Dulce venganza (edición)

La verdadera familia

Si bien habían prometido visitar a los padres de Kaled y comer con ellos al día siguiente, la pareja no pudo abandonar el departamento en el que juntos vivían en los siguientes seís días. Conocieron y entendieron por fin el dicho: “follar como conejos”, y en vez de preocuparse del resto del mundo, se encargaron de estar atentos a cada una de sus necesidades.

Entre romance, sexo, charlas y comidas nocturnas de pareja, Kaled había contactado con una corredora de propiedades, a quien le había entregado su departamento para que lo pusiera en venta. Si bien, no estaba entre sus principales planes vender ese lugar que con tanto esfuerzo él se había comprado, no tenía trabajo, no tenía agencia y de seguro no tendría el respaldo de su padre, así que era hora de aceptar la vida que él mismo había elegido. Debía acomodarse a un estilo de vida menos costoso y asumir como un hombre valiente aquello que ahora le hacía profundamente feliz. 

Ese lunes, la pareja entró en razón cuando la hora del desayunó llegó y se percataron  de que el refrigerador estaba completamente vacío. No tenían ni un solo huevo, ni una rebanada de pan y ni siquiera una taza de avena como para comer e iniciar ese día con normalidad.

—¡Muñequita, tenemos que ir al supermercado! —gritó Kaled y cerró la puerta del refrigerador para acercarse a la joven, la cual se arreglaba en el cuarto de baño—. Muñequita, ¿hace cuántos días que no salimos del departamento? —preguntó, apoyado en la puerta.

—Del lunes pasado —respondió la joven cepillándose el cabello.

Los dos se rieron, cómplices de eso que había ocurrido entre esas cuatro paredes. Kaled estaba seguro de que nunca había tenido tanto sexo con la misma mujer, pero le pasaba que no se cansaba de ella, ni de su rostro coqueto o de sus gemidos delicados, muy por el contrario, quería más, más y más. 

—Voy a cargar mi teléfono y podríamos ir a comer afuera, ¿te parece? —investigó.

Y se sorprendió al ver que tenía más de treinta correos electrónicos en su bandeja de entrada, algunos de ellos correspondían a su hermano, otros a la corredora de propiedades con la que estaba trabajando y otros, simplemente, eran mensajes provenientes de esas personas que siempre le habían usado para conseguir algo. 
Lo ignoró como había hecho todo el resto de la semana y lo dejó olvidado en el dormitorio que ahora compartía con Flor. 

—Quería ir al gimnasio —siseó ella y le miró con atención.

—¿En serio? —insistió Kaled, muy sorprendido—. Eso estaría genial. Me viene bien correr un poco después de toda está acción —jugó y movió la cejas, divertido y risueño. 

Flor se rio también y dejó que el hombre la invadiera con sus gruesos brazos por la espalda, conforme le tocó la cintura, las caderas y la zona baja del abdomen. La joven se relajó entre sus brazos, esos que la acariciaron sin cansancio y se olvidó de todas esas inseguridades que su cuerpo alguna vez le había hecho sentir. 

Y es que Kaled la tocaba con tanta seguridad, con tanta pasión que, no sentía miedo de no gustarle, o de no ser perfecta para él. Flor, poco a poco, empezaba a ver a su cuerpo con otros ojos, esos que la hacían sentir más valiente que nunca. 

Sus manos encajaban perfectamente en la curva de sus caderas y sus largos dedos alcanzaban a rozar su ombligo, ese que ya pensaba en perforar y empezar a enseñar. 

Juntos y más sincronizados que nunca, caminaron por las soleadas calles hasta el gimnasio local que Kaled visitaba con frecuencia. Se registraron como de costumbre y realizaron una rutina de ejercicios muy parecida. Flor corrió algunos minutos en la trotadora y luego se enfocó en trabajar sus piernas, las que ahora le parecían muy lindas, y las que quería mantener firmes para usar vestidos más cortos. 

Kaled la observó desde la distancia conforme trabajaba su torso en el sector de pesas y se sintió celoso cuando un joven hombre se acercó para hablar con ella. 
Quiso lanzarse como un ave de presa sobre el muchacho, pero se contuvo de hacer el ridículo y se tragó sus malos pensamientos cuando entendió que, en todo el universo, la única persona en la que confiaba a ojos cerrados era en Florence y nada ni nadie iba cambiar eso.

Nunca. 

Desde la distancia le saludó, viéndose tan infantil como un niño inmaduro y ella respondió a sus gestos con divertidas muecas que le alegraron la mañana.

Por otro lado, Flor también sintió celos y es que las mujeres delgadas y bien tonificadas que trabajaban cerca de Kaled no le quitaban ojo de encima, pero ella se mantuvo tranquila al recordar lo bien que la había pasado los últimos días. Kaled le había demostrado que solo era suyo y que no quedaba espacio en su corazón para nadie más. 

Cuando terminaron sus rutinas, se reencontraron en el centro del gimnasio y se besaron en la boca con poca discresión, olvidándose que muchas personas los observaban con curiosidad. 
Se robaron algunas sonrisas, también algunos bufidos de fastidio y se separaron otra vez para asearse un poco antes de volver a la realidad.



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En el texto hay: amor y odio, cambio de cuerpo, trastorno alimenticio

Editado: 01.02.2021

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