Educando a la princesa

Capítulo 9: Una mujer peculiar y el talento escondido del sapo

Luego de la interminable lucha de miradas, la señora, que al parecer no andaba tan perdida como aparentaba, decidió que su cita con el arquitecto Samuel podía esperar. Ante las protestas que le dieron ella y el sapo, la anciana solo había sonreído, les había dado una mirada enigmática y les había palmeado una mejilla a cada uno, de manera suave. Confundidos, no pudieron reclamar siquiera. 

Y así pasaron 10 minutos, tiempo en el cual Trevor se había ido a preparar el té, mientras ella se había quedado conversando con la señora. Antes de irse a cumplir su misión, él las había mirado de forma extraña.

—¿Quieres que te cuente algo divertido sobre Tomtom?— preguntó la dulce ancianita, cuyo nombre era Mary Violet, pero quería que la llamaran Mavi.

—Oh, por supuesto señora Mavi, yo la escucho encantada.

¿Material para burlarse del sapo? Esto se estaba poniendo bueno.

—Una tarde, yo estaba durmiendo la siesta en una silla tras el mostrador y me dio parálisis del sueño—comenzó Mavi mientras se acomodaba en el suave sillón afelpado de la sala de descanso, que parecía sacada de un cuento de hadas mezclado con fantasía medieval. 

Samantha escuchaba con atención lo que parecía el comienzo de una extraña historia. Odiaba las parálisis del sueño.

—Yo luchaba por moverme, por hablar, esperaba que Tomtom me notara y me diera un buen sacudón, de esos que levantan hasta a los muertos. 

Samantha no pude evitar soltar una risita. Mavi la miró sonriente y reanudó la historia.

—Pero el tontito no llegaba, y yo ya sentía que mi alma estaba menos en la tierra y más en el cielo. Cuando por fin me vio, yo ya podía hacer pequeños ruidos con mi boca, le decía: "Tomtom, ayúdame, no puedo moverme". O por lo menos eso fue lo que intenté decirle. Pero no sé lo que habría escuchado él, porque...

En ese punto la señora hizo una pausa. Samantha se quedó observándola por unos segundos, esperando que continuara lo que sea que fuera a decir. Mavi, a su vez, se quedó viéndola sin pestañear. Entonces Samantha creyó comprender.

Puso cara de sorpresa y dijo con el tono de voz más interesado que pudo usar:

—¡Oh, señora Mavi!, ¿entonces qué sucedió?

Mavi se acomodó en el sillón y prosiguió.

—Bueno, como te contaba, ¿en dónde estaba? Ah, sí. No sé qué habrá escuchado el pobre Tomtom porque se asustó mucho, qué digo mucho, muchísimo. Se me acercó, me tomó el pulso, escuchó los latidos de mi corazón. ¡Yo solo quería que me diera un sacudón!—Mavi contaba todo gesticulando y entonando, dándole vida a su relato. —Pero no, Tomtom no cumplió mis deseos. Lo siguiente que supe fue que estaba llamando a la ambulancia mientras gritaba cómo me estaba muriendo en la silla de una biblioteca. ¿Puedes imaginártelo Samy? ¡Yo, muriendo! Si estoy más fuerte que un toro.

Samantha solo asintió efusivamente.

—Siga, siga, no se detenga— le dijo, comprendiendo que a Mavi le encantaba hacerse esperar, que la animaran a seguir.

—Bueno, resulta que mi parálisis del sueño fue la parálisis del sueño más larga en la historia de las parálisis del sueño. 

—¿En serio?— cuestionó Samantha sorprendida.

—Oh, sí— respondió Mavi— luego te muestro mi Récord Guinness.

—¿Obtuvo un Récord Guinness?

—Puedes apostarlo, querida— Mavi intentaba simular modestia, sin lograrlo por completo.

—Y...¿qué pasó con la ambulancia?— preguntó Samantha ansiosa por saber el final.

—Bueno, pues le dijeron lo que ya se sabía, que había sido una parálisis del sueño. Ellos lograron que por fin volviera en mí. Pero todo el mundo se enteró, y la voz se corrió. Y así fue como obtuve el récord Guinness. No sé de qué forma descubrieron el tiempo en el que estuve paralizada, pero tampoco me importa, si te soy sincera. Gracias a Tomtom pasé una gran vergüenza frente a esos guapos y jóvenes doctores, pero también obtuve mi amado Récord Guinness y la biblioteca se volvió más concurrida que nunca. ¡Uy, cómo adoro a ese muchacho!—finalizó Mavi con una sonrisa y voz soñadora.

Samantha sonrió por la historia, y por el sentimiento de emoción que la embargaba. Había ganado una buena amiga, estaba segura.

—Fue increíble, señora Mavi. Usted sí que sabe contar una buena historia.

—Lo sé, Samy, lo sé. Eso mismo me decía mi adorado Henry. 

—¿Fue su esposo?—preguntó Samantha intentando guardar respeto ante el posible difunto esposo de la señora.

—¡Oh, no, cómo crees! Fue uno de mis pretendientes. 

—Oh, lo siento, como usted dijo adorado creí que...

—Para nada, para nada Samy. Pero él era muy amable, un alma sensible, tierno hasta decir basta. Me trajo una rosa cada día de la semana mientras me pretendía. Me susurraba poesías escritas de su puño y letra cada vez que nos encontrábamos en la alameda...

Samantha empezó a imaginar todo aquello como un romance de ensueño, sin esperarlo, empezó a encariñarse con un hombre al que jamás conocería.

—Pero su amigo era más divertido.

Aquellas palabras rompieron su globo de ilusiones y le explotaron en la cara.

—¿Qué?—preguntó pasmada.

—Su amigo era más divertido. Me hacía reír.

—Pero, pero...Henry te daba rosas, te escribía poemas, dijiste que era tierno, sensible, entonces...¿cómo?

—Cariño, ¿el hecho de que me haya dado rosas y escrito poemas, el que haya sido una persona sensible y tierna significa que yo tuve que haber aceptado su propuesta?

Samantha se quedó pensando.

—Pero al parecer en serio te quería, se notaba que tenía buenas intenciones. Por lo que me cuentas, él te amaba.

—Sí, me amaba—respondió Mavi mirando a la nada con ojos llenos de ternura.—Pero yo no a él. Creí que podía hacerlo, intenté convencerme de que podía casarme con él e intentar amarlo. Era tan bueno...Pero cuando me dio el primer beso lo supe. 

—¿Qué supo?—preguntó Samantha con voz queda.




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