Salimos del mercado cargados de bolsas y, sin perder tiempo, nos subimos al auto. Bruno toma el volante, y yo me acomodo en el asiento del copiloto, dejando escapar un suspiro de alivio. El trayecto hacia el jardín de Dante comienza, y noto que el ambiente dentro del auto ha cambiado: es sorprendentemente cálido, relajado, como si la tensión de antes se hubiera desvanecido sin que nos diéramos cuenta.
Miro a Bruno de reojo, y al ver que él también parece más relajado, decido aprovechar el momento. Con una sonrisa juguetona, conecto mi celular al sistema de audio del auto y escojo una de mis playlists favoritas. Unos segundos después, la voz de Taylor Swift comienza a llenar el espacio. Es casi automático: mis labios se mueven al ritmo de la música y empiezo a cantar sin pensarlo dos veces. Entre mordiscos a la hamburguesa que tengo en la mano y tarareos, me siento extrañamente feliz. Siempre he sido una gran fan de Taylor Swift, y nada me gusta más que disfrutar de su música mientras como algo delicioso.
Bruno me observa de reojo, con una sonrisa en los labios.
—¿Se te pasó el mal humor? —pregunta en tono burlón, alzando una ceja.
No puedo evitar reírme. Al final, tenía razón. Estaba de pésimo humor mientras terminábamos las compras, y todo porque el hambre me estaba consumiendo. Intenté no mostrarlo para no molestar a Bruno, pero seguro se dio cuenta. Los puestos de comida estaban al final del mercado, y no quería que él pensara que lo obligaba a detenerse antes de tiempo. Pero para mi sorpresa, cuando yo estaba ocupada en un puesto, Bruno desapareció por un momento y volvió con una hamburguesa en la mano. Ese gesto, por más simple que fuera, cambió mi humor de inmediato.
—¿Yo? ¿De mal humor? —respondo fingiendo indignación, frunciendo el ceño exageradamente—. No hay nada que una hamburguesa y Taylor Swift no puedan arreglar —digo, tomando un último mordisco y encogiéndome de hombros con un aire de satisfacción.
Bruno suelta una carcajada que retumba en el auto y niega con la cabeza, claramente divertido.
—Tomo nota —dice mientras maniobra para estacionar. Hemos llegado al jardín de Dante.
Justo cuando estamos por bajar, el celular de Bruno suena. Él me lanza una mirada rápida.
—Perdón, tengo que contestar. Adelántate tú —dice, llevando el teléfono a su oído antes de salir del auto.
Le devuelvo una sonrisa y asiento con la cabeza, saliendo yo también del auto y caminando hacia la entrada del jardín. A mi alrededor, varios padres ya esperan a sus hijos, conversando entre ellos o revisando sus teléfonos. Me coloco cerca de la entrada, observando el ir y venir de las personas cuando siento que alguien se coloca a mi lado.
Giro la cabeza, curiosa, y me encuentro con un hombre un poco más alto que yo. Es rubio, de ojos verdes, con facciones que me recuerdan a un joven Brad Pitt. Lleva un traje impecable y me sonríe con esa confianza que solo tienen ciertos tipos de hombres. No puedo negar que es apuesto, pero, al mismo tiempo, algo en él no logra despertar en mí esa chispa que inevitablemente siento cuando estoy cerca de Bruno.
—Hola —le digo educadamente, devolviéndole la sonrisa.
—Hola, mucho gusto —responde, inclinando un poco la cabeza y mostrando una sonrisa que intenta ser encantadora—. Soy Ian.
—Un gusto, Ian. Soy Sofía —respondo con cortesía.
Él se mete las manos en los bolsillos de su traje, manteniendo la conversación con una actitud relajada.
—No te había visto por aquí antes. Si lo hubiera hecho, créeme, no podría olvidar a una mujer tan hermosa —dice, lanzándome una sonrisa coqueta que me hace sentir algo incómoda—. ¿Vienes a recoger a algún sobrino? —se acerca un poco más, y yo, sin pensarlo, cruzo los brazos frente a mi pecho, manteniendo la distancia.
Antes de que pueda responder, siento de repente unos brazos rodeándome la cintura por detrás. Me sobresalto, pero cuando giro la cabeza, me encuentro con la mirada cálida de Bruno, quien me da un beso rápido en la mejilla.
—Amore, perdón por la tardanza —dice, su voz llena de familiaridad, mientras me mira con una sonrisa divertida—. ¿Nuestro hijo ya salió? —añade, poniendo un énfasis especial en las palabras "amore" e "hijo", dejando claro ante Ian cuál es nuestra situación.
Ian, desconcertado, se queda unos segundos mirando a Bruno, luego a mí, y vuelve a sonreír, aunque esta vez con una mezcla de sorpresa e incomodidad. Su confianza de hace un momento parece tambalearse un poco.
—Oh, ya veo… —dice, carraspeando mientras mete las manos en los bolsillos del traje de nuevo—. Entonces, este es su… hijo.
Asiento con una sonrisa amable, mientras Bruno, aún con el brazo alrededor de mi cintura, lo mira con una leve inclinación de cabeza. Hay algo en su postura que transmite tranquilidad y firmeza a la vez.
—Sí, Dante es nuestro hijo —responde Bruno, con una voz más suave pero clara—. Estamos esperando que salga.
Ian se ve atrapado, buscando una forma educada de retirarse, pero parece no encontrar las palabras correctas. Bruno le da un pequeño respiro extendiéndole la mano.
—Bruno —dice simplemente, esperando que Ian acepte el gesto.
Ian estrecha su mano y asiente.
—Bueno, un placer conocerte, Bruno. Sofía —dice, inclinando la cabeza hacia mí—. Que tengan una buena tarde —agrega antes de darse la vuelta y alejarse con pasos un poco más rápidos de lo que esperaba.
Editado: 02.12.2024