Dulce Tormento

Yo te protejo

Reino Cone 
(Flashbacks)
 

"Aquel humano que sin autorización ofrezca sus servicios sexuales, será condenado a muerte".

Ley no. 1
 


Mi primer recuerdo que tengo de mi niñez es estar en una habitación a solas, los siguientes solo están incompletos. A la edad de 6 años comencé a independizarme. Aprendí que el llorar por desear estar en los brazos de mamá no me iba a solucionar la vida. La comida no iba a estar servida en el plato si no la conseguía.

Las pocas veces que observé el rostro de mi madre, fueron en las que llegaba a casa alcohólica o acompañada de un hombre. Esos días eran un infierno, siempre me pedia salir de la casa y jugar con mis "amigos". A mi edad el único amigo que conocía eran pedazos de madera o restos de papel que usaba para formar muñecos. Nadie me obsequió algún juguete o ropa limpia que usar.

Vivíamos en uno de los lugares aislados de los vampiros, solo se les permitía acceder aquellos que buscaban placer y diversión con estos. Los vecinos murmuraban que mamá era una mala persona, que no debía dar a luz un hijo si lo descuidaria tanto. Los demás niños no querían que fuese su amigo, siempre me despreciaban y golpeaban hasta cansarse. Pero jamás llegué a odiar a mi madre.

Mamá había pasado por mucho ya, un vampiro la enamoró y prometió bajarle la luna y las estrellas, lo único que buscaba era placer como muchos otros. Así fue como nací, un embarazo no deseado del vampiro que engañó a mamá. Cuando tenía pocos meses de nacido busco una nodriza para amamantarme, siempre me dio la espalda. Jamás me ha visto a la cara, abrazado o siquiera dado un beso. Aprendí que las pocas veces que me viera, sin importar que me causara dolor, era su forma de demostrarme su amor.

En casa, teníamos una chimenea que usaba leña, con las cenizas aprendí a dibujar mis sentimientos, en las paredes plasme lo que deseaba que llegara a mamá. Cuando notó mis dibujos comenzó a gritarme y golpearme. Hice enojar a mi madre por mis errores.

Los años pasaron y ella se hacía cada vez más distante. Una noche uno de sus clientes intentó abusar de mí, intenté gritar para salvarme, por suerte mamá lo notó y corrió a quitarme a aquel hombre que tenía encima, por primera vez me miraba a la cara. Lloré con todas mis fuerzas esa noche, sabía que muy atrás de esa actitud fría me amaba.

A la mañana siguiente nos mudamos de ese lugar, en el nuevo hogar, me preparó el desayuno, cambio mi ropa y era más dulce de lo habitual, parecía haber cambiado. Intentó buscar un mejor empleo pero no fue fácil, a los meses conoció a un nuevo hombre, uno que aceptó su forma de vida y fue amable conmigo. Vivimos juntos por un largo tiempo, el hombre parecía amarla de la misma forma que ella lo hacía. Me compraba juguetes y todas las tardes salíamos a jugar juntos. Todo estaba bien hasta que llegó un nuevo integrante. Mamá dio a luz a una pequeña de grandes ojos a la que llamaron Iris. El hombre estaba feliz por la llegada de su primer hija, pero todo cambió conforme pasaban los días.

Él se volvió un celoso compulsivo, durante un tiempo mantenia a mamá encerrada por temor a que se la arrebataran otros hombres, pues sabía la reputación que tenía hace unos años. Cuando intentaban hablar él solo la comenzaba a golpear, me ordenaba comprarle alcohol y con el quedarse dormido todo el día.

Había días en los que no regresaba a casa, y cuando lo hacía llegaba con las camisas arrugadas y manchadas de besos de otras mujeres. Mamá le pedía alguna explicación pero el solo la callaba a golpes.

Mi madre no tenía suerte con los hombres, dos veces la hicieron sufrir y dos veces creo recuerdos de esos hombres. Sabía que tarde o temprano ella regresaría a sus emociones negativas y trataría de golpearme. Prometí proteger a la pequeña flor que desconocía el dolor.

Al año ese hombre llevó a su amante, le dijo a mi madre que se volvería a casar y se olvidará de él. Asumida en el dolor comenzó a golpearme nuevamente, me convertí en su forma de sacar todo. Jamás dejé que dañara a Iris, ocultaba mis marcas para que ella creciera feliz.

A la edad de 12 años, busqué un trabajo con uno de los mercaderes del pueblo, la mayoría no quería meterse en problemas por darme empleo, pero nunca perdí las esperanzas. Uno días de mi búsqueda, conocí a un comerciante botánico, él me dio empleo si le buscaba las hierbas que necesitaba para hacer sus medicinas. Al ser peligroso el bosque, no muchos se arriesgaban a trabajar con él. Acepté el trabajo y con suerte lleve las primeras monedas a mi hogar.

Mamá raramente salía de su habitación, solo la veía cuando entraba a dejarle comida o salía al baño, por suerte Iris no era traviesa, le pedía a una de las vecinas cuidarla mientras yo trabajaba. Todo iba bien a los años, ganaba lo suficiente para alimentanos, Iris crecía con gracia y belleza. Construí historias para que jamás odiara a mamá, anécdotas como que mamá estaba aislada porque tenía poderes y para evitar hacernos daño se encerraba. Pero la mala suerte de mi madre, pasó a nosotros.

Un día regresando del trabajo, Iris enfermó. Al llegar a casa la encontré en el suelo respirando con dificultad. La levanté rápidamente y corrí en busca de ayuda, la vecina me llevó a un médico que estaba cerca. Ahí la mantuvieron con vida, el diagnóstico daba a FPI (Fibrosis Pulmonar Idiopática) una enfermedad pulmonar que causaba dificultad para respirar y disminuye la cantidad de oxígeno que los pulmones pueden suministrar a los demás órganos. Era una enfermedad derivada de las neumonías, rara de encontrarse en la sociedad. Fuimos la única familia en toda la sociedad en tenerla, los dioses no podían ser más generosos con nosotros. El médico me explicó que no existía cura, pero podían controlarla, solo que era demasiado caro. Al tener los pocos recursos me era imposible.




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