Caminaba por los pasillos con paso firme, pero mi mente estaba en otro lugar. No me importaba absolutamente nada en ese momento. Había pasado ya una semana y media desde esa charla con ella, esa conversación tan fluida en la que, por un momento, todo pareció haber cambiado. Pero, como todo lo que tocábamos, todo se volvió peor después de eso.
Nos evitaba cada vez más. En los pasillos, siempre encontraba una excusa para esquivarnos, para ignorarnos con una destreza que, honestamente, me sorprendía. Incluso cuando nos acercábamos, tratábamos de hablarle, de hacerla detenerse, pero ella no lo hacía. Simplemente dejaba lo que tenía en las manos y se alejaba rápidamente, corriendo a toda prisa como si no quisiera tener nada que ver con nosotros. Y, de alguna manera, eso me dolía más de lo que imaginaba.
Seguí a Karol, observándola mientras caminaba de forma despreocupada con dos almuerzos en las manos. Ella, ajena a mis pensamientos, avanzaba con esa sonrisa juguetona en el rostro. No pude evitar seguirla, aunque intentara hacerlo de manera discreta. No estaba del todo seguro de a dónde iba, pero mi curiosidad me llevó a seguirla. Llegamos hasta el huerto de flores, un lugar que parecía ser su refugio. Karol entró sin pensarlo y, antes de cerrar la puerta, salté al techo de cristal. No quería hacer ruido ni interrumpir, así que me acomodé allí, quieto, observando desde la distancia.
Vi a mi princesa sentada en una banca, completamente sumida en su libro. Rodeada de flores de colores vibrantes, se veía hermosa. En ese instante, el mundo pareció detenerse por un momento, y solo pude centrarme en ella, en cómo la luz del sol tocaba su rostro con suavidad. Cuando Karol llegó hasta ella y le entregó el almuerzo, la chica levantó la mirada del libro y sonrió, un gesto que me hizo sentir algo extraño en el pecho.
- Aquí está tu almuerzo - dijo Karol, entregándole la bandeja con una sonrisa. Ella levantó la vista y la tomó con una sonrisa tímida.
- Gracias - respondió, cerrando el libro con delicadeza y dejándolo a un lado, en la banca, mientras comenzaba a comer. Era un gesto tan natural, pero al mismo tiempo, había algo en su forma de hacerlo que me hacía pensar que se estaba desconectando de todos nosotros. Su cabello, atado en dos colas bajas, caía sobre sus hombros de manera perfecta, con pequeños mechones sueltos que enmarcaban su rostro. Sus lentes azules eran una extensión de su misterio, una barrera que ella misma había levantado para mantener su distancia. Cada vez que los miraba, me parecía más difícil entenderla.
- No hay de qué - dijo Karol, sentándose junto a ella en la banca. Yo, desde mi lugar en el techo, no podía dejar de observarlas, pero mis pensamientos estaban lejos de las conversaciones triviales entre ellas. El teléfono de Karol sonó y, al verlo, se levantó rápidamente.
- Tengo que irme ahora. Nos vemos en clases - dijo, antes de salir del huerto con rapidez. Mi princesa se quedó sola en la banca, jugando distraídamente con el resto de su almuerzo. Suspiró, luego tomó el libro de nuevo y lo abrió, dejando la mitad de su comida intacta, olvidada a un lado. Me sentí como si, en ese instante, algo en ella hubiera muerto. O tal vez nunca estuvo realmente allí.
Decidí que era momento de actuar. Bajé del techo con agilidad y entré al huerto. Ella, al escucharme, giró rápidamente hacia la puerta y, en cuanto me vio, se levantó como si la banca quemara. Era como si un impulso la hubiera hecho apartarse de mí. Mi corazón dio un vuelco.
- Hola, princesa - saludé, con tono suave, pero firme. Ella apartó la vista de mí y continuó recogiendo sus cosas con la misma indiferencia que siempre había mostrado.
- Hola, Rusther - susurró, sin siquiera mirarme a los ojos, recogiendo el almuerzo y sus pertenencias sin prisa, como si todo esto fuera una molestia para ella.
Fruncí el ceño, sintiendo una extraña mezcla de frustración y desesperación.
- ¿Qué ocurre? ¿Por qué huyes? - me quejé, acercándome más, tratando de entender qué estaba pasando. Ella soltó una pequeña risa, como si lo que decía no tuviera importancia, y negó con la cabeza.
- No huyo, tengo clases - dijo con frialdad, ignorándome completamente mientras seguía con su tarea de recoger sus cosas.
- Mentirosa - gruñí, acercándome hasta quedar frente a ella. Tomé su mentón con delicadeza, obligándola a mirarme. - No tienes clases hasta dentro de dos horas, después del almuerzo - murmuré cerca de su rostro, respirando su aire. Ella levantó una ceja, mirándome con esa expresión que me volvía loco. A esa cercanía, se veía más hermosa, más sensualmente desarmante.
- ¿Ah, sí? - preguntó con un tono burlón, levantando la ceja. Asentí, completamente convencido de lo que sabía.
- Así es - afirmé, sonriendo mientras sentía cómo nuestros alientos se mezclaban por un breve momento.
Ella no dijo nada, pero su mirada se tornó aún más intrigante.
- ¿Y cómo lo sabes? - preguntó con falsa curiosidad. Sonreí de lado y me aparté un poco, negando con la cabeza.
- Un mago jamás revela sus secretos - dije con diversión, disfrutando del juego que parecía estar sucediendo entre nosotros. Pero de repente, me volví serio.
- Ahora, ¿por qué huyes de nosotros? Creí que éramos amigos, o al menos, que nos tolerabas un poco más... - dije, directo, sin rodeos. Ella dejó de sonreír de inmediato, y, como si esa pregunta la hubiera golpeado, se quitó los lentes azules y los miró fijamente, como si esperara encontrar una respuesta en ellos.
- No me junto con parientes de asesinos - dijo en un murmullo bajo, con una expresión que no pude leer. Terminó de tomar sus cosas, dejando los lentes en sus manos, como si no quisiera dejarlos. Cuando trató de pasar junto a mí, la tomé del brazo para detenerla.
- Explícame, princesa. Si no lo haces, no voy a entender. - pedí, mirándola fijamente a los ojos. Ella no se detuvo, sino que, con brusquedad, me soltó el brazo y me miró con desdén.