El centro de alta seguridad para pacientes con problemas psiquiátricos parece un castillo medieval, con altos muros de piedra y sombrío, supongo que aprovecharon algún viejo edificio que sobrevivió al oscurantismo, tal vez en ese entonces servía a la iglesia para castigar a los herejes y ahora castigan a los deficientes mentales. En teoría todos aquellos asesinos seriales desalmados que han alegado demencia y se les ha comprobado residen aquí, en celdas frías y húmedas esperando a que llegue el final de sus días.
Enormes bloques de piedra conforman tanto el muro exterior como las paredes externas del lugar, todo está hecho de cantera negra, algunos letreros de metal con las letras grabadas en ellos le quitan un poco la magia.
El día es frío, no tarda en llover, Müller y Glozz decidieron acompañarme, tal vez por curiosidad, dudo qué como acto de valentía. Llegamos a la recepción, es demasiado amplia y en el centro hay un policía que nos ve con ojos cansados, parece agobiado, no ha de ser sano convivir con enfermos mentales diario. A su alrededor un hombre con overol blanco camina errático con una escoba en sus manos, hace el ademán de barrer, pero en ningún momento toca el suelo.
—Sparky… así le llamamos de cariño, es uno de los internos menos peligrosos, de hecho nos ayuda a recibir a las visitas— me dice el policía brindándome una sonrisa agradable que intento corresponder. De pronto el tal Sparky camina hacia mí y me sonríe mostrándome sus dientes chuecos y podridos, no tiene ni un solo cabello en su cabeza, ni cejas, ni pestañas.
—Sí que es bonita— me señala con su índice y no puedo evitar sentirme incómoda, tengo ganas de simplemente alejarme de él o empujarlo, pero recuerdo que en teoría yo soy la muestra de la cordura y educación.
—Gracias Sparky— sonrío de lado manteniendo mi distancia.
—¡Es un ángel! ¡El cielo nos ha mandado un ángel!— Grita abriendo los brazos hacia arriba, su mirada también se clava en el techo como si pudiera atravesar todo el edificio y ver directamente a Dios a los ojos —¡Jacob se sentirá bendito cuando te vea!
—¿Jacob?
—Uno de los reclusos, de hecho esta en la celda contigua a la del doctor— responde el policía mientras ve unos papeles que le ofrece el abogado Viktor.
—Benditos aquellos que estamos ante la presencia de un ángel como tú— dice Sparky haciendo reverencias, incomodándome cada vez más.
—Lo dice porque no te conoce— Müller se acerca y me susurra a mi espalda, cuando volteo sonríe de forma forzada para después acercarse al policía que está revisando cada papel.
—Esto lo tiene que revisar el doctor Baróti— levanta la mirada de los papeles el policía y antes de que podamos hacer algo más, detrás de él, en las escaleras centrales que se bifurcan hacia ambos lados, viene bajando un hombre rubio de ojos verdes ya entrado en edad, calculo que rebasa considerablemente los 40 años, tal vez 48, pero no creo que llegue a los 50.
—Están aquí, eso significa que la agente Cárter aceptó la petición de nuestro recluso— dice con una sonrisa forzada, me ve de arriba abajo, con fascinación y asco, me ofrece su mano y cuando la estrecho no tiene un agarre firme y eso me desespera un poco. —Que valiente al enfrentarse de nuevo a esta bestia. Me presento, soy el doctor Zsolt Baróti, el director de este centro.
—Gracias, supongo. Yo soy la agente Simone Cárter— suelto su mano y me cruzo de brazos, prefiero la presencia de Sparky.
—Hemos venido a ver al bastardo, ¿Cuándo podremos pasar con él?— Pregunta Müller acercándose al doctor, balanceando su cuerpo al apoyarse con su bastón.
—Deduzco que usted es el jefe del departamento de homicidios, lamento decirle que no podrá pasar— le responde el doctor con una amabilidad hipócrita.
—¿Qué? ¿Por qué?— Reclama Müller sin quitarle la mirada de encima al doctor.
—En primera… por que el “doctor” Meyer no lo solicitó a usted— pronuncia el nombre de Aiden con repudio, como si fuera una flema atorada en su garganta que le da asco —en segunda por que no puede pasar con ese bastón… hay reglas que debe de seguir en este lugar para que las cosas marchen bien ¿entiende?— Después voltea hacia mí, me vuelve a ver de arriba abajo y se asoma por el escritorio del policía, toma una pequeña canastilla de plástico y me la ofrece. —No puede entrar con armas, pasadores, anillos, collares, aretes, plumas o lápices— me quedo con la pequeña canastilla color violeta en mis manos y trato de recordar cada palabra que pronuncio intentando pensar si cargo algo de eso. Cuando comienzo a retirarme el arma con los cargadores comienza de nuevo a hablar— tampoco esa placa, no es necesaria aquí. —Asiento y después de un suspiro caótico pongo cada cosa en la charola —nada de monedas, billetes, cinturones, cadenas, celulares— me sigue viendo fijamente como si esperara a que me desnudara delante de él, después voltea hacia Müller y lo ve de nuevo con ironía— nada de bastones.
—¿Entonces dejaremos que ella vaya sola con el psicópata?— Pregunta Müller fingiendo preocupación cuando lo único que quiere es ir conmigo para saciar su morbo.
—La petición del doctor Meyer es que sea ella sola, sin micrófonos, sin cámaras, es la única forma en la que él puede ofrecer su ayuda y principalmente no realizar la demanda por difamación y falso testimonio lo cual creo que les conviene en exceso— recuerda el abogado el trato al que aceptamos. — Por cierto, nada de esto se llevara a cabo sin las firmas correspondientes, Dr. Baróti ¿me permite su oficina para poder firmar ciertos papeles?— Pregunta el abogado levantando su portafolio de piel negro.
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Editado: 19.05.2021