«AIDEN»
La noche se vuelve para mi toda una delicia, saboreo su piel y disfruto de su cuerpo, no solo la poseo de manera lujuriosa, dejándome llevar por el deseo que siento, si no que me vuelvo uno con ella. Nos unimos más allá de lo carnal, por primera vez en muchas décadas hago el amor con una mujer, en verdad me esmero por amarla, por entregarme a ella así como se entrega a mí, formando un pacto que solo nuestros cuerpos sellan uniéndose. No voy a mentir, he estado con otras mujeres, demasiadas, solo para satisfacer mis instintos, mis necesidades, pero esta noche, enredado en la sábanas entre sus piernas he recordado lo que es sentir que el corazón te brinca en el pecho y el pensamiento se te nubla, solo pienso en ella, respiro su aroma, me alimento de su esencia, cada poro se llena de ella y se encaja con fuerza en mi pecho. No hay nada de ella que me desagrade, veo cada cicatriz en su piel y mis labios hormiguean con la necesidad de besarlas, como si con eso pudiera borrarlas. No es una modelo, no es como otras mujeres con las que he estado, aunque su piel es tersa está llena de marcas de guerra, sus manos no son totalmente suaves, sus yemas son sutilmente ásperas por el uso de armas y pólvora, pero su tacto me enloquece más que otra manos de seda que me han tocado. Verla extasiada, sentir su cuerpo retorciéndose debajo del mío, su aliento en mi oído y su corazón agitándose dentro de su pecho, saber que la complazco así como ella a mí solo me lleva a un solo pensamiento:
—Por fin te encontré… mi mujer, mi hembra… mi compañera— le digo al oído, agradecido porque se haya entregado a mí.
Después del placer y la entrega viene el agotamiento, ella se acurruca contra mi pecho y cae dormida. Cierro por un momento mis ojos intentando recuperar el aliento y me dejo llevar por el mismo sueño. Caigo en un sopor profundo y me duermo inhalando su aroma, esa esencia olor a lavanda y cítricos ahora revuelta con sus feromonas. Poco a poco me pierdo en mi inconsciente, me dejo llevar mientras la envuelvo entre mis brazos como si tuviera miedo que al despertar no la encontrará conmigo. De repente abro los ojos de par en par, asustado un grito ensordecedor me saca de mis cabales, estoy en una cabaña, la conozco perfectamente bien, los gritos se hacen más intensos. Corro de la habitación y llegó a la sala, un grupo de hombres tienen por el cabello a mi esposa, los niños lloran en un rincón asustado, por sus uniformes sé quiénes son, son desertores nazis, huyen del fracaso.
—Una maldita perra judía— uno de ellos habla mientras la tiene por el cabello, mi mujer llora mientras intenta zafarse de su agarre —¿No amas a tu país? ¿Qué haces procreando bastardos con una perra judía?— El tipo sonríe divertido y noto como sus dientes son navajas afiladas.
—¡NO LA TOQUEN!— Intento correr hacia ella, pero mi invalidez me entorpece, una pierna la tengo atrofiada, cuando tenía 20 años caí de un caballo y no volvió a ser igual, tanto mi pierna como mis manos pagaron la factura, el caballo salió de si y me atacó lanzando patadas, me fracturó las manos y la pierna, como médico eso me limitó demasiado. Otro soldado me da un golpe en el abdomen con la culata de su arma haciéndome caer de rodillas.
—Vaya, vaya ¿Qué tenemos aquí? Un invalido…. Que frustrante debe de ser no poder defender a tu familia, a tu esposa, a tus hijos— me dice un tercer soldado que se había mantenido distante al conflicto —pero no te preocupes, te haré un gran favor— en cuanto dice eso extiende su mano hacía atrás y uno de los soldados le tiende un sable de guerra —te haré inmortal, te haré fuerte y te quitaré esa invalidez que te vuelve inútil, podrás correr, podrás pelear, tu fuerza y tú rapidez será sobre humana— levanto mi rostro confundido por sus palabras — pero el precio a pagar será alto— en cuánto dice eso levanta el sable y por un momento siento que va a descargarlo contra mí, veo a los ojos a mi esposa, pero a quien veo siendo sujetada por el cabello es a Simone, me ve con miedo. La hoja baja a gran velocidad y corta la cabeza de Simone de una sola intención, cae al piso rodando ante los gritos de los niños y mi miedo.
—¡NOOOOOOOOO!— Mi garganta se desgarra, la veo caer inerte frente a mí mientras los soldados parecen alegres. De repente algo me toma del hombro y me mueve suavemente.
—¿Aiden? ¿Aiden? ¿Estás bien?— Esa voz se va volviendo más fuerte hasta que abro los ojos y veo el rostro confundido y asustado de Simone, acaricia mi mejilla con ternura mientras siento como pequeñas perlas de sudor caen por mi frente. Volví a tener ese sueño, ese recuerdo. Veo a Simone como un ángel frente a mí, tratando de sacarme de mi infierno, tomo su mano que acaricia mi mejilla y la beso suavemente. La abrazo por la cintura y la hago girar por encima de mí hasta que termina acostada a mi lado. La veo fijamente, ahora debajo de mí, tomo sus muñecas con fuerza, presionándolas contra el colchón y siento está necesidad de volver a poseerla.
—Libérame de mi pena— la beso suavemente mientras sigo sujetando sus muñecas, intentando no presionarlas tan fuerte como para lastimarla —cúrame el alma— digo contra sus labios antes de volver el beso más furioso y enérgico, vuelvo a apoderarme de su boca y ella lo permite, su cuerpo ya no se resiste ni teme al mío, simplemente me recibe de nuevo, deseando que nos unamos otra vez. Volvemos a entregarnos a esa pasión ferviente, influida por el terror de mi sueño, me resisto a pensar en la idea de perderla, como si al volver a hacerle el amor pudiera atarla a mis huesos, pudiera retenerla para siempre a mi lado. Siento como la temperatura de su piel aumenta respondiendo a mis besos y el roce de mi piel con la suya, su cuerpo se mueve, se acopla al mío y volvemos a hacernos uno solo entre las sábanas.
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Editado: 15.07.2020