Ecos de venganza

Capítulo 5: Un Encuentro Peligroso

El viaje hacia el lugar del encuentro había sido largo y silencioso. Mauro conducía con los nudillos blancos de la tensión, sus manos firmemente agarradas al volante, mientras el coche avanzaba lentamente por calles desiertas. La noche era espesa, como si la oscuridad misma intentara devorar el camino. Al lado de él, Lucas estaba sentado en el asiento del copiloto, en completo silencio, aunque su nerviosismo era evidente. Sus piernas se movían ligeramente, como si tuviera la necesidad de correr en cualquier momento.

Elena, en el asiento trasero, estaba inmersa en sus pensamientos, mirando por la ventana, sin realmente ver lo que había afuera. La tensión en el coche era palpable, y ninguno de los tres había dicho una palabra en los últimos veinte minutos.

Todo había comenzado días atrás, cuando Mauro recibió una llamada anónima, una voz baja y áspera que le indicó un lugar específico donde podría obtener información sobre su hermana desaparecida. Mauro había sentido que algo no andaba bien desde el principio, pero su desesperación por encontrar a su hermana lo había cegado a cualquier advertencia. Ahora, mientras se acercaban al destino, no podía evitar la sensación de que estaban caminando directamente hacia una trampa.

El mensaje era claro: si quería saber algo sobre su hermana, debía presentarse en esa casa abandonada a las afueras de la ciudad. Lucas y Elena habían insistido en acompañarlo, a pesar de sus reticencias iniciales. No quería poner a nadie más en peligro, pero también sabía que no podía hacer esto solo.

—Mauro, ¿seguro que esto es una buena idea? —preguntó Lucas, rompiendo el silencio por primera vez desde que subieron al coche. Su voz era baja, llena de preocupación.

—No lo es —respondió Mauro con franqueza, sin apartar los ojos de la carretera—. Pero no tengo otra opción. Esta es la única pista que he tenido en meses. No voy a ignorarla.

—Entiendo —murmuró Lucas, mordiéndose el labio—. Solo… mantengámonos alerta, ¿sí?

Elena, desde el asiento trasero, añadió:

—Sabemos que puede ser una emboscada. Pero si hay una mínima posibilidad de que encuentres a tu hermana, vale la pena arriesgarse.

Mauro no respondió, pero en su pecho sentía la misma mezcla de miedo y determinación. Elena tenía razón, aunque esa certeza no hacía que la sensación de peligro disminuyera. No había sido fácil convencer a Lucas y a Elena de que los dejaran participar en esto, pero, en el fondo, él también sentía que necesitaba su apoyo. Si algo salía mal, al menos no estaría solo.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegaron al lugar. Una casa deteriorada, con las ventanas rotas y las paredes agrietadas, se alzaba en el medio de un terreno baldío. La luna apenas alumbraba las ruinas, lo que hacía que la edificación pareciera aún más amenazante. Alrededor no había signos de vida, ni faroles, ni siquiera el sonido de animales nocturnos. Era un lugar muerto.

—Es aquí —dijo Mauro en voz baja, deteniendo el coche a unos metros de la casa. El motor se apagó, y por un momento, todo quedó en silencio nuevamente.

Elena tragó saliva, inclinándose hacia el frente.

—¿Y ahora qué? —preguntó, su voz reflejando la ansiedad que todos sentían.

Mauro respiró hondo, intentando calmarse. Sabía que el momento se acercaba.

—Entramos —respondió, finalmente—. Pero manténganse detrás de mí. No sabemos con qué nos encontraremos.

Salieron del coche con cautela. Mauro lideraba, caminando a paso firme pero con los músculos tensos, preparado para lo peor. Lucas iba justo detrás de él, lanzando miradas nerviosas a su alrededor, mientras que Elena cerraba la marcha, su mano derecha apretando la pequeña navaja que había traído por si acaso. El aire era pesado, cargado de humedad, y cada paso que daban parecía resonar demasiado fuerte en la quietud de la noche.

Al acercarse a la entrada de la casa, Mauro levantó la mano, indicándoles que se detuvieran. Escuchó. Los ruidos dentro de la casa eran sutiles, pero presentes. Pisadas, murmuraciones bajas, como si alguien estuviera esperando. Mauro intercambió una mirada con Lucas y Elena, ambos comprendieron que el peligro estaba a solo unos metros.

—Estemos preparados —murmuró Mauro, su corazón martilleando en su pecho. Sacó la pequeña pistola que había traído, aunque preferiría no usarla. No sabía a quién se enfrentaba, pero tenía claro que no dejaría que nada ni nadie le impidiera descubrir la verdad.

Cuando llegaron a la puerta, Mauro la empujó con cautela. La madera rechinó, dejando ver una sala vacía y desordenada. Los escombros cubrían el suelo y el polvo flotaba en el aire, iluminado por la tenue luz de la luna. El lugar olía a abandono, pero el instinto de Mauro le decía que no estaban solos.

Dio un paso adelante, Lucas y Elena lo siguieron en silencio. Avanzaron con cautela hasta que, de repente, se escucharon pasos desde el pasillo. Mauro levantó la pistola, su cuerpo entero en alerta.

—¿Quiénes son? —murmuró Elena, sus ojos grandes de temor mientras miraba alrededor.

Mauro se giró hacia ella, tratando de mantener la calma.

—No lo sé —respondió, su voz tensa—. Pero debemos estar listos para cualquier cosa.

Entonces, los pasos se detuvieron frente a la puerta del salón donde estaban, y el sonido de un golpe resonó en la madera. El corazón de Mauro se detuvo por un momento. La puerta




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