Ecos de venganza

Capítulo 8: La Oscuridad en el Hogar

Mauro entró en su casa y sintió que el aire pesado lo golpeaba de inmediato. Era como si las paredes susurraran viejos secretos que lo envolvían en una sofocante capa de ansiedad. Siempre había encontrado consuelo en esas cuatro paredes, pero hoy, todo era distinto. La atmósfera se sentía densa, cargada de algo que no podía ver, pero que sentía profundamente. Las sombras en los rincones parecían más oscuras, más amenazantes.

Cerró la puerta detrás de él con un leve clic, y el sonido resonó por toda la casa vacía. Su madre estaba en la sala de estar, sentada en su sillón favorito. Frente a ella, un álbum de fotos abierto en su regazo. Parecía perdida en los recuerdos, atrapada en un tiempo al que solo ella tenía acceso. Mauro caminó hacia ella con pasos pesados, su mente zumbando con preguntas no respondidas.

—Mamá —dijo suavemente, pero no obtuvo respuesta.

Ella no apartó la vista de las fotos. Cada imagen era un eco lejano de lo que una vez fue una familia feliz, antes de que la oscuridad se apoderara de sus vidas. Laura, su hermana, sonreía en casi todas las fotos. Su risa congelada en el tiempo, pero en la realidad... desaparecida, como un fantasma.

Mauro se sentó a su lado, sintiendo que el peso de la habitación se apretaba sobre sus hombros. Su madre finalmente alzó la vista, sus ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar.

—No puedo dejar de pensar en ella. —su voz era apenas un susurro—. No puedo dejar de preguntarme qué pasó realmente.

Mauro asintió, apretando los puños en sus rodillas. No podía seguir eludiendo la verdad. Todo lo que había descubierto hasta ahora no hacía más que sembrar más dudas. La imagen de su familia perfecta había sido destrozada, y cada fragmento estaba lleno de dolor y confusión.

—Mamá, necesito saber más sobre Laura. —dijo finalmente, con la voz temblorosa—. Hay cosas que no encajan, cosas que tú no me has contado.

La mirada de su madre se endureció por un momento, como si estuviera debatiendo si abrir una puerta que había mantenido cerrada durante años. Sus manos temblaron al acariciar la esquina del álbum, y Mauro supo, en ese instante, que lo que estaba a punto de escuchar podría cambiar todo.

—¿Qué cosas, hijo? —preguntó ella, pero su voz ya no era suave; era defensiva.

Mauro sintió que la tensión crecía entre ellos. Tragó saliva, sabiendo que no había vuelta atrás.

—¿Con quién se involucró antes de desaparecer? ¿Qué estaba pasando realmente con ella? —sus palabras salieron atropelladas, casi rogándole una respuesta—. Mamá, por favor. Ya no soy un niño. Necesito saber la verdad.

Su madre cerró los ojos con fuerza, como si con ese gesto pudiera bloquear todo lo que él le pedía. Pero Mauro no retrocedió. Se inclinó hacia adelante, desesperado.

—Mamá, me estoy volviendo loco. —dijo con un tono más duro—. Ya no puedo vivir con esta incertidumbre. Si me ocultas algo, me está matando.

Ella abrió los ojos de nuevo, y en su mirada había miedo. Un miedo que Mauro nunca había visto en ella.

—Tu hermana... —empezó, pero se detuvo de nuevo. Respiró hondo, sus manos temblando al cerrar el álbum de fotos con un golpe seco—. Laura había comenzado a... cambiar. Comenzó a salir con personas... peligrosas. Yo... nunca quise que tú lo supieras.

Mauro sintió que su corazón se detenía un momento. Era como si todo lo que alguna vez había creído sobre su hermana se estuviera desmoronando frente a él. No podía reconciliar a la dulce Laura que recordaba con la imagen de alguien que estuviera involucrada en algo turbio.

—¿Peligrosas? —preguntó Mauro, su voz sonando más aguda de lo que había querido—. ¿De qué estás hablando?

Su madre lo miró con los ojos llenos de lágrimas, pero detrás de esas lágrimas había algo más. Culpa.

—Personas que... no pertenecen a este mundo. Gente que hace cosas terribles, Mauro. —su voz se quebró y bajó la cabeza—. Intenté alejarla, pero ya estaba demasiado atrapada.

La habitación pareció oscurecerse aún más mientras Mauro intentaba asimilar lo que acababa de escuchar. Sabía que había algo más, algo mucho más siniestro escondido detrás de las palabras de su madre.

—¿Quiénes son esas personas? —preguntó, sintiendo una mezcla de rabia y miedo revolviéndose en su estómago—. ¿Cómo pudieron atraparla?

Su madre respiró hondo de nuevo, y cuando levantó la mirada, su rostro estaba pálido.

—No sé todos los detalles. Laura nunca quiso decirme la verdad. —dijo, con una voz apenas audible—. Pero sé que tu padre... él también estaba involucrado.

Mauro se congeló. Cada fibra de su ser gritaba en negación, pero sabía que había verdad en las palabras de su madre. Era como si todas las piezas sueltas de un rompecabezas oscuro estuvieran cayendo en su lugar, y el resultado era aterrador.

—¿Mi padre? —Mauro lo dijo en un susurro, sin poder creer lo que escuchaba—. ¿Qué tiene que ver él con todo esto?

El silencio que siguió fue insoportable, y el corazón de Mauro latía con tanta fuerza que pensó que iba a estallar.

—Tu padre... —su madre se cubrió la cara con las manos—. Nunca fue el hombre que tú creías. Él estaba... involucrado con esa gente. Ellos le debían favores, y Laura... era el precio a pagar.




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