Estuvo conversando con Daniel durante largo rato, la nevada había arreciado en el exterior y oportunamente por donde transitaban se ubicaba una acogedora cafetería en la cual se dispusieron a pasar el rato. Primero que nada charlaron sobre los motivos por los que ambos estaban en esa ciudad, para Daniel no fue de extrañarse verla alejada de México, al final de cuentas ya estaba enterado de la separación entre ella y Ricardo.
Los rumores siempre son los primeros en circular y específicamente el declive de los Valencia, así como la repentina mejora en sus finanzas llevo a los curiosos a indagar más a fondo acerca de ese tema. Así fue como pronto en un diario local apareció la noticia de la separación de Ricardo Zambrano, un aparente desconocido, con la hija del empresario Álvaro Valencia.
Durante la estancia, sentados uno frente al otro en la mesa de aquella cafetería, de repente se hacían espacios de silencio demasiado abrumadores para ambos. En especial para Dulce, quien sorbía su taza con café y observaba el panorama blanquecino del exterior mientras pensaba que le diría Daniel cuando se atreviera a preguntarle sobre su visible embarazo.
Por su parte; a Daniel lo colmaba la desesperanza, intentaba cavilar en sus pensamientos, una forma adecuada de abordarle el tema. Sabía que era incoherente cuestionar si se encontraba en estado de gravidez y si ese hijo era de Ricardo, porque era más que evidente que lo era. ¿Pero cómo indagar al respecto sin que ella se sintiera ofendida de algún modo al regresar el doloroso pasado?
— ¿Entonces pasaras una larga temporada en Toronto? —Daniel rompió nuevamente el silencio, que cada vez que se presentaba entre ellos, se hacía más denso. Dulce dejó de mirar a los transeúntes que se atrevían a salir por las calles, al reducirse la intensidad de la tormenta invernal.
— Sí, ahora mismo estoy tomando unos cursos por las tardes. Más bien estoy asistiendo a la preparatoria, me queda una semana para graduarme, luego podré asistir a la universidad... aunque...
— ¿Deberás esperar un poco más? —agregó Daniel esta vez sin poder evitar bajar la mirada hacia la abultada panza de Dulce. Ella parpadeo y asomo una sonrisa tímida.
— Sí, necesito que mi hijo nazca bien. Terminarnos de adaptar a este nuevo país, buscar la forma de trabajar y acomodar algún tiempo para llevar a cabo mis estudios universitarios. Estoy decidida Daniel, sé que superarme me costara un poco de trabajo por el estado en el que me encuentro, pero no me detendrá —expresó elevando la barbilla, orgullosa de su determinación. Daniel asentó.
— Me parece muy bien, Dulce. Sé que no me corresponde entrometerme en tus elecciones, pero quisiera saber —De pronto la joven endureció el gesto—. ¿Por qué decidiste venir a este lugar, tan lejos?... aunque supongo que tus padres o al menos tu madre debe estar viviendo junto a ti. No entiendo, porque dices que trabajarás, cuando ahora en tu estado lo que más necesitas es descansar —Dulce resoplo un poco más tranquila al notar que Daniel no incluyo el tema de Ricardo, pero, para ella fue evidente que lo evadió con tal de evitarle un disgusto.
— No, Dani —El aludido asomo una sonrisa al escuchar que ella lo hablaba con mayor naturalidad entre más avanzaba el tiempo en el reloj—. Te equivocas, ni mi padre ni mi madre se encuentran a mi lado. Llegue a esta ciudad con una amiga, pero ella ahora se fue a vivir al campus donde estudia la universidad. No hace mucho que me quede sola, no me afecta. Todo lo contrario, yo quise que así fuera, nadie me ha abandonado.
— Y... ¿Ricardo lo sabe? —quiso enterarse sin contener las preguntas en su boca. Dulce arrugo la frente como siempre que lo hacía cada que alguien nombraba a Ricardo.
— No tiene por qué saberlo, Daniel —Fue inevitable ocasionarle incomodidad, Daniel torció los labios arrepentido de sus palabras—. Él decidió que yo era una persona a la que no valía querer. Por la que no tenía que compadecerse, ni amar. A la que había que hacer sufrir porque lo merecía. ¿Tú crees que un hombre como él, merece que yo le diga que mi hijo es suyo?... No, he decidido que este bebé que llevo en mi vientre, es solo mío. Mío. Y si piensas decirle a Ricardo que me viste aquí y que estoy esperando un hijo suyo, yo...
— No, Dulce, calma por favor —sacudió la cabeza negando la suposición que añadió ella—. No estoy aquí a tu lado, para hacerte cambiar de opinión con respecto a lo que has decidido con Ricardo. Es cierto que él es mi amigo, que lo apreció. Que de hecho a pesar de que hayamos discutido por una tontería, lo siga queriendo como a un hermano —Dulce al escuchar lo de la riña mostró confusión. Ella no estaba enterada de esa parte de la nueva historia de Ricardo—. Pero eso no quiere decir que me tenga que entrometer en lo que él o tú decidan, tampoco soy un conciliador ni cupido o algo por el estilo. Lo único que si puedo hacer, es apoyarte, ayudarte para que ese pequeño nazca bien. Ya que no podrás impedirme que lo vea como a un sobrino. Eso sí que no.
Dulce se sintió más tranquila respecto a lo que Daniel le comentó. Ella sabía que él era un buen chico, además de un excelente amigo en quien podría confiar. En cierto modo se sintió protegida al verlo ahí tan cercano a ella, además apareciendo en un momento tan oportuno. Sin embargo, tampoco quería abusar de la confianza que le brindaba. Ni siquiera de sus padres había aceptado recibir apoyo, menos lo iba a hacer de parte de Daniel.
— Te agradezco por pensar así, Daniel. Y por querer a mi hijo a pesar de que aún no nazca, pero por ahora no hay nada que puedas hacer por mí. Estoy bien y lo seguiré estando, así como desde que llegue a este lugar —sonrió aparentando tranquilidad.
— Sí, de todos modos. Tienes mi apoyo incondicional, es más, estaremos viviendo en la misma ciudad. Sería injusto no toparnos siquiera de vez en cuando, a propósito —fue empático.
— Claro, porque no. Si somos amigos —dijo Dulce siendo sincera.