La noche había comenzado con una chispa de alegría, una celebración en la lujosa mansión de un amigo de Mauro. El ambiente estaba cargado de música vibrante y risas, un respiro bienvenido después de las tensiones recientes. Elena, con un vestido rojo que realzaba su figura, se sentía un poco más ligera, como si la felicidad de los demás pudiera borrar temporalmente la sombra que se cernía sobre ellos.
Mauro había insistido en que salieran a la fiesta, sintiendo que necesitaban un momento de normalidad, un espacio para reconectar y recordar lo que era vivir sin miedo. La idea de festejar lo hizo sentir que estaban dando un paso hacia adelante en lugar de estar siempre a la defensiva.
Llegaron juntos, sosteniendo las manos mientras cruzaban el umbral de la mansión. La música pulsaba a través de los altos techos, iluminando el lugar con luces parpadeantes que reflejaban la euforia de la multitud. Elena sonrió al ver a sus amigos en la pista de baile, sus rostros iluminados por la diversión. Era un mundo ajeno a los problemas que habían enfrentado; una burbuja de alegría que no sabían cuánto duraría.
Mientras bailaban, Elena sintió que los problemas se alejaban, aunque no del todo. La tensión de lo que había sucedido recientemente seguía latente, como un eco lejano. De repente, una figura familiar emergió del fondo de la sala. Una mujer se acercó con una sonrisa que no prometía nada bueno.
—Mauro, ¡cuánto tiempo sin verte! —dijo Sofía, su tono casual y despreocupado. La miró con una mezcla de sorpresa y desdén, claramente incómodo por su aparición.
Elena sintió un nudo en el estómago. ¿Quién era Sofía?
—Hola, Sofía. —respondió Mauro con voz tensa—. ¿Qué haces aquí?
—Vine a saludar. No sabía que estarías aquí. —dijo ella, mirando a Elena con curiosidad.
Elena sintió que los ojos de Sofía la evaluaban, como si estuviera en una competición en la que no había elegido participar.
—Es un buen lugar para desconectar, ¿no? —continuó Sofía, sin realmente esperar una respuesta.
Mauro se limitó a asentir, visiblemente incómodo. La conversación era superficial y no parecía tener un propósito más allá de la casualidad.
—Bueno, que disfruten la fiesta. —dijo Sofía, haciendo un gesto despreocupado con la mano antes de alejarse, como si no hubiera nada más que decir.
Elena sintió un leve alivio cuando Sofía se fue, pero una sombra permanecía sobre ella. ¿Por qué Mauro se había puesto tan tenso?
—¿Quién era esa? —preguntó Elena, tratando de mantener la calma.
—Solo una exnovia. No hay nada de qué preocuparse. —respondió Mauro un poco incomodo
Elena asintió, intentando racionalizar la situación. La aparición de Sofía había añadido un elemento incómodo a la velada. Sin embargo, Dada la situacion; no podían permitirse distraerse por celos o inseguridades en un momento como este.
Con el encuentro atrás, la pareja decidió hacer lo que mejor sabían hacer: bailar. La música volvió a envolverlos, y las luces parpadeantes les ofrecieron un momento de distracción. Sin embargo, la inquietud seguía latente, como un eco de lo que estaba por venir.
Después de un rato, se alejaron de la pista y se acomodaron en un rincón más tranquilo de la sala.
—Deberíamos hablar de lo que ha estado ocurriendo —sugirió Mauro, con un tono serio que dejaba claro que el momento de la diversión había pasado. La música seguía sonando en el fondo, pero para ellos, el ruido se desvaneció, reemplazado por el peso de la realidad que los envolvía.
Elena asintió, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en su pecho. No podían seguir ignorando lo que sucedía a su alrededor.
—Sí, es cierto—respondió, buscando un equilibrio entre la necesidad de conexión y la sombra de la ansiedad que los acechaba. Su mirada se encontró con la de Mauro, y en esos ojos oscuros, vio reflejados sus mismos miedos.
Mauro se pasó una mano por el cabello, su expresión grave reflejando la tormenta que rugía dentro de él.
—No solo tenemos que pensar en la chica que rescatamos. También necesitamos averiguar qué sabe mi padre sobre la mafia. —dijo, su voz tensa—. Ellos no se detendrán, y no podemos permitir que nos atrapen.
Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda. La incertidumbre sobre la lealtad de la familia de Mauro se convirtió en un peso que se instalaba en su pecho. Ella se acercó, tomando su mano entre las suyas, deseando infundirle un poco de calma.
—Mauro, sé que todo esto es abrumador. No tienes que cargar con todo el peso. —dijo, su voz suave y firme al mismo tiempo. Sus ojos se encontraron, y un rayo de esperanza cruzó entre ellos. —No estás solo. Estoy aquí contigo, pase lo que pase.
Él la miró, y en su mirada había una mezcla de gratitud y vulnerabilidad.
—Lo sé. Pero hay momentos en los que me siento tan perdido. Es como si mi propia sangre me estuviera traicionando. Mi padre siempre ha sido un modelo a seguir, y ahora dudo de todo lo que creí. —dijo Mauro, su voz temblando ligeramente mientras las emociones afloraban en su pecho.
Elena apretó su mano, consciente del dolor que sentía.
—Mauro, tu valor es lo que realmente importa. No es tu culpa que su familia esté involucrada en este tipo de cosas. —su voz era cálida, un refugio en medio de la tormenta—. Tú no eres como ellos. Eres fuerte, y eso es lo que más me atrajo de ti.