- ¿Dices que hablaste con mi padre? -inquirió Dulce ansiosa mientras compartía la cena con su marido en el comedor principal de su hogar.
- Así es, Dulzura. Hoy fui a la ciudad porque tenía planeado llamarlo, la verdad es que te debo muchas disculpas por haberme comportado brusco contigo y mentirte diciendo que iría a ver cuestiones de negocios. Solo no quería que lo supieras aún, esperaba que fuese una sorpresa. Sé lo difícil que ha sido para ti, adaptarte a la vida del campo y que extrañas la ciudad, a tu familia, amigos, la escuela -respondió mirándola-. En fin, y es por eso que después de pensar tanto, me decidí a volver a México. Allá con el empleo que tu padre me ofrece, juntaré el dinero necesario y cuando todo esté más que listo, entonces si volveré -continuó seguro en sus argumentos. Dulce estaba tan emocionada que la sonrisa se le había adherido al rostro-. Volveremos.
Dulce no supo si lanzársele a los brazos de la euforia que su cuerpo experimentaba o tan solo continuar inmóvil en donde yacía sentada. Hasta que se decidió por lo último. Aunque era un poco increíble el cambio de parecer en su esposo, y desconocía las causas por las cuales cambio de opinión, cuando ella ya estaba más que segura que regresar a su ciudad natal algún día formaría parte de un vago sueño. Guardaba la consideración de que el más convincente motivo, era ella. El amor que todavía le tenía, a pesar de todo.
Durante la cena, Ricardo continuó armando los planes de su retorno. Le comentó que volvería a dejar a cargo de la chocolatera a su amigo; Daniel. Hasta ese momento, Dulce escuchaba a su esposo mencionarlo. Por lo que se hizo la desentendida, fingiendo que aún no lo conocía. Por lo que en ese instante lo recordó y también le vino a la mente la ayuda tan considerada que le brindó.
Lo cierto es que se sentía un poco cruel con estarlo engañando, pero sería más penoso y quizás hasta incomodo que se enterara que Ricardo la tenía trabajando en casa, como si fuera una domestica más. Por lo que prefirió mantener todo en secreto, ya buscaría la forma de hacerle ver a Daniel, que se iría, obvio sin que juntara las piezas y terminara sacando conclusiones precipitadas con respecto a su verdadera identidad.
- Me gustaría que conocieras a Daniel, quería invitarlo a cenar hoy, pero me dijo que tenía planeado salir a la ciudad. Así que supongo que aún no vuelve -la sacó de sus cavilaciones mientras punzaba con el tenedor una porción de lasaña. Últimamente, Dulce se había convertido en una excelente cocinera, especialista en comida italiana. Al menos ese rubro, era el que mejor le quedaba.
- Ni te preocupes -le dio un sorbo a su vaso con agua y lo miró por encima del borde. Ricardo lucía despreocupado, como si no estuviera enterado de nada respecto a Daniel. Quizás, este, no se había dado a la tarea de comentarle respecto a la nueva "criada" que trabajaba en la hacienda-. Otro día será, pero no importa si no es pronto. Ahora mismo estoy feliz porque regresemos... te prometo que daré lo mejor de mí -se puso en pie, rodeo la mesa y en algunas cuantas zancadas, llegó hasta él, poniéndole ambas manos sobre los hombros. El hombre se limpió las comisuras de los labios con una servilleta de tela y la miró tomándola por la cintura-. Continuaré siendo un ama de casa, te lo prometo, no importa si volvemos a México y mi padre considera conveniente que mi vida sea distinta, no. Por ti siempre estaré dispuesta a todo, Ricardo. Porque, te amo, tanto.
Sus labios tal y un imán se llamaron a estar juntos, a ceder ante los surcos que tenían sus almas por sentirse. La chica fue quien tomó la iniciativa, añorando acobijar el amor tan inmenso que la llenaba y demandaba ser expresado con fervor por aquel hombre que sin proponérselo la desarmaba, la mantenía trémula solo con su presencia. Que lograba que ella olvidara cualquier mala circunstancia vivida a su lado, solo con disculparse o actuar como ese día, al decirle que había hecho las paces con su padre y pronto estarían juntos, unidos, así en un entorno más familiar y ameno. Dulce guardaba tantas esperanzas al respecto, estaba segura que esta vez, todo cambiaría, que su esposo y su padre, volverían a ser los de antes, igual a cuando Ricardo era de su suma confianza.
Siguieron besándose, Ricardo ansioso la sentó sobre sus piernas y empujó hacia adelante el plato con comida que aún no terminaba. Esa mujer, siempre que lo besaba era lo mismo. Con estupor recibió el que ella tomara la iniciativa de apoderarse de sus labios, sin duda continuaba desconcertándolo con su proceder. Nada la vencía, nada la decepcionaba. Había sido despiadado con ella, la había llevado a lo más bajo que creía podía soportar. Pero lo había soportado, como toda una heroína.
La mayor parte del tiempo, la creyó vulnerable, ante esa timidez e inseguridad que demostraba. Pero en realidad ya no le parecía tan susceptible, en efecto, sufría, era normal, no estaba acostumbrada a cambios tan bruscos en su estilo de vida. Aun así, se levantaba, continuaba en pie y también se aferraba a su amor. A continuar enamorada pese a ser como era, un tirano, cobarde y desgraciado con ella.
La miró con ternura, no recordaba haberla contemplado de ese modo. Sus labios se despegaron para vivir esa pausa, esa significativa pausa que lo cautivaba. La tenía entre sus brazos, su horma era exacta, perfecta, embonaba bien con él. Nunca se había sentido tan en paz, mucho menos tan apreciado como lo percibía en ese momento. Dulce le acariciaba con dulzura el cabello, le rozaba la incipiente barba y estudiaba cada facción en su rostro, con detalle, con devoción y con un enorme brillo en los ojos que lo descolocaba. Estaba a punto de pararse bruscamente y decirle que se iría, que estaba cansado y deseaba dormir, pero una especie de gravedad pesada lo mantuvo fijo en el asiento.
- Te amo, Ricardo. Quiero confesarte que por un momento me paso por la cabeza la posibilidad de que no me amaras, de que aquello que profesabas fuese solo mentiras. Pero me doy cuenta de que no es así, de que tú me quieres a tu modo. Y yo no me arrepiento de estar aquí, de haber pasado todo lo que he vivido a tu lado, agradezco que hayas sido noble y le estés dando una oportunidad a mi padre. Él ha pasado cosas feas, Ricardo -bajó la mirada de inmediato al escucharla hablar de ese modo. Pero continuó sin moverse-. Mi madre me contó de una terrible experiencia que vivió cuando joven -Eso lo asombró, así que le clavó los ojos grises estupefacto.