Bruno
Tal como le había prometido a mi hijo, no falté a ninguno de sus entrenamientos, siempre acompañado por Sofía. Aunque tenía trabajo y varias reuniones, decidí posponer todo; después de todo, él es mi prioridad. Pero, para ser sincero, no voy a fingir que es la única razón por la que no me pierdo ni uno. Sería mentirme a mí mismo. La otra razón es ese entrenador de cuarta, que parece estar enamorado de mi muje... de Sofía, claro. Recuerdo el primer día que llegué un poco tarde y ahí estaba él, muy cerca de ella, demasiado cerca para mi gusto. Así que no dudé en marcar territorio: la tomé entre mis brazos y le di un beso apasionado que dejó claro que Sofía está conmigo. Me gané un reto de su parte, por supuesto, pero valió cada segundo.
Hoy es viernes, 26 de septiembre, el cumpleaños de mi hijo. Han pasado ya dos semanas desde que Sofía me habló de sus padres, pero no pudimos tener esa conversación el sábado pasado porque surgió un imprevisto. Por suerte, lo reprogramamos para mañana, después de la fiesta.
Todavía en piyama, decido bajar a la cocina para preparar el desayuno de Dante, mi hijo, que pronto se va a levantar. Pero al acercarme a la cocina noto que algo es distinto. Al asomarme por la puerta, veo que ya alguien se me adelantó. Ahí está Sofía, con su delantal puesto, el rodete suelto que siempre lleva cuando está en casa, y toda cubierta de harina. Corre de un lado al otro de la cocina, concentrada en lo suyo.
Me apoyo en el marco de la puerta, y me quedo ahí, quieto, disfrutando del espectáculo. Es imposible no sonreír al verla moverse con tanta soltura en lo que ya se ha convertido en su territorio. Cada gesto, cada movimiento, me cautiva. Y en ese momento lo siento otra vez: el amor profundo y absoluto que tengo por ella. Porque sí, estoy jodidamente enamorado de Sofía. Siempre lo estuve, aunque me resistí a admitirlo durante mucho tiempo. Desde que la besé en Italia, supe que algo en mí había cambiado, que me había cautivado por completo, pero mi maldita terquedad me hizo creer que era mejor mantener las distancias, que era lo correcto para los dos.
Sin embargo, estos últimos meses que hemos pasado juntos, conviviendo bajo el mismo techo, me han demostrado que estaba completamente equivocado. Sofía no solo es perfecta para mí, es la persona que quiero tener a mi lado para siempre. Y lo más importante, no hay nadie mejor para ser la mamá de Dante. No hay nadie más con quien me imagine compartiendo el resto de mis días.
Mañana, cuando hable con sus padres, voy a pedirles su mano como corresponde. Quiero que todo sea perfecto. Después, le diré a Sofía lo que realmente siento y haré que nuestra relación deje de ser una farsa para convertirse en algo real, como siempre debió haber sido.
Mientras me quedo apoyado en el marco de la puerta, Sofía parece no notar mi presencia, totalmente concentrada en lo que está haciendo. Estoy seguro de que está preparando algo especial para el cumpleaños de Dante. La conozco lo suficiente como para saber que siempre quiere hacer todo perfecto, sobre todo cuando se trata de él. Se muerde el labio mientras coloca una bandeja en el horno, y por un instante, me siento increíblemente afortunado de tenerla a mi lado.
No quiero interrumpirla, pero tampoco puedo resistirme a acercarme. Cruzo la cocina con pasos silenciosos y me acerco por detrás, envolviéndola con mis brazos. Sofía se sobresalta ligeramente, pero pronto se relaja, apoyando su cabeza contra mi pecho.
—Buenos días —susurra con una sonrisa en los labios.
—Buenos días —respondo, besándole suavemente la coronilla—. Parece que alguien se adelantó con el desayuno.
—Es el cumpleaños de Dante —dice, como si fuera la explicación más obvia del mundo—. Quería hacerle su torta favorita antes de que se despierte.
Me río suavemente, aún sin soltarla.
—¿Y qué pasa conmigo? Yo también quería sorprenderlo.
—Tú te quedaste dormido —me responde divertida, girando un poco la cabeza para mirarme—. Así que, técnicamente, yo gané.
—Eso no es justo —protesto, aunque sin verdadero enfado—. ¿Cómo se supone que voy a competir contigo?
Sofía sonríe, esa sonrisa que siempre me desarma.
—No tienes que competir conmigo. Eres su papá, eso ya te da ventaja.
—Lo sé —respondo, mirándola fijamente—. Pero me gusta hacer esto contigo. No solo hoy, sino todos los días.
Ella baja la mirada, como si estuviera pensando en algo, pero no dice nada. Hay un silencio que no es incómodo, pero sí denso, como si ambos estuviéramos al borde de una conversación que ninguno se atreve a comenzar. Es en esos momentos cuando me doy cuenta de que mañana es crucial. Todo cambiará después de hablar con sus padres, y no puedo evitar sentir un leve nerviosismo ante lo que está por venir.
—Oye —digo, rompiendo el silencio—. Después de la fiesta de Dante... tenemos que hablar, ¿sí?
Sofía me mira, un poco sorprendida por el cambio de tono.
—¿Hablar? ¿Sobre qué?
—Mañana, después de la fiesta. Es importante.
Ella asiente, pero puedo ver en sus ojos que está intrigada, tal vez incluso preocupada. Y aunque quiero decirle todo ahora, sé que debo esperar. Quiero que todo sea perfecto, que no haya ningún margen de error. Dante merece un día especial sin ninguna distracción, y Sofía también.
Editado: 02.12.2024