CLAIRE
Miro a mí padre que está delante de mi, como desearía abrazarlo pero este maldito cristal no me lo permite.
– ¿Cómo has estado, cariño? –me pregunta.
– Bien, papá –le sonrío tristemente–. La tía Mary es muy buena... Pero te extraño mucho.
– Yo también te extraño, mí amor –apoya su mano en el cristal–. Te pareces tanto a tu madre.
– Estoy hablando con otro abogado –le digo–. Quizás podríamos reabrir el caso y...
– No, cielo, no –me detiene–. No vas a poder sacarme de aquí. Los Lombard jamás permitirán que eso suceda.
Bajo mí cabeza mirando hacia el piso, mis lágrimas empiezan a salir sin control.
– Papá... no puedo quedarme ahí libre –lloro–. Sabiendo que tu estás aquí... injustamente.
– Tienes una vida, mí cielo –llora conmigo–. Y yo soy un estorbo en ella. Anda, sal, vive, enamórate y ten una familia feliz y buena. Olvídate de este viejo.
– No me pidas que haga eso, papá –lo miro–. No podré hacerlo. Te sacaré de aquí, buscaré evidencia que inculpe a los Lombard. Te sacaré de aquí.
– Basta, Claire –me mira sonriente–. Si me amas, aléjate de ellos y ve a vivir tu vida.
– ¡No lo haré y te aseguro que voy a lograr que todos y cada uno de los Lombard paguen! –le digo segura–. Los veré caer desde lo alto de pedestal uno a uno. ¡Caerán ante mí hasta suplicarme que me detenga!.
– ¡Hija no!. Te prohibido que lo hagas –me dice seriamente.
– Ya tengo 24 años, papá –me levanto–. Ya lo he decidido. Estarás libre y ellos en prisión.
Así me voy escuchando los gritos de mi padre pidiéndome que cambie de opinión.
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• UNA SEMANA DESPUÉS •
• Nueva York •
Aquí estoy frente a la iglesia que venía junto a mis padres cuando era niña, antes de que mí vida se arruinara. Suspiro y entro, veo que hay un hombre de la edad de mí padre limpiando el órgano... El padre Andrews
Recuerdo todos los domingos que venía junto a mis padres, las predicas del padre siempre hacían que la gente llorara.
– Padre Andrews... –lo llamo.
Este se gira hacia mí, está viejo. Me mira confundido y luego se acerca a mí.
– Señorita... –me dice–. ¿Puedo ayudarla?.
– Quizás no me recuerde pero yo a usted si –le digo–. Venía cuando era niña hace dieciocho años, con mis padres hasta que una tragedia ocurrió.
Achina los ojos antes de abrirlos con sorpresa y alegría.
– ¿Claire? –pregunta–. ¿Eres tu Claire Winter?
– Simons... pero si, soy yo –le digo.
– Claro, entiendo –se acerca–. Cómo has crecido, querida. Lamento lo de tus padres.
– Gracias, pero espero que al menos tu creas que es inocente –le digo apenada–. Porque lo es.
– Siempre lo supe, Claire –me sonríe–. Ojalá lo puedan liberar algún día.
– Lo harán, me asegurare de eso –suspiro–. Antes, necesito que me haga un favor. ¿Puede?
– Claro –me responde–. ¿Que necesitas?
Asi me encuentro en este cubículo para confesión, el padre está del otro lado de la rejita.
– Perdoname padre... –digo.
– Él te perdona, querida –responde–. Te escucho.
– Estoy enojada, padre –le digo–. Muy enojada, quiero ver sufrir a la gente que le hizo eso a mí madre y a mí padre.
– ¿Hablas de que quieres justicia? –habla con voz serena.
– No, no hablo de justicia –le digo–. Hablo de venganza.
– La venganza no lleva a nada bueno –me dice–. Cree en Dios y estarás bien.
– Creo que Dios, padre Andrews. De verdad lo hago –apoyo mí cabeza en la pared–. Pero no puedo dejar este sentimiento.
– Quizás tengas que alejarte –me aconseja–. ¿Que te parece el campo?
– No me iré a ningún lado –digo segura–. No hasta completar lo que vengo a hacer.
– No lo entiendo, Claire –me dice–. ¿Vienes a pedir perdón por lo que hiciste?
– No padre... –le niego–. Vine a pedir perdón por lo que voy a hacer
– Pues que Dios te perdone, hija –me dice.
– Gracias, padre –salgo del cubículo.
Me voy de la iglesia, quizá se arrepienta, quizás no. Pero mí padre saldrá de su condena y mí madre descansará en paz.