Múnich, Alemania.
invierno de 1478.
La noche era oscura y la lluvia caía haciendo un largo recorrido por las calles. El príncipe de los angeles estaba en medio de la calle, desnudo y sus alas ya no estaban con él. Él miraba sus manos llenas de sangre, había cometido un delito y ahora había sido desterrado, se sentía culpable.
—¿Señor se encuentra bien?.—Preguntó el único señor que se acercó a él.
El príncipe tenía su cabeza abajo.
—¡Es apenas un joven!.—Exclamaron varios.
Un general se acercó al celestial, su mano toco el hombro del príncipe haciendo que esta inmediatamente se quemara, todos habían sido testigos de lo que había pasado esa noche. Con un manta el mismo señor que preguntó por él, lo cubrió y lo ayudó a levantarse, el príncipe aún seguía sumergido en sus pensamientos.
—Eres un ángel caído, ¿Cierto?.
El joven príncipe tenía una mirada decaída, el señor fue ágil y lo ayudó a escaparse de las manos de los soldados que querían capturarlo.
—Lo soy.
El señor le acercó el vaso con agua, este sediento lo tomo por completo.
—Soy Ademaro.
Los ojos completamente celestes del príncipe observaban al señor con cierto recelo, pero había sido el único que lo ayudó a escapar. No piensa darse el lujo de desconfiar en las personas que lo ayudaban.
—Soy Mael, príncipe de los ángeles, y he sido desterrado del cielo por Dios, me han quitado mis alas y me han castigado.—Dijo.
Sus ojos se habían vuelto completamente negros y la lluvia comenzó a caer nuevamente. Una tormenta se avecinaba.
—¿Has hecho algo terrible?.
—He hecho algo prohibido y he sido castigado, viviré con los mortales hasta que encuentre a la persona que me llevara de vuelta.
Todo era confuso para Ademaro. Mael parecía un simple joven, pero en realidad era un ángel caído que buscaba la forma de recuperar su vida.
Era un inmortal caminado entre los mortales.