Transcurrieron varias semanas desde aquel viernes en el que Edward ingresó al Club de Ciencias. Durante ese espacio de tiempo logró acoplarse de forma espléndida con sus colegas, conoció de cada uno de ellos sus personalidades, sus talentos y sus insuficiencias, sus metas y sus temores a grado tal que llegó a considerar a Thomas y sus demás compañeros de ese grupo como sus segundos hermanos.
Thomas Weiller era con quien mejor había fraternizado. Compartían una misma afición por el diseño y la fabricación de máquinas y artefactos, desde los más simples hasta los más complejos. Sin embargo, el que causó mayor sorpresa en su persona fue Geoffrey Byron quien, a pesar de su apariencia seria y su personalidad rígida, ocultaba dentro de sí a un experto en químicos y explosivos. Esa era su mayor pasión y tal vez lo único que lograba dibujar en su imperturbable rostro una amplia sonrisa y una expresión de satisfacción. Edward lo encontraba fascinante a la par de espeluznante, en especial cuando lo veía feliz como niño con juguete nuevo al mezclar sustancias para formar un perfecto cóctel que podía reducir a escombros una gruesa pared.
Con el resto de ese reducido grupo se llevaba bien, en especial con Serena House, la joven amante de la botánica y la zoología, cuya mayor meta en la vida era refutar las teorías evolutivas propuestas por los científicos de su época. Y antes de que el lector pudiese apresurarse a concluir que existiese alguna relación romántica entre esos personajes, permítanme decirles que ese argumento está por completo distanciado de la realidad como lo está la Tierra del final del Universo. Por extraño que al lector pudiera parecerle, Serena estaba por completo enamorada de Geoffrey, y en verdad que eran una pareja inseparable; con sinceridad, considero poco probable que existiese una persona carente de buen juicio que intentase conquistar a la amada de aquel que podría acabar con la vida de otros con tan sólo diez segundos y una explosión.
En cuanto a David Stephenson y Winston McCallister, esos dos jóvenes eran almas inseparables con intereses distintos pero que mantenían una estrecha relación pues, mientras que David se encontraba en pleno aplicado al estudio de los astros, Winston era amante del estudio de las leyes de la física. Edward mantenía una relación no tan estrecha con ambos, aunque solicitaba su ayuda cuando la requería.
Ahora bien, era el viernes, el vigesimonoveno día del primer mes en el año 1870. Ese día resultó ser importante para nuestro héroe, pero sobre todo para su inseparable amigo Tobias.
Sucedió entonces que, durante periodo de tiempo al que de forma previa se hizo referencia, Edward fue víctima de acoso escolar debido a que Hawthorne Hollingsworth y su grupo incondicional de admiradores se habían ensañado con el muchacho en gran medida. No resultaba extraño para Edward encontrar notas con comentarios hirientes sobre su persona adheridas a su chaqueta o que alguno de ellos aprovechase el más mínimo y breve descuido que tuviera, tomase todo el contenido de su maletín y lo ocultase al repartirlo por todo el plantel escolar, entre otras bromas de mal gusto. En más de una ocasión extraviaron sus frascos con medicamento, incluso aquellos que portaba en los bolsillos de su vestimenta, los cuales ellos extraían con tal maestría, digna del más hábil de los ladrones. En ocasiones llegaron a reemplazar su contenido con otras sustancias como sal o polvo de tiza, lo que le dejaba sin otra opción que soportar el terrible malestar que su enfermedad le provocaba hasta llegar a casa, siempre y cuando este no fuese tan fuerte como para provocarle la inconsciencia o algún otro síntoma demasiado desagradable. A pesar de tales inconvenientes provocados por quien se había adjudicado el título de adversario suyo, Edward soportó estoico todo cuanto le hizo con tal de demostrar que era mejor persona que él.
Pues bien, de regreso al mencionado viernes, Edward se encontraba en el comedor estudiantil, y se dirigía con rumbo a la mesa donde sus compañeros lo esperaban. Caminaba por un espacio que se encontraba entre las mesas del equipo de windenboll y la mesa donde estaban sentados Hawthorne y sus secuaces, quienes compartían entre ellos conversaciones bastante animadas pues se alcanzaban a escuchar estruendosas risas desde ambas mesas con frecuencia. Era de obligada necesidad para el joven atravesar por dicho pasillo si deseaba llegar a donde sus compañeros del Club se reunían para almorzar. Fue entonces cuando Hawthorne volteó a ver a Edward e hizo ciertos ademanes para captar su atención, los cuales en efecto funcionaron pues hicieron que el joven Everwood centrase su atención en él. Este, con sonrisa socarrona en el rostro, gesticuló primero con su pulgar hacia abajo y después hizo un ademán de despedida a la vez que agitaba su mano derecha. Edward no comprendió que quiso decirle el mozalbete con tan crípticos gestos, por lo que no concedió mayor importancia al asunto. Tobias, por su parte, se mostraba atento a la situación con ojo de águila a la vez que mantenía parte de su oído y atención en la conversación de su mesa.