Dueña de mis letras

Quiebre de realidad

El fin de semana pasa de un pestañazo como si nunca hubiera existido, aunque para mí, fue todo un infierno. Entre mocos y raras mezclas hechas por mi madre, de algún modo, hoy lunes pude amanecer decente. Tengo el cuerpo pesado, pero es normal, no es como cuando de niña me enfermaba y al otro día estaba como si nada, ahora los años me pasan el precio y no estoy en la mejor forma posible.

Menos mal el guardia me abre la puerta para entrar, porque por mi propia fuerza a duras penas hubiese podido. Comparto el ascensor con dos personas más que no conozco ni saludan, así que los ignoro y me concentro en no estornudar para que no salgan bacterias de mí o algo peor que pueda asomarse por mi nariz.

El elevador llega al piso señalado y las puertas se abren mostrándome que aún no ha llegado casi nadie, sólo la diseñadora y Oliver, quien es demasiado puntual con su vida. Europeo tenía que ser el pobre.

Me acerco a la diseñadora, una joven con la que no he tenido la oportunidad de compartir mucho. No debe tener más de veinticuatro años quizá, que tiene unos ojos a pesar de estar rodeados de ojeras poseen un amigable brillo.

—Hola —saludo con un gesto de cabeza.

—Qué tal, Chandra —responde con un té en mano.

Rayos, no me sé su nombre, y creo que se me ve en la cara, porque sonríe divertida leyendo mi mente y lo dice en voz alta.

—Noemí. Sé que no te acuerdas de mí, pero no hay problema. Qué necesitas.

TE ADORO. Ya tengo una nueva persona favorita en la oficina. Obvio después de Nora, porque ella es la número uno.

—Gracias, no creí que te ofrecerías con tanto ánimo…

Se encoge de hombros y arregla sus lentes. Podría decir que luce como una nerd, pero de alguna u otra forma no lo es. ¿Será porque es latina? Las mujeres latinas siempre tiene ese algo.

—Es que, me gusta ayudar y, me agradas, eres de las pocas personas que no son idiotas por aquí.

Siento que ese fue un intento de cumplido, pero no tiene mucho tino para decir buenas palabras. Ahora entiendo porqué fue dos veces cancelada en la oficina, no sabe expresarse.

—Muchas gracias —junto mis palmas —. ¿Podrías hacerme una portada para un libro? Es un texto que no es de la editorial, así que te pagaría yo el trabajo.

Levanta una ceja y se retira despacio los lentes. Puedo ver sus ojos con mayor claridad, y tienen un hechizo magnifico. ¿Quién es esta mujer?

—Ok, puedo hacerlo, pero necesito leer al menos el libro, no trabajo sin saber de qué trata, eso hace que el resultado final se mejor.

No. Eso jamás.

A lo largo de mis años trabajando en esta editorial me he humillado bastante, y no deseo hacerlo también con esta niña nueva. Los jóvenes son más crueles que la gente de mi edad, y lo sé porque he sufrido de bullying a lo largo de casi toda mi existencia.

—¿Hay alguna otra manera de llegar a un acuerdo?

Juego con mi zapato en el suelo para quitarme un poco el estrés que siento en todo el cuerpo.

—Déjame adivinar —se derrite en la silla y junta las palmas —. El libro es tuyo y no quieres que lo lea — levanta una ceja al terminar de hablar.

A mi edad he notado que la inteligencia en las nuevas generaciones va en decadencia, pero esta niña debe desayunar algo especial para poder llegar a esas conclusiones.

—Estás desperdiciando talento en esta editorial. En vez de diseñadora deberías ser detective.

Sonríe desviando la mirada. Por qué todos acá tienen una sonrisa perfecta menos yo. Es injusto.

—Quería serlo, pero me rechazaron, así que terminé acá.

—¿En serio? Perdón…

Por intentar ser sarcásticamente divertida abrí una herida del pasado. No esperaba que esa fuera su respuesta.

—Pero me gusta lo que hago. Ahora me dedico a diseñar portadas de libros cachondos haciéndolos lucir inocentes —finge entusiasmo —, y vaya que me gusta.

Se rasca el cuero cabelludo con violencia y finge llorar, aunque no sé qué tan falsas serán las lágrimas que caen por sus ojos.

—Estoy cansada de tanta pornografía literaria —reclama —. Dime por favor que tu libro no es así y hago el trabajo gratis.

Una gran sonrisa aparece en mi rostro y noto que esta es mi oportunidad no sólo de sacar provecho, si no también, de ganar una posible aliada. Es lectora, se ve simpática, y además, piensa igual que yo. A Nora y a mí nos hace falta un poco de jawani en nuestro grupo algo avejentado. Además, como tampoco es inglesa, quizá entienda todos los problemas que vivimos las extranjeras en nuestro día a día, o puede que no con ese aspecto.

—Te entiendo perfectamente —comienzo a emocionarme —. De hecho, esa es una de las razones por las que comencé a escribir, para salir un poco de lo spicy y burlarme de los típicos clichés que vendemos.

Levanta su rostro hacia mí y este vuelve a estar iluminado.

—Considéralo hecho. Mandame el enlace a este correo —extiende una tarjeta de presentación — y veré qué puedo hacer.

Observo la tarjeta de cartón por ambos lados y me quedo algo extrañada. Creí que los jóvenes ya no usaban esto, que su divulgación era más bien de manera digital.

—¿No sería mejor tu número para mandártelo por mensaje?

Achina los ojos juzgándome.

—Aún no somos tan amigas, Gupta.

Gupta. Me llamó por mi apellido y no por mi nombre. Me tomaré ese rechazo como algo personal, pero no me puedo quejar mucho, es primera vez que converso con ella luego de verla durante bastante tiempo en esta oficina, aunque no viene todos los días al trabajo, imagino que debe ser porque trabajará desde casa.

Me despido agradecida prometiéndole que le enviaré el libro apenas tenga tiempo libre, porque por ahora, debo enfocarme en hacer lo que tengo que hacer, o sea, ser explotada laboralmente por un sueldo que no vale la pena. Menos mal soy soltera y vivo en casa de mis padres, aunque ellos me exigen aportar.




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