El taxi avanzaba lentamente por las calles iluminadas de la ciudad. Las luces de los postes proyectaban sombras en los rostros de Mauro, Elena y Lucas, quienes viajaban en silencio, inmersos en sus pensamientos. La noche se sentía más densa, cargada de incertidumbre y de preguntas sin respuestas.
Mauro miraba por la ventana, sus dedos tamborileando nerviosamente sobre sus rodillas. Las calles parecían interminables, como si el trayecto hacia la estación de policía se alargara a propósito. La realidad de lo que habían enfrentado esa noche seguía resonando en su cabeza, un eco que se negaba a apagarse.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó Lucas, rompiendo el silencio.
Mauro se volvió hacia él, sus ojos cansados pero decididos.
—No lo sé —admitió, con una mezcla de sinceridad y frustración—. Pero no veo otra opción. No quería involucrarlos al principio, pero las cosas han llegado demasiado lejos.
Elena, sentada a su lado, lo miró con calma.
—¿Por eso no quisiste reunirte con la policía antes? —preguntó, con una voz suave que contrastaba con la tensión que se respiraba en el ambiente.
Mauro suspiró
—Si He visto cómo funcionan las cosas desde adentro gracias a Lucas —miró a su amigo con gratitud—. Sabía que si hacíamos un movimiento en falso, si nos apresurábamos, podríamos perder la única oportunidad de encontrar a mi hermana. Pensé que sería mejor investigar por mi cuenta primero, sin atraer demasiada atención. Pero ahora… ya no estamos a salvo.
Lucas asintió, su mirada comprendiendo. Él había sido quien le había mencionado los problemas de Laura, la hermana de Mauro, después de recibir información confidencial a través de sus contactos en la policía. Lucas tenía acceso a datos que los civiles comunes no podían obtener. Esa era la razón por la cual Mauro había dudado tanto en acudir directamente a las autoridades. Confiaba más en la discreción y la habilidad de Lucas que en un sistema que, muchas veces, parecía estar corrupto y roto.
—Lo sé, amigo —dijo Lucas—. Y por eso no te presioné para que lo hicieras antes. Pero ahora, con lo que hemos descubierto… es el momento de dejar que alguien más entre en esto. No podemos hacerlo solos.
Mauro asintió lentamente. Sabía que tenía razón. Habían pasado semanas buscando respuestas sin involucrar a las autoridades, pero los peligros a los que se enfrentaban eran más oscuros y complejos de lo que había imaginado. Su hermana no era solo una desaparecida más; algo mucho más siniestro estaba detrás.
El taxi finalmente se detuvo frente a la estación de policía. El edificio era imponente, con su estructura fría de hormigón que parecía vigilarlos desde arriba. Mauro respiró hondo antes de salir del coche. Lucas lo siguió, con Elena caminando a su lado.
—Vamos a hacerlo —dijo Mauro, más para sí mismo que para los demás, mientras se adentraban en la estación.
El ambiente dentro era más ruidoso de lo que esperaba. Los teléfonos sonaban constantemente, y el murmullo de las conversaciones llenaba el aire. Mauro sintió una punzada de ansiedad al observar a los oficiales uniformados que iban de un lado a otro, inmersos en su propia rutina. Algo en el lugar olía a desorden, como si todo fuera demasiado caótico para una estación en funcionamiento.
Lucas le dio una palmada en el hombro.
—Tranquilo. Lo resolveremos.
Un policía mayor, con un semblante serio y rasgos marcados por años de servicio, se les acercó. Sus ojos pasaron de Lucas a Mauro y luego a Elena, como si midiera cuidadosamente la situación antes de hablar.
—¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó con voz ronca, sin dejar de observarlos con recelo.
Lucas dio un paso adelante, su tono firme pero educado.
—Estamos aquí por un caso de desaparición. Laura Austen. —Señaló a Mauro—. Él es su hermano.
El oficial hizo una pausa antes de asentir, como si estuviera buscando algo en su memoria.
—Espérenme aquí. La detective Morgan se encargará de ustedes.
El silencio entre los tres amigos era palpable mientras esperaban. Mauro, que normalmente sabía manejar su ansiedad, notaba cómo su mente comenzaba a divagar. ¿Por qué había evitado tanto tiempo venir aquí? No solo era el miedo a no encontrar a su hermana, sino algo más, algo que no podía explicar del todo. Los rumores de corrupción eran imposibles de ignorar, y el temor de que su hermana se hubiera visto atrapada en algo mucho más oscuro lo carcomía desde dentro.
El sonido de tacones resonando en el suelo los hizo girar la cabeza al unísono. Una mujer alta, de cabello rubio corto y vestida con una chaqueta de cuero, caminaba hacia ellos. Su presencia imponía, pero su rostro era inexpresivo, casi frío, como si hubiera perfeccionado la indiferencia tras años de lidiar con problemas ajenos.
—Detective Morgan —se presentó, tendiendo la mano con profesionalismo. Mauro la estrechó, sintiendo la rigidez de sus dedos, como si incluso el contacto humano le resultara mecánico.
—Mauro Austen —respondió, su voz apenas quebrada por la tensión—. Estoy buscando a mi hermana.
—Sé quién eres —replicó ella, con una mirada calculadora—. Ven conmigo. Tenemos una sala donde podemos hablar con más calma.