Amor.
Paz.
Miedo.
Dolor.
Son sentimientos tan efímeros y a la vez eternos, es como un beso, una lágrima o un raspón, suceden en segundos y todos dejan marcas en uno que duran, no sé si para siempre, pero por años. Hoy puedo decir que conozco todos esos sentimientos y que también cómo todas las personas que transitaron por ellos tengo marcas. Unas más profundas y duraderas que otras.
Por día hay cientos de personas que se deben reencontrar con algún familiar que hace tiempo no ven, de seguro ha de ser así, pero descubrir que tienes un hermano, una familia, es otra cosa muchísimo más gigante, es otro nivel de felicidad que creí jamás volver a alcanzar. No sé cómo explicar mis sentimientos pero si hay algo que se asemeja es paz. Siento paz. Y amor. Y nunca pensé decir esto pero...la sangre tira. Al momento de abrazarlo supe que jamás iba a querer dejarlo, es parte de mí, y jamás nos vimos antes y ni siquiera nos conoceríamos de no ser por Nazareno, pero algo inexplicable y más fuerte que cualquier otro sentimiento me une a él. Une nuestros corazones, nuestras vidas y nuestras heridas que de seguro juntos podremos sanar.
─ ¿Vamos a tú casa o a la mía?─ la mano de Naza sobre mi pierna me hizo dejar de observar por la ventanilla del auto.
─La mía, necesito limpiar y bañarme, cambiarme, ya sabes...apesto.─ me reí ante su repentino gesto de taparse la nariz y asentir a la vez. En verdad necesito bañarme pero Naza exagera, se los juro. El viaje a casa fue muy tranquilo y rápido.
Apenas abrí la puerta de mi departamento los recuerdos volvieron, al adentrarme unos pasos me encontré con los platos de la noche en que Tani hizo lo que hizo. Y con uno que otro vidrio regado por allí, de seguro alguien rompió algo por la desesperación y las corridas. Aún no puedo creer que haya pasado eso en mi casa, justo aquí suceden tantas cosas malas...mi pecho se estrujo y no pude evitar entristecerme y paralizarme mirándolo todo.
─Tranquila, amor, yo me encargaré, ve al cuarto a por ropa y por lo que necesites para bañarte─ sentí los suaves labios de mi Dulce Poeta sobre mi frente, y respiré hondo, su cálido contacto me relajo y llenó de felicidad un instante.
Soy tan afortunada de haber encontrado al dueño del cuaderno de tapas negras y poesía mágica, que a la vez se ha encargado de poner mi mundo de cabeza, de enamorarme, de abrir puertas del pasado que creía bloqueadas para siempre, de unirme con Thiago y también de reencontrarme con mi madre, la que me abandono siendo una beba.
Dios, aún no decido que hacer con ella... ¿Tú qué harías?
Caminé a mi cuarto viendo a Nazareno levantar los platos con comida ya en mal estado, en mi mente agradecí que él se encargase pues de seguro yo terminaría vomitando, soy muy delicada con los olores.
Revisé mi cuarto, busqué mi bata rosa, mis pantuflas, y acomodé mi pijama blanco de seda sobre la cama, luego me cambiaría en la habitación, busqué un lindo conjunto de ropa interior, también blanco, de encaje, muy sexy, a veces es lindo sentirnos sexys, quiero sentirme linda aún después de cosas tan horribles y difíciles como las que han acontecido estos días en mi vida.
Caminé envuelta en mi bata y con la ropa interior en mi mano, pero corrí avergonzada al baño cuando Naza volteó a verme sonriendo pícaro al fijar sus ojos en mis prendas, cerré la puerta del baño quedando como una idiota niña avergonzada, llena de adrenalina, porque Naza vio la ropa que decidí usar para dormir hoy. Observé el piso del baño y estaba limpio, sin rastros de que el cuerpo casi inerte de mi amiga estuvo tendido en el, abrí el grifo y comprobé la temperatura del agua, al estar adecuada para mi gusto me metí bajo el agua clara que impactó sobre mi cuerpo limpiando a la vez los rastros de lágrimas, tensiones y miedos, estaba cansada pero el agua me llenaba de energía con cada gota y el alivió se sentía tan agradable que hasta tardé más de lo habitual bajo la regadera.
Salí envuelta en mi bata y con una toalla en la cabeza, sentí un leve escalofrío al pasar por el pasillo así que decidí retroceder y caminar donde estaba Naza para encender la calefacción, lo que menos quiero ahora es enfermarme, debo estar fuerte para lo que se avecina con Tania.
─ Te ves tan hermosa como la primera vez que te vi en esa bata...─ murmuró Naza al verme entrar a la sala y yo sonreí ante aquel recuerdo tan pícaro. Observé alrededor y ya todo estaba limpio y ordenado, incluso se sentía olor a comida lo cual me hizo rugir la tripa y moví una silla para disimular el sonido.
─ Sólo vengo a prender la calefacción, luego me vestiré y vendría a cocinar pero ya vi que te me has adelantado...─ enarque una ceja curiosa y él me envolvió en sus brazos sonriendo para luego besar mis labios dulcemente.