro su hija igual? Todos aquí sabemos que él iba a morir por su enfermedad. Tú debes ser igual. Por Dios, mírate. No tienes experiencia, eres incompetente y una mujer menor de edad. ¿Qué crees que puedes aportar a la empresa que no podamos aportar nosotros? —dice el hombre mientras me examina de arriba abajo. Yo bajo la cabeza para soltar una pequeña risita.
—Parece que no te ha quedado claro, imbécil homofóbico. La edad, el sexo, la orientación sexual o el color de la piel no determinan la capacidad de alguien para dirigir. Tú estás diciendo que, por ser mujer y hija de un exjefe gay, no puedo manejar mi propia empresa. Es como si yo dijera que tú eres un incompetente solo porque eres hombre, machista, homófobo, calvo y gordo. Así que deja de hacer el ridículo y toma en serio esta situación —digo con una calma inquietante.
—Niña insolente, deberías de tener vergüenza; pide disculpas o sino…
—¿Pedir disculpas? No me voy a disculpar por ser lo que soy. No es por orgullo, te lo puedo asegurar. Tú deberías pedirme disculpas por faltarme el respeto. Tú primero —digo, ya harta de su insolencia.
Él se acomoda en su asiento para decir algo más, pero el abogado habla primero.
—La Señorita Comanov es dueña de todo; en el testamento del Señor Comanov, dice específicamente que le deja todo a ella y a nadie más.
Todos se tocan la frente, asimilando. Yo dejo escapar una sonrisa llena de orgullo.
—Gané —digo. Todos se miran, y el único que se levanta para irse es el hombre que estaba al lado mío. Antes de salir, mira al resto.
—Quédense ustedes para que se les contagie lo homosexual, cochinos repugnantes —antes de irse, me mira—. Tu padre merecía morir —dice con desprecio. Yo me levanto con furia y le doy una cachetada. Lo miro con un gran enojo, mi respiración comienza a agitarse.
—Te destrozaré tu miserable vida, ser repugnante —digo mientras salgo de la sala de reuniones. El abogado me sigue con rapidez.
—Haz los papeles para los que se quieren quedar, te mandaré el nuevo contrato para que lo veas. Así lo envías a todos los empleados. Ah, y haz un documento que diga que yo soy la nueva jefa de esta empresa. No confío en los hombres de la reunión. Cuando termines, mándamelo todo a mi correo —digo mientras me dirijo a la oficina de mi padre. Él entra conmigo y yo solo lo miro, sin comprender qué hace aquí.
—Necesito que firmes un par de papeles. Tienes una reunión con unos mexicanos. Luego está el almuerzo, donde te recomiendo que leas el resto de los papeles pendientes. Después tienes otra reunión con el dueño de otra empresa. Richard venía posponiendo esa reunión, así que te toca tomar el mando —dice mientras anota algunas cosas en su tableta. Yo solo me siento en la gran silla de cuero. Todo está organizado perfectamente—. ¿Realmente crees poder hacerlo?
—Claro que sí. Mi padre me enseñó todo lo que debo saber. Siempre decía que era por las dudas que debía aprender lo antes posible. Ahora sé que lo hacía para que, si él moría y yo no había entrado a la universidad, pudiera tomar su puesto lo más rápido posible —digo mientras tomo la foto de nosotros dos que está en el escritorio. Damian asiente mientras se da la vuelta para irse.
—Damian —le llamo; él se gira para prestarme atención.
—¿Sí, qué necesita?
—Eres un pervertido pedófilo —digo con una sonrisa, mientras paso las llamas de mis dedos por la cara de mi padre.
—Lamento lo del ascensor —dice bajando la cabeza. Yo río y agito la mano en señal de que no es importante.
—No canceles ninguna reunión y tráeme todos los papeles que debo firmar y leer —digo con el ceño fruncido. Damian sonríe y se retira de la oficina. Dejo la foto en su lugar y me giro para mirar el gran ventanal de la oficina. Suspiro y observo mi mano.
Tiene pequeñas manchitas de sangre. Eso me recuerda que debo mantenerme en calma y no perder la paciencia. Me hace saber que estoy con los pies en la tierra y que debo tener cuidado con todas las personas a mi alrededor.
Veo desde el ventanal cómo el hombre que me insultó, a mí y a mi padre, es expulsado del edificio por los guardias de seguridad. Una sonrisa de satisfacción se dibuja en mi rostro.
—Esto debo contárselo a Emma… Emma… Emma —termino de leer todos los papeles, así como de firmarlos. Los acomodo todos, y cuando termino, limpio mis manos, tiro todos los envoltorios de los dulces a la basura, dejo todo bien acomodado y tomo mi bolso, lista para la reunión programada.