—Seguro que no le hiciste nada, ¿verdad? —se quejó la voz de Roderick, con un tono que combinaba inquietud y algo de molestia.
—Cállate, la vas a despertar —regañó Rasher, con su típica actitud autoritaria. Yo, aún medio adormecida, me removí un poco en el lugar donde me encontraba, buscando una postura más cómoda para continuar descansando.
"Este aroma..." pensé, acurrucándome más en el rincón donde estaba, disfrutando de la suavidad de las telas y la quietud del momento. Poco a poco, mis ojos empezaron a abrirse, y lo primero que vi fueron los profundos ojos celestes de Roderick. Su cabello albino brillaba con la poca luz que se filtraba por las ventanas, y su presencia era tan... imponente, tan tranquila, que me dejó sin palabras. Era como si todo en la habitación se centrara en él en ese instante.
—Mierda —me quejé bajo, separándome bruscamente de él, y sin querer caí hacia atrás, golpeando mi espalda contra el suelo con algo de fuerza. El impacto fue tan repentino que no pude evitar golpearme con la mesa que estaba cerca del sofá donde me encontraba.
—¡Carajo! —exclamé, el dolor en mi brazo me hizo soltar una maldición entre dientes. Ese mismo brazo, que ya me dolía de antes, había sufrido otro golpe. Me quedé un momento en el suelo, incómoda, sobándome el área lastimada.
—¿Estás bien? —preguntaron todos al mismo tiempo, alarmados. Sus voces llenaron el espacio, pero la preocupación en sus rostros era inconfundible. Aunque no me había caído tan mal, el golpe me había dejado un poco aturdida.
—Sí, sí —respondí rápidamente, intentando tranquilizarlos, pero lo único que conseguí fue seguir revolcándome en el suelo mientras me frotaba el brazo.
—¿Estás segura? —insistió Roderick, extendiendo su mano hacia mí con un gesto que no dejaba lugar a dudas: su preocupación era genuina. Me sentí algo avergonzada, pero tomé su mano y, con su ayuda, me levanté poco a poco.
—Lo siento —me disculpé, la incomodidad me hizo ruborizarme ligeramente.
—No te preocupes, mamá siempre dijo que él es el más feo de los cuatro —interrumpió Randi con un tono ligero, casi burlón, mientras se encogía de hombros y sonreía.
—Mamá jamás dijo eso... —se quejó Roderick, mirándolo mal, claramente ofendido. Su tono era una mezcla de defensa y desaprobación.
—Cuando tú estabas —agregó Randi, su voz cargada de diversión. Mi risa salió involuntaria al escuchar esa respuesta, pero rápidamente me callé, aún doliéndome un poco.
—¡Déjense de estupideces! —regañó la voz profunda y autoritaria de Rasher, que venía desde un sofá cercano. Cerró con firmeza el libro que estaba leyendo y lo dejó sobre la mesa frente a él, luego se levantó con paso decidido y se acercó a mí, pasando por encima de todos. El ambiente se tornó más serio en ese instante.
—¿Segura que estás bien? —me preguntó Rasher, sus ojos verdes brillaban intensamente al mirarme. No pude evitar sentirme un poco nerviosa bajo su mirada penetrante.
—Lo estoy —respondí con una pequeña sonrisa, intentando calmarme. Aunque el dolor seguía ahí, mi mente se concentraba más en la intensidad de su cercanía. Asentí, no quería preocuparlos más.
Una de sus cejas oscuras se levantó en un gesto interrogante, y sus ojos comenzaron a recorrerme de pies a cabeza con un análisis que me hizo sentir aún más vulnerable. De repente, me tomó el brazo que me había golpeado, y el dolor se intensificó al presionar sobre la zona afectada. Solté un pequeño gemido de incomodidad.
—Estate quieta —pidió con firmeza, su voz era baja y grave. Asentí con rapidez, no quería que me regañara más. Traté de ignorar el dolor, pero mi cuerpo reaccionaba involuntariamente, y tuve que tragarme las maldiciones que se acumulaban en mi mente.
—Como lo suponía... —se quejó Rasher, sin soltar mi brazo. Luego suspiró, claramente no contento con lo que estaba ocurriendo.
—¿Siguen sin funcionar en ella? —preguntó Rusther, quien parecía más curioso que preocupado. Rasher asintió con un movimiento lento y pensativo.
—Así es —confirmó, y luego me miró con seriedad. No entendía completamente de qué hablaban.
—¿Qué cosa? —pregunté, sintiéndome algo desconcertada. Su conversación, aunque me incluyera, me dejaba sin respuestas.
—Nada de lo que debas preocuparte, corazón —respondió Rasher, mirándome de una forma que intentaba ser reconfortante. Asentí, decidiendo no insistir.
Aproveché el momento para concentrarme en mi alrededor. La habitación, si así se podía llamar, era impresionante. El lugar tenía una elegancia sobria pero imponente. Todo a mi alrededor era de mármol blanco, y ese material brillante hacía que el espacio se sintiera inmenso, aunque estaba rodeada de estanterías llenas de libros antiguos, algunos tan grandes que casi parecían demasiado pesados para ser manejados por una sola persona. Las paredes estaban adornadas con farolas pequeñas pero delicadas, empotradas en ellas, que emitían una luz rojiza que bañaba todo en un tono suave y acogedor. La iluminación, aunque tenue, era suficiente para hacer que todo el lugar pareciera mágico.
Había mesas y sillas pequeñas dispuestas por todo el salón, todas de diseño minimalista, pero con acabados finos que resaltaban por sí mismos. Los sofás de cuero negro estaban cuidadosamente colocados en el centro, creando pequeños espacios de conversación y descanso. Todo en ese lugar hablaba de lujo, pero sin ostentación, lo cual lo hacía aún más impresionante.
Mi fascinación creció a medida que observaba cada rincón. No podía evitar sentirme como una intrusa, como si no perteneciera a ese mundo. Pero también había algo tan cautivador en el lugar, algo que me envolvía por completo. Era como si este lugar hubiera sido diseñado para guardar secretos, para refugiarse de la realidad exterior. Cada detalle, cada objeto parecía tener su propia historia que contar.
—¿Dónde carajo estoy? —murmuré para mí misma, sin poder evitarlo, mirando embobada el lugar entero.