1
En una tierra no muy alejada de la civilización existieron una vez dos alegres niñas, de buen carácter y juveniles pasiones, que gozaban de belleza y encanto singular. Una de esas chicas era Estrella y para ella la escuela no significaba nada sino un lugar al que iba para hacer su voluntad cuanto quisiera. Alta, bonita y de encantadora sonrisa, la apariencia de la niña poco hablaba de su naturaleza rebelde. Nada le importaba, según ella, al menos eso aparentaba, pues por dentro era una muchacha soñadora y tímida. Su mejor amiga, Sofía, era más la intelectual del dúo, aunque su cabello corto y su sonrisa la hacían ver encantadora. Ambas chicas sólo tenían una cosa en la cabeza: los chicos. ¿Ir a pedir dulces esa noche de Halloween? ¡Ni locas!
Al menos eso era lo que pensaban.
La escuela a la que asistían era realmente pequeña. No había muchos chicos para escoger, y los que había para escoger eran todos poca cosa para ellas. Los chicos de grados más altos no podían evitar notarlas y hacerles algún comentario cuando pasaban. Eran todos unos cerdos, pensaba Estrella. Todos iguales, todos feos, nacos, vulgares y desagradables.
Excepto los misteriosos gemelos de tercer grado, que esa mañana habían aparecido de la nada. Su cabello corto les hacía parecer de dieciocho años al menos. Altos, delgados y de extraños y brillantes ojos. Su bella sonrisa era tan cálida que podía hacer que se derritiera el corazón de cualquier chica. Pero había que andarse con cuidado, pues era el primer día de los chicos en la escuela. ¿Sería acaso muy pronto para hablarles? ¿No parecería algo pretenciosa?
¡No! Aquel era el momento.
Se dirigió con paso decidido hacia ellos, los dos voltearon a mirarla como si se tratara de un solo chico frente a un espejo, y ella regresó intimidada a su rincón junto a la barda de la escuela, donde la esperaba Sofía.
–Si tú vas, yo voy– dijo la niña.
–Son sólo niños– le reprochó su amiga –No es como si fueran a comernos.
–Ve conmigo– le pidió.
–No. Tráelos acá para que las dos los conozcamos.
–Hola– escuchó Estrella a su espalda y se le enfrió la sangre.
Los muchachos estaban detrás de ella, escuchando todo lo que decían.
Se puso nerviosa y fingió no mirar. No sabía qué responder.
–Hola– les dijo Sofía con calma.
La mirada seria de los chicos fulminó a las muchachas. Aquellos ojos eran irreales, un aire de misterio los envolvía.
–Soy Iván– dijo uno de ellos
–Y yo Nick.
–Sofía– le dijo en respuesta –Y ella es Estrella.
–Sólo queríamos decirles– comenzó el primer gemelo –que creemos que son muy lindas.
–Gracias– le respondió la niña intelectual.
–Pero hay algo más– le dijo Nick –Queremos saber si les gustaría hacer algo con nosotros esta noche.
–¿Algo como qué?– preguntó Sofía al ver que su compañera seguía despistada.
–Una cita.
–¿Una cita?
–Para pedir dulces.
–¿Cómo?– las últimas palabras despistaron a ambas niñas.
–Será divertido. Sólo ustedes y nosotros. ¿Qué dicen?
Las niñas no sabían qué pensar. Ya se sentían algo grandes para ir de puerta en puerta recibiendo golosinas. Ya estaban segundo grado de secundaria.
–¿Una cita para ir a pedir dulces?
–¿Es muy pronto para pedirles eso?
Las chicas rieron tímidamente. Los chicos, aunque denotaban seguridad en sus miradas, estaban tan nerviosos como ellas y eso le pareció aún más encantador. Estrella pensó que todo eso de pedir dulces era sólo una excusa para llevarlas a pasear por el vecindario sin parecer muy indiscretos.
–Lo vamos a pensar– dijo Estrella, sin detenerse a ver a Sofía.
–Por favor– dijo Nick –No nos hagan el feo, señoritas.
–¿Dónde nos veríamos?– preguntó Sofía.
–No conocemos bien el lugar– dijo Iván –Como recién hemos llegado de lejos, lo único que conocemos es la escuela. ¿Está bien si nos vemos acá?
–Acordado. Nos veremos frente a la escuela.
Los muchachos se fueron tan repentinamente como se habían acercado, caminando tan iguales que parecían un reflejo en la pared. Las chicas no podían creerlo.
–Están soñados– dijo la más alta.
–Pero hay algo muy extraño en ellos– dijo Sofía. –Dos niños así no vienen y te hablan tan fácil.
¿Cuál era el secreto que los gemelos guardaban? Sólo había una forma de saberlo: aceptando su invitación.
2
Las chicas no podían creer la suerte que tenían. El resto del día sólo podían pensar en lo que harían con los chicos.
–¿Y si tratan de besarnos?– le preguntó Sofía.