En breve hizo su aparición el jefe Beasley en compañía de algunos gendarmes.
—Señor Beasley, que regocijo verlo por aquí —dijo Edward aliviado, pues las circunstancias comenzaban a ponerse tensas, y luego extendió su mano en saludo—. Justo ahora estábamos a punto de concluir la investigación.
—¿En verdad? ¿Tan pronto? —preguntó extrañado Baldric Beasley.
—Así es, señor Beasley. Todo parece indicar que la señora Quigly conoce la identidad del perpetrador, y nosotros la de la mente maestra detrás de todo esto —aclaró Edward.
—Fascinante. De acuerdo, señora Quigly, díganos, ¿quién es él? —preguntó.
—Su nombre es Curtis, Curtis Fox —respondió ella.
—Espera, ¿has dicho Fox? —preguntó el señor Quigly—. Ese es el apellido de Rita; Rita Fox.
—¿Y quién en toda la tierra habitada es Rita Fox? —interrogó Baldric Beasley con los humos un poco elevados.
—Supongo que la esposa de Curtis, la mujer con la que este perjuro ha decidido cometer infidelidad —recriminó la señora Quigly.
—No trates de hacerte pasar por una santa, Delia, que tu pecado no es inferior al mío —contestó su esposo.
—Antes de comenzar a tomar alguna acción, ¿podría alguien explicarme que es lo que sucede aquí? —reclamó Baldric Beasley.
—Verá, jefe Beasley —tomó Edward la palabra—, de alguna manera, bien haya sido por coincidencia o planeado de antemano por alguna retorcida mente, tanto el señor Quigly como su esposa han mantenido relaciones extramaritales con otro posible matrimonio; aunque también existe la posibilidad de que sean primos, hermanos o, incluso, padre e hija. Estos últimos son los principales sospechosos relacionados con la sustracción de la propiedad perteneciente al señor Quigly. Sin embargo, ambos podrían o no tener relación con otra persona, un familiar del señor Quigly quien, con toda probabilidad, se encuentra detrás de este crimen.
»La única manera de llegar a una conclusión favorable es buscar a dichos sospechosos e interrogarlos; entonces podremos indagar el paradero de quien urdió semejante conspiración en contra del señor Quigly.
—De acuerdo. Señor y señora Quigly, háganme el favor de proporcionarnos la dirección de esas personas. Nosotros nos haremos cargo de resolver el caso y devolver a ustedes la propiedad que les pertenece —solicitó el jefe Beasley.
—Rita Fox trabaja en la esquina de Madison y Riggs —respondió el señor Quigly.
—Ubicado de manera conveniente a varias calles de las oficinas del señor Lorry —adujo ofendida la señora Quigly—. Eso explica las noches que pasaste mientras trabajabas «horas extra».
—Señora Quigly, no es momento de ventilar sus indiscreciones. Mejor aproveche su ímpetu y aliento para decirnos donde vive Curtis Fox —sugirió Baldric Beasley.
—No tengo idea al respecto, señor Beasley. No hace mucho tiempo que lo conozco —respondió ella.
—¿Y aun así cedió a sus pretensiones de indecente naturaleza? —interrogó Baldric Beasley.
—Una tiene necesidades que deben ser satisfechas —respondió con desvergüenza y cinismo tal que hizo arder en furia al señor Quigly.
—Pecadora —reclamó este último.
—Basta ya, suficiente —exhortó Baldric Beasley—. Concentrémonos en resolver este crimen. Cuando esto concluya, les sugiero que cada uno de ustedes consulte un abogado porque, después de este suceso, dudo mucho que deseen continuar en unión; a menos, claro, que cada uno de ustedes tenga la suficiente misericordia para con el otro y se resuelvan a absolver sus errores.
—Eso ya no le compete a usted, jefe Baldric —reprochó indignado el señor Quigly.
—«Gato Negro», «Lobo», ustedes nos acompañarán. Es su caso, así que deben cerrarlo —ordenó el jefe Beasley.
—Entendido —respondió Edward.
Edward y Tobias acompañaron a Baldric Beasley y su grupo de policías en el autwagen, y se dirigieron con velocidad a la dirección proporcionada por el señor Quigly.
Durante su trayecto, Edward permaneció circunspecto y contemplativo, con la mirada enfocada en un punto vacío.
—Señor «Gato Negro», ¿sucede algo? —preguntó Tobias.