Esta mañana de sábado emprendí camino en el auto con papá a Mirelles. La carretera poco transitada me resulta relajante, aún más su suave playlist y el día nublado regalándonos ligeras ventiscas del otro lado del cristal.
Me encanta este clima, los abrigos y el paisaje que ofrece.
No tengo la mejor relación con mi madre, es por eso que no me sorprende que no haya querido venir con nosotros a casa de mi tía Aranza. Usualmente no me importa si nos quiere cerca o no, pero muchas otras quisiera verla feliz.
Lo cotidiano es verla en pijama hasta las casi tres de la tarde, sé que no sale a ningún lado, apenas y se relaciona con los empleados de la casa.
A veces dudo lo que dicen, que tenía aquel ángel en sus acciones y era de las mejores médicos que Mesiría le daría al mundo.
Tengo mis teorías, pues sé que sus últimos años laborales fueron como practicante en el hospital psiquiátrico de Mirelles, Jardines del recuerdo. Ver a las personas decayendo día a día debió ser un golpe duro para ella, uno del que no se recuperó. Me queda claro que estar en el lugar incorrecto puede acabar con tu vida.
Llegamos a muy buena hora a la casa de los Alessandri, o sea a casa de tía Aranza y Matthew Alessandri, su loco esposo.
Su familia me encanta, sobre todo mi primo Alexi, él es dos años mayor que yo y es tan divertido como su padre.
Bajamos los presentes y el postre hecho por mi nana, su delicioso panqué de zanahoria, en algún momento del día tendré que explicar porque le falta una rebanada.
Busco a Alexi en el jardín de atrás, a esta hora debe estar regando sus plantas. Siguiendo el amor por la naturaleza y los animales que le inculcó su madre estudia biología, conserva toda clase de plantas extrañas y exóticas en su vivero.
Las tiene clasificadas, ver su jardín es reconocer que la belleza puede ser diferente y no por eso deja de ser linda.
Después del desayuno Alexi decidió que fuésemos a dar una vuelta por el pueblo en lo que llegan su hermana Dominic, su esposo y el resto de los invitados.
A medida que avanzamos noto que los patios están mayormente divididos por cercas metálicas que permiten ver hacia dentro, las calles son de tierra lisa y limpia, hay árboles por doquier, sus jardines están llenos de vegetación lista para dormir en el otoño y revestirse en la siguiente primavera.
El aire sopla dando una vista bastante hermosa con la caída de las hojas sobre el bosque y parte de la calle. Me gusta el aroma, la tranquilidad, el cordial y pequeño vecindario de mis primos.
Alexi hace parada a unos metros de la casa más grande entre los senderos, es de colores nítidos, un perfecto gris marmoleado al centro mientras que resto de las paredes son lilas, sus oscuros ventanales la hacen lucir reservada.
—Ahí vive Nathaniel y su familia.
¿Nathaniel? ¿Ese Nathaniel?
He escuchado muchas cosas de él desde preescolar, en Mesiría se cuentan las leyendas de Mirelles al ser el pueblo más cercano.
Algunas de las cosas que se rumoran de él es que es el hijo del Psicólogo Ethan Brooks, uno de los más grandes investigadores conductuales de su época, hasta que enloqueció en medio de una investigación personal que realizaba en secreto entre las paredes de su despacho hace poco más de cuatro de décadas, tema que jamás salió a la luz, se dicen muchas cosas entorno a esa casa, como incendios, brujería, muertes inexplicables, desapariciones, que bien podrían ser totalmente falsas, pues la gran vivienda está intacta y según veo actualmente habitada por su familia
—Estoy seguro que no te atreves a tocar el timbre y echarte a correr—menciona desafiante.
—¡Claro que no haré eso!
—Eres tan predecible.
—¡No lo soy!
—Y cobarde.
—¡Alexi!
Lo empujó lejos y me quedo sobre la acera, veo como él se aleja levantando el pulgar en señal de apoyo. O sea solo verá desde allá si lo hago o no.
¿Qué todos se han propuesto sacarme de mi zona de confort? ¿Más retos en menos de dos días? En este momento de pánico siento que el aire deja de correr y la tensión hace que incluso sude.
Cerca del portón hay un buzón azul en el cuál dice «Familia Brooks»
La puerta está a medio cerrar, así debe ser la gran confianza de que a nadie se le antoja adentrase en su territorio.
Permanezco de pie frente al portón, solo es entrar, tocar y correr por mi vida. Si puedo, claro que puedo.
Apenas tocaba la puerta cuando escucho que alguien corre cerca de mí, giro y es un señor ejercitando en ropa deportiva, viene en dirección del bosque dando término a su rutina.
Se quita los audífonos antes de hablarme.
—¿Buscabas algo?—me pregunta casi amable.
Seguro me encuentra ajena a este lugar, quiere advertirme sobre está familia o me cree tan ingenua para entrar ahí.
—No, so-solo... Soy nueva por aquí, tenía curiosidad por saber si todas las historias en torno a esta familia son verídicas.