CAPITULO 31: Alexter
Llego a la par de Melina a su casa. Durante todo el camino, he estado pensando en cómo abordar el tema con Melina y su familia. Tengo muy claro que no les va a gustar lo que tengo que decir, pero sé que es lo mejor para ambos, incluso para mi hijo.
De camino, hablé con Daniel y le conté muy por encima lo que pienso hacer. Al principio, se molestó mucho ;es de entender, es su hermana menor, pero terminó por entender que no es justo para su hermana estar atada a un hombre que no le puede brindar todo el amor que ella se merece. Solo me pidió que tuviera mucho tacto al hablar con ellos.
—Hola, cariño. ¿No piensas bajar del auto? No creo que sea muy cómodo hablar con mis padres de matrimonio desde esa posición —ella sonríe, y yo me pregunto si seré capaz de romperle el corazón a esta mujer que lleva tantos años a mi lado. Empiezo a dudar.
—¿Te pasa algo, Alex?
—No, vamos —me bajo del auto—. Melina, antes de hablar con tus padres, necesito hablar contigo a solas.
—Sí, te pasa algo. Pero primero, quiero que abramos juntos los resultados del laboratorio.
—Justo de esto quiero que hablemos —trato de sonar suave. No quiero hacerle más daño del que sé que esta decisión le va a causar—. Melina, eres una mujer hermosa. Has estado conmigo todos estos años, y te quiero mucho, de verdad que te quiero, pero... —no sé cómo proseguir.
—¿Pero qué? —está algo ansiosa, y mi silencio no ayuda—. ¿Pero qué? ¡Termina de hablar! —se nota que está molesta.
—Quiero que sepas que ni a ti ni a mi hijo les va a faltar nada. Que siempre voy a estar aquí para él y para lo que tú necesites.
—¡Termina de hablar de una buena vez! —grita, lo que ocasiona que sus padres salgan a la puerta de entrada.
—¿Qué está pasando aquí, Alexter? —pregunta su madre.
—Vamos, Alex, termina de hablar —dice Melina.
—Melina, será mejor que te calmes un poco y que lo hablemos en privado.
—¡No! Vamos, continúa. Vamos, si eres capaz de decir lo que tienes que decir al frente de mis padres.
—Termina de hablar, Alex —dice su padre.
—Creo que lo mejor será que nosotros entremos y ellos hablen solos y en paz —trata de ayudarme Daniel, y se lo agradezco.
—¿Te vas a poner de parte de él? —le pregunta Melina a su hermano, y este solo levanta las manos a modo de señal de paz.
—Creo que mejor entramos. Ya los vecinos no tardan mucho en empezar a asomarse —dice Coral, la madre de Melina.
Mientras nos dirigimos a la entrada de la casa, recuerdo el sobre que me dio Melina hace unos minutos. Lo abro... y vaya la sorpresa que me llevo.
—Melina, no estás embarazada —digo sin detenimientos de ningún tipo.
—¿Qué estás diciendo? —me arranca la hoja de las manos y la lee—. No puede ser... no pued... —hace una pausa—. ¿Esto es lo que querías, verdad?
—Estás equivocada —le digo, y soy sincero. Puesto que, aunque me agarró por sorpresa, ya me había hecho a la idea de ser padre.
—¿De qué estás hablando, hija? —pregunta Alonso, el padre de Melina.
—¿Qué de qué estoy hablando, papá? Que Alex no venía a pedir mi mano. Él no venía a hablar de los preparativos de la boda. Él solo venía a decirme que no se iba a casar conmigo, que no quería hacerse cargo de su hijo, y todo por una zorrita de la oficina.
—Las cosas no son así, Melina —le digo, molesto por su comentario y por sacar las cosas de contexto.
—¿Ah, no? ¿Y cómo son según tú, entonces? —pregunta Coral.
—Sí, es verdad que yo no venía a hablar de matrimonio, pero en ningún momento insinué que no me iba a hacer cargo de Melina y mucho menos de mi hijo.
—Pues ahora puedes estar feliz e irte detrás de la mujercita esa. Porque te aseguro que es por ella que venías a terminar con nuestro compromiso.
—A ver, creo que deberíamos calmarnos. Gritando no van a solucionar nada —dice Daniel, el cual no estaba enterado de mis sentimientos por Melissa, pero que no son los únicos motivos para la decisión que ya había tomado.
—Melina, entiende. No es porque yo haya encontrado o no a alguien más. Es porque, desde hace tiempo, no somos los de antes. Por favor, entiende.
—Vete, Alex. No quiero saber de ti y mucho menos de tus supuestas razones inventadas —dice ella con mucho dolor.
—Alex, amigo, ahora no es el momento. Mejor vete y mañana hablamos en la oficina. Mira que aún me debes una explicación. Esto no fue lo que hablamos.
Me subo a mi auto, no sin antes ver cómo Melina me observa con una mezcla de dolor y rabia ;por ahí dicen que no hay nada más peligroso que una mujer despechada.
Camino a casa, llamo a mi madre para ir adelantándole un poco de lo que acaba de pasar en casa de Melina.
—¡Ay, hijo! ¿Qué te puedo decir? Yo ya me había hecho a la idea de un mini tú diciéndome abuela a cada rato, pero Dios sabe por qué hace las cosas. ¿Y ahora qué tienes pensado hacer? —pregunta mi madre, y sé a qué y a quién se refiere.
—Hablar con ella lo antes posible —le digo sin titubear.
—¿Hoy? ¿Vas a ir a su casa?
—No, voy a esperar a mañana. Sé que si me ve en su puerta, ni siquiera va a querer abrirla... Me dejó bien en claro que no quería saber nada de mí la última vez que pudimos hablar fuera de cosas de trabajo. Además, no sé si sea buena idea ir a hablar con ella enseguida de terminar lo mío con Melina.