"Imbécil, imbécil, imbécil", me quejaba por mis adentros mientras daba vueltas por todo mi cuarto, el cual aún conservaba su leve esencia. Aquella fragancia era de ella, impregnada en cada rincón porque estuvo toda la noche aquí. Y, para mí, fue todo un privilegio observar su bello rostro tranquilo, esa expresión de serenidad que solo el sueño podía otorgarle, mientras dormía en mi cama. En aquellos momentos, su presencia me resultaba como una especie de calma que se había apoderado de mi espacio y de mi mente.
—Sabe lo delicada que se pone con esa palabra... y la mencioné así, como si nada —pensé, sintiéndome como un idiota. No solo por haberla llamado de esa forma, sino porque en el fondo sabía lo importante que era ese detalle para ella. Esa palabra, esa etiqueta que para mí había sido simplemente una forma de referirme a algo, para ella era un recordatorio constante de todo lo que no debía decirse, de todo lo que no quería escuchar.
—Soy un total, completo y reverendísimo idiota —me maldije en silencio, repitiéndome esa frase una y otra vez, mientras caminaba de un lado a otro en mi habitación. Sentía que el aire mismo me pesaba, mi propio cuerpo me pesaba. Y, en el fondo, una sensación de rabia contenida comenzaba a arder dentro de mí. No la mato, simplemente porque es mi hermano... pero nadie evitará que ella esté con nosotros. Conmigo —murmuré al aire, mis palabras flotando en el espacio vacío del cuarto, donde solo yo parecía existir en ese momento.
Mi pulso estaba disparado, como si todo mi ser estuviera al borde de un abismo, sin saber exactamente cómo avanzar o qué hacer. Y lo peor era que no había forma de calmarme, no había manera de encontrar paz en el caos que mi mente había creado. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? ¿Cómo pude haber dicho algo tan insignificante que la hizo alejarse de inmediato, como si mi simple presencia fuera capaz de arruinarlo todo?
La imagen de su rostro se me aparecía en la mente una y otra vez, y me era imposible sacarla de allí. Cada vez que cerraba los ojos, la veía allí, descansando sobre mi pecho, respirando tranquila, sintiendo esa paz que yo deseaba que nunca terminara. Mi pecho subía y bajaba de forma tranquila, con su aliento relajado chocando suavemente contra mi barbilla, mientras su cuerpo se acurrucaba con el mío. En esos momentos, todo lo que quería era que ese instante no tuviera fin. Quería que su aliento se quedara ahí, contra mí, para siempre, como si fuéramos el refugio el uno del otro, un lugar seguro donde nada ni nadie pudiera tocarnos.
No era solo una idea romántica, no era solo un capricho pasajero. No podía dejar de pensar en cómo, con el simple hecho de tenerla cerca, el mundo parecía volverse más soportable. Su presencia, esa fragilidad que mostraba cuando estaba cerca de mí, me hacía desear protegerla de todo lo malo, de todos los peligros que pudieran acecharla. Y si había algo que tenía claro, era que nadie, absolutamente nadie, podría dañar su paz. Nadie podría separarla de nosotros.
—Nosotros... nos encargaríamos de eliminar a todos los que intentaran dañarla —pensé, con una firmeza que nunca antes había sentido. Si tenía que enfrentar hasta nuestros propios padres para asegurarnos de que ella estuviera a salvo, lo haría sin pensarlo dos veces. No había nada que fuera más importante que eso. Ella, en su mirada silenciosa, en su vulnerabilidad, se había ganado un lugar en mi vida de forma que no podía ni quería evitar. Y no iba a permitir que nadie, absolutamente nadie, se interpusiera en esa visión que tenía de ella, de nosotros, de lo que podíamos llegar a ser si todo esto encajaba como debía.
La idea de que pudiera alejarse de nosotros, que pudiera marcharse por alguna razón que yo no pudiera entender, era algo que me aterraba. Quería ser su lugar seguro, esa ancla que nunca dejaría que se hundiera. Pero la realidad era que todo dependía de mí, de mis palabras, de mis acciones. Había cometido un error, y ahora debía encontrar la forma de enmendarlo, aunque no sabía si sería suficiente. Pero lo intentaría. Luchar por ella no era una opción; era una necesidad.
Mi mente seguía dando vueltas, intentando encontrar la forma correcta de actuar. ¿Cómo podía recuperar su confianza después de lo que había dicho? ¿Cómo podía demostrarle que no era el idiota que había parecido ser en ese momento? Todo lo que quería era que ella estuviera bien, que sintiera que podía confiar en nosotros, en mí.
Me quedé quieto, mirando al vacío mientras respiraba profundamente, intentando calmar mi mente. Sabía que las palabras no eran suficientes, que tenía que mostrarle, de alguna manera, que estaba dispuesto a luchar por ella, que no solo la quería cerca por lo que me hacía sentir, sino porque su bienestar era lo más importante para mí.
—Voy a arreglar esto... no sé cómo, pero lo voy a hacer —murmuré para mí mismo, decidido a no dejar que mis errores definieran lo que podía llegar a ser con ella.