Dulzura Destruida

CAPÍTULO 17

Dulce se aburrió de escuchar las escuetas palabras de Ximena y finalmente encontró la manera de quitársela de encima. Anduvo hasta el comedor principal pudiendo notar que los invitados aún no estaban reunidos en ese punto, por el contrario los vio charlando en la sala, vestíbulo u otros espacios.

Durante ese recorrido no pudo encontrar a sus padres ni a Ricardo.

No tan extrañada, creyó que el único lugar conveniente en donde posiblemente estaban, debía ser el despacho. Siguiendo las sugerencias de Susana y con apesadumbrado vacío puso en marcha su acuerdo con esa mujer. Actuar de esa manera no era algo que hubiese hecho antes, pero necesitaba poner en orden sus dudas.

Tomo una bocanada de aire para tranquilizar ese temblor precipitado que recorría su cuerpo, volteó a ver por todos lados percatándose de que nadie la viera adentrarse a esa área. Resultaba que el despacho de su padre, tenía dos accesos. El principal, por el que se podía llegar desde el corredor del vestíbulo y uno adicional que estaba ubicado a un costado del jardín trasero. En este último fue que Dulce se adentró.

Con sumo cuidado sostuvo la perilla de la puerta entre sus manos mientras se mordía el labio inferior con preocupación. De nuevo ingirió una cantidad suficiente de aire para llenar sus pulmones y expulsó contando hasta diez esta inhalación. Entonces sí, empujo con mucha suavidad la madera dejando una abertura adecuada para poder escuchar sin ser advertida por quienes estuvieran dentro.

Al instante de abrir la puerta, escuchó unas voces. Eran las de Ricardo y su padre, hablaban con fiereza, se percibía la tensión entre los dos. Desde donde se hallaba, Dulce podía ver el perfil derecho de Ricardo, lucía rígido, furioso. Endurecía la quijada y sus ojos no le quitaban ni un segundo la visión a su interlocutor.

— No me preguntes como supe de tu fraude. No me preguntes que quien me lo hizo ver... aquí el único sin vergüenza eres tú, Ricardo. Te has burlado de nosotros de la peor manera, utilizaste a mi hija para tú maldito robo —Dulce dio un respingo al escucharlo. Esto dejó entrever que las investigaciones en cuanto a las fluctuaciones sospechosas de efectivo, habían encontrado a Ricardo culpable. La joven tragó saliva con preocupación y se secó con el dorso una lágrima rebelde. Le dolía enterarse. Añoraba oír que alegaría su esposo en su defensa, de ello dependía su desvanecimiento total y el desato de ese nudo que comenzó a ahogar su garganta—. No eres más que un miserable ratero, poco hombre, que tuvo que valerse de una mujer inocente para desfalcarme —reclamó Álvaro elevando a unos octavos la voz.

— ¿En serio te sorprendo, Álvaro Valencia?, ¿Acaso no se te hace familiar mi actitud, algún recuerdo de alguna vivencia similar? —le respondió Ricardo meneando la cabeza y asomando una sonrisa mordaz. Dulce deseaba ver la expresión de su padre, pero se limitaba a continuar erguida donde estaba. No comprendió los motivos por los cuales Ricardo respondió de ese modo, todo era tan extraño. Así que decidió seguir atenta a la disputa pese al ardor en su pecho, que lo sucedido con Ricardo le provocaba.

— Sí, me recuerdas a gente sin escrúpulos. A esos cazafortunas, aprovechados que no son capaces de trabajar honradamente para obtener algo. Sino necesitan quitárselo a los demás...

— ¿Y a ti solo te importa el dinero, no es verdad? —punzó Ricardo con tono ponzoñoso.

— ¡Por supuesto que no!, el dinero es lo de menos estando mi hija de por medio. Es ella quien me preocupa... se enamoró de un cretino como tú, que nunca la mereció. Déjame decirte, Ricardo, que no quedarás impune, haré que te pudras en la cárcel. Pagaras caro cada uno de tus errores —sentenció Álvaro amenazante.

Dulce parpadeo apretando un puño sobre sus labios, hizo amago de adentrarse e interrumpir esa trifulca. Necesitaba que Ricardo le aclarara todo, escucharlo de sus labios. Laceraba su alma el saber que cabía la posibilidad de una separación. De que su padre cumpliera la palabra de enviarlo a la cárcel, de ser así, nunca lo volvería a ver. Y con él, se le iría la vida entera.

— Eso... debería decirlo yo —alegó Ricardo provocando que Dulce detuviera su proceder ansiosa por saber que refutaría—. Porque todo lo que he hecho contigo, no ha sido por el dinero... El haberme ganado tu confianza, adentrándome en tu vida y seduciendo a tu hija hasta casarme con ella. Fue por venganza —enfatizó con una implacable seguridad. A la aludida las lágrimas se le resbalaron al instante. Los ojos se le empañaron del dolor, el apesadumbrado pecho le formó un hueco profundo que taladró su corazón, mientras ella se quedaba petrificada, sintiendo el salado y amargo sabor de sus lamentos encontrándose con sus labios. Y ni siquiera había entendido porque involucró la palabra venganza—. Todo esto fue premeditado y gozo al escupírtelo en la cara... Asesino miserable.

Al oír la respuesta a su inquietud con respecto a las inesperadas objeciones de Ricardo, Dulce reaccionó de su inmovilidad y se tapó la boca con ambas manos ahogando un grito de sorpresa, pero también los advertibles sollozos de su llanto. Percibió un impacto en el pecho aún más inmenso que la dejó sin poder respirar con normalidad, incluso sintió que se ahogaba.

No, ¿De qué estaba hablando Ricardo?, ¿Acaso no era suficiente con haberle roto el corazón en mil pedazos?, ¿Qué buscaba?, su padre no era un asesino. Él no. Su primer y único héroe real, no podía ser eso que Ricardo mencionaba, no.

— Has perdido la cabeza. Estás diciendo estupideces para encubrir tus culpas, porque bien sabes que las tienes —objetó Álvaro a su favor. Ricardo lo señaló apuntándole con el dedo índice al tiempo en que se movía frenéticamente con desespero. Apretando la quijada con un gesto rencoroso.

— Así como yo reconozco esos viles errores que he cometido, atrévete tú a reconocer los tuyos. Maldito asesino —continuó culpándolo. Por fin Dulce pudo ver a su padre, se sobaba la nuca con la cabeza gacha y caminaba de un lado a otro por todo el despacho—. Reconócelo Álvaro, acepta que fuiste tú quien asesino a Camilo Peralta, ¡acéptalo! —gritó Ricardo adjudicándole esa espantosa tragedia.



#49463 en Novela romántica

En el texto hay: celos, primer amor, venganza

Editado: 08.08.2022

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