Dulce Locura

Capítulo 5: Empezando vida juntos

Vico no estaba del todo de acuerdo con que acompañara a Julián, pero me dijo que hiciera lo que quisiera. Él se marchó temprano después de desayunar a buscar otro trabajo, antes de irse le desee suerte y él me respondió:

«La suerte la vas a necesitar tú. No dejes que te metan presa».

En aquella marcha éramos apenas quinientas personas, en ese entonces me parecía una cantidad impresionante. Había ayudado a Julián a hacer pancartas, más bien él las dibujaba y era yo quien le ayudaba a inventarse las frases. «Más revolución y menos represión» esa era la frase que tenía escrita nuestra pancarta. Julián la había dibujado con mucha habilidad, era muy talentoso.

Él iba eufórico y con una plena sonrisa en el rostro. Yo también me encontraba emocionada, era divertido, entre la música y los estudiantes emocionados el ambiente se tornaba festivo. Encontré a Isaac entre los manifestantes, dejé a Julián con su euforia y festividad, y me acerqué.

—¡Ahí viene la policía! —exclamó una chica que corría en dirección contraria al rumbo que iba la marcha.

Rápidamente algunos empezaron seguirla, pronto todo se volvió un alboroto de jóvenes que corrían despavoridos, eso me hizo perder a Julián de vista y para no perder a Isaac me agarré de su suéter. Ambos corrimos siguiendo a la multitud, se podían escuchar las sirenas de la policía y creo que también la de un camión de bomberos.

No faltó el valiente que se puso con la policía y terminó con gas pimienta en la cara. Isaac y yo acordamos que lo mejor era perdernos entre las calles para mantenernos lejos de los oficiales. Lo malo fue que muchos pensaron como nosotros y no tardaron en hacerse pequeños grupos que llamaban más la atención de las patrullas.

El sonido de la sirena de bomberos se hizo más potente y pronto estábamos acorralados por ese gran camión y nos rociaron con la manguera. Casi nos ahogaron, una vez que vieron que estábamos indefensos y sin fuerzas para seguir alborotando el camión se fue. Lo que se acercaba ahora era la patrulla de policía dispuesta a detenerlos.

Corrimos lo más rápido que nuestras empapadas piernas nos lo permitieron hacia allá, iniciamos una especie de recorrido en laberinto por todos los callejones y calles con los que nos topábamos. No teníamos una dirección o un plan, únicamente nos importaba alejarnos de la gresca. Cuando perdimos el sonido de las patrullas y el camión de bomberos nos recargamos en una pared para descansar y recuperar el aliento.

—No se esperaba esto ¿verdad? —pregunté a Isaac.

Me exprimí la blusa y también el cabello, mi ropa estaba tan mojada que pesaba.

—Había visto las noticias y leído en el periódico antes, sabía bien a lo que venía. —Él se sacudió su castaña cabellera dejándola aún más alborotada de lo normal—. ¿De aquí a dónde?

—No lo sé, ¿sabe dónde estamos?

—Ayer lo dije, no soy de aquí soy del norte —respondió estupefacto.

—¿Eso no era mentira? —pregunté impresionada.

—No —respondió enojado—, ayer revolví la realidad con historias.

—¿Y qué me haría si le digo que yo tampoco soy de aquí? —pregunté con una sonrisa nerviosa.

—¿Es en serio? —preguntó indignado.

—Mira no le quiero dar explicaciones, pero... Apenas y sé moverme de ciertos puntos en específico.

—¿Y qué vamos a hacer?

—No lo sé, pero creo que es mejor que caminemos en línea recta a ver si logro reconocer alguna calle en el camino, de todos modos, la ciudad no debe ser muy grande.

—Según las revistas esta es una de las ciudades más grandes del mundo...

—Dejé de ser tan pesimista —mascullé.

Aunque iba aparentado seguridad, en realidad me encontraba nerviosa y dándome para siempre por perdida. Se nos fue el día entero caminando sin rumbo, ninguno de los dos llevaba dinero para por lo menos tomar un taxi hasta nuestros hogares.

—¿Y si es del norte por qué no tiene el acento de allá? —pregunté para evitar el incómodo silencio. Estaba consciente de lo estúpida que era mi pregunta.

—Cuando decidí que vendría a estudiar aquí me puse a practicar la forma de suprimirlo y creo que resultó —respondió con ligero orgullo.

—Aunque ahora que lo dice se nota un poco en tu entonación —dije tratando de imitar la peculiar forma de hablar de hablar de los "norteños".

—Ni siquiera lo hace bien Carla —dijo fastidiado.

—¿Cómo no Isaac? —pregunté aún imitándolos—. Si ya hasta me siento de allá.

—No haga eso. —Sin querer a él también se le salió el acento, Isaac se tapó la boca con la mano y yo solté sin vergüenza una carcajada—. ¿Por qué hace esto?



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En el texto hay: universidad, mexico, amor

Editado: 12.08.2019

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