Ecos del pasado

Capítulo 1 : El que no recuerda

Capítulo 1: El que no recuerda (Versión Mejorada)

Grimm sostenía el farol con runas vivas que titilaban. No era miedo lo que sentía. O eso creía. Bajaba otra vez por las escaleras talladas en la roca, un lugar que parecía haber absorbido siglos de silencio y abandono.

La humedad pegajosa le recorría la barba. En la otra mano llevaba un hatillo con pan negro, carne seca y una manta áspera. Mientras caminaba, los dedos se le deslizaron por la pared rugosa. Allí, una marca fresca: tres líneas paralelas, como garras. Alguien o algo había dejado esa señal.

La luz del farol proyectaba sombras que bailaban entre las grietas y fisuras, y Grimm no pudo evitar detenerse un instante para trazar con el dedo una cicatriz antigua en la roca, desgastada por años. Era un símbolo que su padre le enseñó a reconocer, un recordatorio de guerras pasadas y traiciones no olvidadas. Le costaba admitirlo, pero ese lugar le recordaba a él mismo: una prisión tanto externa como interna.

Recordó un rostro —una sombra de ojos vacíos y labios sellados— que le rondaba desde hace días. Él había sido quien ordenó dejarlo allí, condenado sin juicio. La culpa le apretó el pecho, mezclándose con la curiosidad que le empujaba a bajar.

Un gemido arrancado por el viento se coló por una grieta, como si la prisión misma ensayara una confesión. Las paredes parecían respirar, palpitar, y por un instante, Grimm tuvo la extraña impresión de que aquel lugar quería hablarle, contarle secretos que le habían sido vedados desde niño.

La roca era dura, y el aire espeso sabía a polvo de siglos. A cada paso, el goteo constante del agua se detuvo. El silencio fue tan abrupto que se le clavó en los huesos.

—¿Me estás escuchando? —susurró Grimm, sin esperar respuesta.

Pero no hubo sonido. Ni viento ni eco.

Más abajo, una grieta nueva surcaba la pared. La prisión no estaba quieta. Y él tampoco.

Cuando llegó a la celda, la puerta negra parecía una herida en la roca. Grimm dejó el hatillo y murmuró la orden en lengua rúnica. La piedra vibró, la puerta se abrió con un quejido.

Dentro, la figura seguía sentada. Pero esta vez lo miraba desde antes de que entrara.

El cuerpo parecía más hueso que carne. Los ojos, rojizos y vacíos, bajaron al hatillo.

—No suelo traer comida a los prisioneros —dijo Grimm, con voz áspera—. Pero tú no pareces uno cualquiera.

La figura alzó una mano, y la sombra del farol se congeló en la pared, dibujando una runa que Grimm reconoció vagamente. Su rostro palideció.

—¿Vienes solo? —preguntó, sintiendo el nudo en la garganta.

Asintió. Nadie más se atrevía a bajar.

Se sentó frente a la figura, con el pan entre ambos.

—¿Recuerdas algo? —la voz de Grimm sonó casi como un suspiro.

La figura negó lentamente.

—No hay recuerdos. Solo fragmentos sin dueño.

—¿Qué sientes?

—Frío. Hambre. Pero no de comida.

Grimm observó cómo el pan comenzó a ennegrecerse, cubriéndose de moho negro en segundos. No era la primera vez que veía algo así, pero aún así un escalofrío recorrió su espalda. Algo oscuro se movía allí.

—¿Sabes dónde estás?

—No importa el nombre. Esto huele a tumba.

—Es una prisión.

—¿Para quién? —preguntó la figura, la voz áspera.

Grimm apretó la mandíbula.

—Para los que el mundo quiere olvidar.

Se llevó la mano a la barba, sin saber qué decir.

—No voy a soltarte cadenas —dijo al final—, ni darte armas. Pero si eres algo más que un muerto, mereces algo parecido a un trato.

La figura asintió, sin tocar la comida.

Grimm se levantó, recogió el farol.

—Volveré mañana. No hagas locuras.

La figura murmuró un gracias, apenas audible.

Grimm no respondió.

Al salir, vio su sombra en la pared.

Pero había más ojos.

Dos pares más, quietos, observándolo desde la piedra.



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En el texto hay: fantasia

Editado: 06.08.2025

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