Dulce y amarga espera (dyae) // Clichés musicales

8. Un malentendido con sabor a miel

Ya tenía la carta en un sobre, lista para ser entregada. El problema era que no sabía cómo entregársela, es decir, hasta no hace poco, la había tratado de una forma grosera, la vez que vino a mi apartamento... Creo que podría quedar aún más confundida que antes.

Sin embargo, nada se ha escrito de los cobardes. No puedo echarme para atrás después de pensarlo toda la tarde y esmerarme en escribir esta carta. Es ahora o nunca.

 

Entonces decidí que tenía que verla en un punto fijo, pero de nuevo no sabía dónde sería un buen lugar...

 

—Solo ella puede llenarme de tantas preocupaciones... —comenté en voz baja soltando un suspiro mientras agarraba mi gabardina negra que estaba colgada en la silla del comedor.

 

—¿Debería llamarla? —me cuestioné acomodándome el abrigo, para luego agarrar las llaves del apartamento.

 

Era obvio que tenía que hacerlo para encontrarme con ella, pero parece que mi sentido común no funcionaba. Solo me estaba complicando la vida.

 

—¿Estará libre? —dije entretanto cerraba la puerta del departamento.

 

Después de darle vueltas como un loco sobre si era mejor llamarla o mandarle mensaje, me decidí por la segunda opción. Le pregunté si podía verla en el parque central, pues este se encontraba cerca de su casa y tenía una buena vista al pequeño lago.

Mientras bajaba las escaleras del edificio escuché el sonido de una notificación, de inmediato pare en seco y revise mi celular.

 

Abigail

Claro, estaré ahí en 10 minutos ;)

Di un gran suspiro de alivio al leer el mensaje, por primera vez en 25 años me sentí como un puberto enamorado y con nervios. Mi corazón palpitaba y lo podía escuchar con tanta claridad que me asuste. Habían pocas cosas que lograban obtener toda mi atención, preocupación y cariño. En pocas palabras, nadie me había hecho sentir de esta forma.

Sin darme cuenta ya había llegado al parque, a pesar de que según yo, iría en taxi.

Ahora solo quedaba buscarla. Di una vuelta alrededor del parque, pero no la encontré, así que me dispuse a buscar por el centro donde estaba el lago, y parecía que tampoco se encontraba ahí, pero justo antes de girarme, vi a una chica sentada en un banco de cabello ligeramente ondulado de un color café oscuro. No cabía duda de que era ella.

 

—Te estuve buscando por todo el parque —mencioné en voz alta mientras me acercaba.

 

—¡Dante! —exclamó sorprendida de verme aparecer por detrás.

 

Era apenas medio día y ya irradiaba su usual energía.

 

—¡Me asustaste!

 

—Lo lamento —respondí sentándome a un lado de ella.

 

—¿Pasa algo? ¿Para qué me citaste aquí? —me cuestiono tratando de encontrar mi mirada, pero esta estaba fija en el lago.

 

—Necesito decirte algo... —dije en voz baja, apretando mis manos.

 

Podía sentir su mirada curiosa inspeccionando cada acción y palabra que salía de mi boca.

 

—Abigail —comencé diciendo con voz firme después de un momento, mirándola a los ojos— ¿Recuerdas nuestra conversación afuera de mi apartamento?

 

—Si, ¿Por qué?

 

—Tú dijiste que tu corazón ya había sido conquistado

 

Ella asintió un poco confundida.

 

—Eso me sorprendió y me molesto un poco... —baje un momento la vista, pero continué— así que, por eso mismo necesito entregarte esto.

 

Saqué la carta de mi gabardina y se la extendí.

 

—Esta carta contiene las palabras que no soy capaz de decirte, un sentimiento que solo puede entenderse cuando se lee.

 

Me miro atónita y por su expresión, noté que parecía incrédula a lo que sucedía. Aun así la tomo con delicadeza y la sostuvo con ambas manos. Pasados unos segundos de silencio, empezó a abrir la carta, pero la detuve poniendo mi mano sobre la suya.

 

—Me gustaría que la leyeras a solas...

 

Sus ojos oscuros me miraron un tanto inquietos y en sus pálidas mejillas apareció un claro sonrojo. El ambiente se sintió ligero y cálido a la vez, la brisa nos rozó el rostro con amabilidad. Me estaría engañando a mí mismo, si no sintiera el gran deseo de tocar sus mejillas o poner su precioso cabello detrás de su oreja.

Cosas como esas me aceleraban el corazón y como no quería cometer una tontería, decidí que lo mejor era irme.

 

—Debería irme, cuando la hayas leído me avisas —dije con una media sonrisa.

 

—Eso no será necesario —comentó con una sonrisa.

 

La miré confundido, ¿Será que me rechazara de golpe?

 

—Tu eres esa persona —dijo soltando una risilla.

 

—¿Cómo? —pregunté ladeando ligeramente mi cabeza.

 

Ella volvió a sonreír, pero esta vez de oreja a oreja. Al parecer yo no comprendía una posible indirecta.

 

—Podrás ser un experto en varios temas, pero parece ser que eres bastante lento en el amor

 

—¿Perdón...? —solté ofendido sentándome de nuevo.

 

¿Cómo es posible que yo, el experto en poesía sea “lento”?

 

—Las acciones valen más que mil palabras, eso dicen y tal parece que tendré que ponerlo a prueba contigo. —explicó con voz suave, acercando su rostro a mí.

 

A continuación puso su mano derecha en mi mejilla, luego se acercó poco a poco hasta que sus labios tocaron los míos. Sus labios eran suaves y la sensación fue dulce y delicada.

 

—¿Así o más claro? —preguntó sonrojada.

 

—Entonces tú... —dije confundido por el repentino beso, pues esperaba una confesión de palabra.

 

—Eres la persona que me ha conquistado —afirmo con una sonrisa.

 

—¿Cómo es posible? Pensé que... —expliqué tratando de procesar todo lo sucedido y solté indignado— Yo traté de ser romántico, ¿sabes?




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