Llegó aquel domingo, el décimo cuarto día en el quinto mes del año 1871. A la hora que Edward había estipulado, luego de haber concluido con su almuerzo familiar en el que tenían por costumbre reunirse todos sus hermanos, incluidos Arthur y Beatrice con sus respectivos cónyuges e hijos, Edward se preparó para su salida de ese día.
Subió a su cuarto para tomar algunas cosas que guardó en sus bolsillos, entre ellos algunos frascos de la nueva medicina que Arthur le había recetado, y de un cajón tomó un objeto esférico de aspecto metálico, mismo que, luego de contemplarlo por unos instantes, guardó en el interior de su chaqueta. Después, se dirigió a un pequeño lugar dentro de la casa donde se guardaban algunos elementos de curación, tales como medicamentos de uso común, algodones, vendajes e incluso jeringas, de las que tomó un par de ellas.
Salió de dicho recinto y descendió por las escaleras; luego, abandonó su casa por la parte trasera y se dirigió al sitio donde se encontraban almacenados los autwagen.
—Buen día tenga usted, joven Everwood —lo saludó al tiempo que se quitaba la gorra de la cabeza un hombre cuya edad apenas superaba las veinticinco primaveras. Era este de rubio cabello, corto y muy bien peinado, y apuesto de rostro. Vestía con un traje color verde oscuro, incluidos el chaleco y la corbata, y camisa blanca. Era uno de los sirvientes que en fechas recientes se había agregado a la casa Everwood como uno de los empleados.
—Buen día, Hans —respondió Edward.
—Su padre me asignó para que lo transportara el día de hoy, joven Everwood. Tengo entendido que saldrá a pasear en compañía de algunos amigos.
—Así es.
—Estaré complacido de servirles. Acompáñeme —solicitó el joven conductor, y Edward lo siguió.
Lo condujo hasta uno de los autwagens, uno de color negro azabache y modelo compacto con espacio para tan sólo cuatro personas; aunque, con el esfuerzo y la actitud adecuada, bien podía caber uno más en el asiento trasero.
Se acomodó Edward en el asiento posterior, mientras que Hans tomó el control del vehículo y se colocó una gorra en la cabeza, además de guantes de piel sin la punta de los dedos. Edward le proporcionó la dirección de su amigo Tobias, entonces Hans puso el vehículo en marcha y partió enseguida.
Condujo hasta el hogar del joven Tyler a una velocidad que podría considerarse alta. A pesar de la prisa con la que tomaba las calles, su manera de conducir era precavida; sin embargo, eso no impidió que Edward se sintiera un poco incómodo y preocupado por su bienestar. Al llegar, Edward se levantó un poco de su asiento y presionó animoso el claxon. Al poco tiempo apareció el joven Tobias Tyler, vestido con un atuendo en color marrón, una corbata amarilla y una camisa blanca de mangas largas.
—¡Señor Edward! —lo saludó desde la entrada de su casa al salir para ver quién era el que había llamado.
Tobias ingresó de nuevo a su casa, y unos segundos después salió y se dirigió al autwagen. Hans salió del vehículo y abrió la portezuela trasera para que Tobias pudiera abordarlo.
—Gracias —expresó, y luego tomó su lugar al lado de Edward.
Hans volvió al asiento de conductor en el autwagen.
—¿A dónde lo llevo, joven Everwood? —inquirió el chofer.
—A la galería «Klingenberger», en el cruce de Lewellyn y calle segunda.
—Entendido, señor Everwood —respondió, y acto seguido puso en marcha el autwagen hacia el mencionado destino.
El trayecto duró pocos minutos debido a encontrarse las calles poco transitadas durante ese día, por lo que llegaron sin problema alguno al mencionado destino.
Ubicado en la avenida Lewellyn, la calle más importante de todo Kaptstadt que atravesaba toda la ciudad desde el este hasta el oeste, contra esquina de la calle segunda, la cual atravesaba la ciudad de norte a sur. En ese sector de la gran urbe se encontraba el ahora abierto establecimiento, y en ese preciso momento recibía una inconmensurable cantidad de visitantes.
La carencia de un buen lugar en donde colocar el autwagen obligó a Hans a dar más de una vuelta a la zona en busca de un buen lugar donde aparcar. La espera trajo sus frutos, pues un cliente que había visitado mencionado establecimiento procedió a retirarse y dejó un espacio vacío adecuado para ellos.
Con impresionante habilidad en las artes de la conducción, Hans ocupó el mencionado lugar antes de que otro conductor tuviera la oportunidad de arrebatárselo. Descendió del autwagen y abrió la portezuela trasera para que los jóvenes amigos descendieran del vehículo.
—Estaré en este lugar, pendiente de su salida —dijo Hans.
—De acuerdo. Gracias —respondió Edward.
Hans se tocó la gorra con los dedos índice y pulgar a la vez que inclinó un poco su cabeza; después regresó al autwagen y tomó de uno de sus bolsillos un libro pequeño que comenzó a leer.
Edward y Tobias se dirigieron entonces al edificio comercial. El lugar estaba abarrotado de personas que se dirigían en diversas direcciones. Su sentido de la vista fue lo primero que resultó en gran medida estimulado. Además de los clientes y visitantes reunidos bajo el techo de dicho edificio, ante ellos se postraba un arcoíris de elementos que saturaba sus ojos, como la decoración del lugar y de los diferentes puestos de ventas, los productos que se ofrecían en los aparadores, entre otras atracciones que allí mismo se ofrecían. Podía escucharse el bullicio de sus conversaciones, a los empleados que promocionaban a viva voz las ofertas que había en las tiendas a las que pertenecían, los gritos y berrinches de pequeños que imploraban por un juguete o un dulce que sus padres se objetaban en adquirir para ellos y la música de fondo que ambientaba el local transmitida a través de altoparlantes que se encontraban suspendidos del techo del centro comercial, la cual a menudo se veía opacada por la que se tocaba en la zona central de la galería por los músicos contratados para amenizar la inauguración del local. Los aromas presentes eran también intensos. Aromas a comidas recién servidas, postres y dulces que se encontraban a la venta, el suave olor de perfumes y de flores se entremezclaban con los aromas propios de las personas que conformaban la grande muchedumbre que visitaba el local.