Educando a la princesa

Capítulo 11: El príncipe dorado

Su día había sido fenomenal. Había encontrado un grupo de amigos peculiares, pero no por ello menos geniales que algunos de los que había tenido en su anterior colegio. Apenas los había conocido aquella mañana, pero su compenetración había sido tal, que una parte de ella sentía que los conocía de toda la vida. Por otra parte, Lucas estaba preparando un delicioso pastel de chocolate. De tan solo pensar en eso se le hacía agua la boca.

Siguió leyendo "Mujercitas", uno de sus libros favoritos cuando, de improviso, le llegó un mensaje a su teléfono temporal, cortesía de Mavi. "Una chica moderna no puede estar incomunicada, mucho menos una princesa", le había dicho al entregarle aquel sencillo, pero ahora muy apreciado celular.

"Samy, adivina dónde estoy", decía el texto.

Su corazón saltó en su pecho y sintió un agradable estremecimiento recorriendo su cuerpo. No, por supuesto que no podía ser cierto. Había estado conversando con uno de sus mejores amigos, el hermano de la loca princesa de Grecia. Hace apenas un par de días, Aquiles le había expresado su deseo de hacerle una visita, pero, por supuesto, ella no lo creyó posible. Más aún tomando en cuenta que sus padres lo habían castigado por un mes completo al enterarse que le habían dado una semana de suspensión en la escuela. ¿Su crimen? Haberle gritado "¡cabrón arrogante!" a su profesor sustituto de literatura. Bueno, larga historia. Se lo tenía merecido el muy idiota.

"Samyyy, será mejor que me abras, creo que va a llover", insistió su amigo.

"Aquiles, dime que no estás bromeando", respondió tecleando con la mayor rapidez que le permitieron sus dedos.

"¿Alguien está preparando lo que creo que es pastel de chocolate o estoy en la casa equivocada?"

No esperó más. Definitivamente, estaba ahí.

Salió corriendo de su habitación, tropezó con un par de tacones en el proceso, se recompuso, aceleró por las escaleras y, por fin, llegó a la puerta principal. Cuando la abrió, la imagen de su adorado amigo le dio la bienvenida. Su nombre le quedaba como anillo al dedo. Se permitió, por unos segundos, quedar deslumbrada por su belleza: Pelo besado por el sol, profundos ojos verdes, piel bronceada a causa del surf, y una estatura y complexión que haría rabiar de envidia a cualquiera de los top models de turno.

Él le dedicó su mejor sonrisa, aquella que destinaba a las selectas personas a las que, realmente, quería con el alma. No por nada se había ganado el apodo de "señor hoyuelos", aunque aquel apelativo iba muy por detrás de "señor sexy", "señor mojabragas" y "encantador de serpientes". De nuevo, larga historia.

-¡Aquileeeees!- gritó Samantha con emoción al tiempo que se lanzaba sobre él.

El muchacho, por supuesto, la atrapó en el aire y la abrazó, dando con ella unas vueltas dignas de película de Disney. Cuando la bajó, ella se encontraba agitada y con las mejillas sonrosadas.

-Ey, enana, te compré unos Elévate Shoes. Me dijeron que te agrandarían como siete centímetros. Nada despreciable, por lo menos me llegarás al hombro- Aquiles sonreía como si, en tan solo un par de oraciones, no la hubiera insultado como lo acababa de hacer.

-¡Ooouch!- se quejó al sentir lo que ella llamaba "el puño golpeador de idiotas". -Demonios, había olvidado lo fuerte que eres.

-Y yo había olvidado lo idiota que podías llegar a ser.

-Así me quieres- le guiñó un ojo.

-A veces me pregunto por qué- expresó Samantha con pesar.-Oye, era broma-agregó al ver la mirada dolida de Aquiles.

Pero cuando la miró a los ojos y soltó una risita juguetona, ella supo que había sido engañada.

Cerró la puerta ante los ojos de Aquiles y se quedó parada con los brazos cruzados.

-Samy, ¿dejarás afuera a tu amigo? Parece que va a llover- dijo Lucas mirándola con preocupación.

Se sintió como una perra malvada.

¿Por qué tienes que ser tan bueno?, pensó.

A veces deseaba agregarle una dosis de maldad, pero cuando él la trataba tan dulcemente, pensaba que lo que hacía falta en el mundo, eran más personas como su amable e indulgente guardia real.

-Samyyyy, perdónameee- canturreó Aquiles- te traje unos deliciosos brownies especiales.

Sin poder evitarlo, abrió la puerta con rapidez. No podía culparse, su cuerpo actuó por impulso. Esos brownies eran endemoniadamente ricos. No le habría extrañado para nada que su amigo le confesara haber hecho un pacto con el mismísimo satanás para obtener tan sublime sabor.

Le quitó la caja que él tenía extendida y la sostuvo entre sus brazos. Ni pensaran que iba a compartir.

-Bueno, entra, no querrás mojar esas Louis Vuitton- expresó Samantha señalando con la cabeza las carísimas botas de Aquiles.

-Son edición limitada-respondió su amigo entrando con rapidez- Ni siquiera un príncipe como yo las consigue con facilidad.

-Deja la modestia, Aquiles. Basta con una sonrisa tuya y el mismísimo director ejecutivo te las pondría en los pies.

-¡Qué cumplido, Samy! Al parecer, debo regalarte brownies con más frecuencia- rió mientras cerraba la puerta tras de sí.

-Lucas- dijo Samantha cambiando de tema- este es Aquiles, príncipe de Grecia.

-Un placer- respondió Lucas acercándose y dedicándole su mejor sonrisa.

-Aquiles, este es Lucas, mis padres le encargaron que me cuide, pero no te preocupes. No es enemigo, es amigo.

-Así que este es el famoso Lucas- respondió el príncipe- un placer- extendió la mano y ambos se dieron un apretón amistoso mientras el guardia lo observaba con una mirada interrogante por lo que acababa de decir el niño dorado e indiscreto.

-Lucas, nosotros vamos un rato a mi habitación, no se te vaya a quemar el pastel- intervino Samantha jalando a Aquiles e incitándolo a subir las escaleras mientras le lanzaba una mirada asesina.

Cuando estuvieron en la seguridad de su cuarto, le lanzó un manotazo en el brazo.




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