Dulces y Narcisos

Capítulo XXII: Esperanza

Dulces y Narcisos

Adaptación por Alexa Bauder
Basado en el dorama Boys Over Flowers (Corea)
éste a su vez, basado en el manga Hana Yori Dango de Yōko Kamio

 

Lena llegó al departamento propiedad del duque que Terry ocupó esa noche, muy de mañana, apenas le hubiese llamado su hijo, quien no habría soportado volver a cruzarse con su madre la duquesa, no le había respondido ninguno de sus mensajes. Takarai le aseguró a la mujer que se encontraba seguro, pero con pocos ánimos de dirigirle la palabra, algo que, a la mujer, poco le importó por ahora; ya se le bajaría el berrinche.

 

—¿Qué piensas hacer, Terry? —Probó Lena al preguntar, luego de escuchar el desastre de anoche. Su hijo exhaló, la mirada en un punto fijo, el ceño tan fruncido.

—Me estoy hartando, sinceramente. —Reaccionó, se alzó de hombros.

—Te habías tardado. —Su mano alcanzó su antebrazo, a modo de animarlo, Terry respondió el gesto con una caricia a su dorso.

—Tengo que solucionar esto, no sé cómo, antes de que Candy regrese.

 

Se puso de pie, como si el acto le concediera una sola idea, con esa sería suficiente. Se dirigió al ventanal de la salita donde habían pasado las últimas dos horas hablando del asunto. Lena le dejó ser con todo y sus silencios, sin atisbo de desesperación, hasta que habló luego de un largo rato cuando Terry estaba más que absorto en los edificios lejanos de Nueva York.

 

—Sea lo que decidas, yo te voy a apoyar, lo que sea. No estarás solo, tu padre y yo nos encargaremos.

—No, Lena, no se trata de que ustedes dos se encarguen de todo. —Pero Lena interrumpió, acortando la distancia entre ambos.

—Necesitarás ayuda y está bien si la pides, no tienes porqué cargar con responsabilidades que aún no te corresponden.

—¿Sabes de qué soy responsable, Lena? —Frunció el cejo, el ceño Grandchester. —De Candy.

—Entiendo que lo sientas así, pero debemos actuar inteligentemente. —Terry tomó los hombros de quien desconocía era su propia madre y que él mismo aceptaba, guardaba un parecido impresionante.

—No me voy a quedar de brazos cruzados.

—Eso es lo menos que esperaba de ti, cariño.

 

* * *

 

Karen apareció en la puerta de Candy para invitarla a desayunar, quien casi pensó en buscar un pretexto para desistir, pero la mayor, en verdad que necesitaba compañía, pues antes de negarse, sugirió que podían incluso pedir servicio de habitación. Candy se preparó, al menos en el restaurante del hotel podrían tener más tranquilidad dado la seguridad; ahora era el centro de atención de los medios de comunicación. Notó a la inglesa menos animada, pero el esfuerzo hacía.

 

—¿No me vas a felicitar, Candy? Se supone estoy comprometida. —Pero Candy apuró un bocado, otorgándose tiempo para pensarlo.

—¿No eres muy joven para casarte? —Karen asintió, los ojos se le mojaron con vistas a la taza de té.

—Nadie querría casarse conmigo, en algún momento iba a pasar, pero ni idea de que fuera tan rápido. —Al levantar el rostro, las lágrimas cayeron por sus mejillas, se colocó las gafas oscuras que colgaban del cuello de su blusa.

—¿Es por todo eso de tu familia? —Candy le ofreció discretamente un pañuelo de su bolsillo, Karen negó.

—En parte, pero vamos, pensé que mis padres me presentarían a algún tonto, podríamos llevarnos bien y luego, pues lo inevitable, blah, blah, compromiso.

—Yo… No se qué decirte. Jamás estaré en esa situación.

 

Candy ya le había contado de su origen, a Karen no le importaban esas cosas.

 

—Tú eres tan diferente, Candy, seguramente tienes muchos pretendientes, sabes tratar a los chicos, ellos vienen a ti como moscas. —Karen sonrió limpiándose el rostro bajo los lentes, admirando a su americana amiga.

—Soy torpe, que no te engañen las apariencias. —Candy acompañó el momento con otra leve sonrisa.

—Te llevas tan bien con la mafia. Yo soy… —Exhaló, más tranquila— Molesta. Muy intensa, tengo las emociones tan a flor de piel, si llego querer a alguien, lo quiero mucho, y si me enojo, soy lo peor.

—Conocerás a alguien que le agrade eso.

—Ja, ¿Quién? ¿Mi prometido? —Negó, pero a Candy se le achicó el corazón. —Creo que es mejor así, si me quedo con él, ya no tendré que arriesgarme a que me rompan, eso jamás. Ya no quiero amores imposibles.

—Pero, quien no arriesga, no gana. —Karen, casi asustada, como al pichón que le animan a brincar, negó nuevamente, esta vez más veces.

—No, qué miedo, no. Solo hay una manera de zafarme de esto.

 

Pero antes de que ahondara en la loca idea que había nacido en su mente, los tres amigos de Candy entraron al lugar, en cuanto la divisaron, se acercaron, fueron invitados a compartir la mesa.




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