Ahora bien, sucedió que mientras se suscitaban los hechos antes narrados, la joven Raudebaugh y el joven Hollingsworth ya habían sido trasladados hasta un recinto oculto, ubicado en un paraje alejado al sureste de la ciudad. Jeff, el más membrudo de los tres delincuentes, se encargó de llevar en brazos a Rachel, mientras que Hawthorne fue cargado por Chuck y Jeff.
—¡Eva! —comenzó a gritar el líder del trío nada más ingresó al mencionado sitio.
—¿Qué es lo que sucede? —respondió una voz femenina proveniente desde una parte alta del lugar.
Unos pasos se escucharon en la distancia, los cuales comenzaron a acercarse poco a poco hasta llegar donde se encontraban Jeff y sus compinches. Se trataba de una mujer cuyo cuerpo exhibía grandes dotes de belleza física, aunque su rostro no encajaba lo suficiente con la exuberancia de su físico. Tenía el cabello castaño, largo y un poco maltratado, y llevaba puesto un vestido de color rojo con negro.
—¿Se encuentra «El Jefe»? —averiguó Jeff con la recién llegada.
—No. Salió no hace mucho a efectuar algunos negocios con unos clientes en la parte noroeste de la ciudad.
—Es una pena. Queríamos mostrarle el jugoso botín que recolectamos este día.
—¿Te refieres a la doncella que llevas en tus brazos y al mozalbete rubicundo que tus secuaces cargan igual que un saco de patatas? Sin duda has dado en el clavo con la joven, pero no entiendo de qué te servirá el muchacho.
—Es un joven proveniente de una familia adinerada —respondió Bob, entonces pasó a mostrar la lujosa cartera que Hawthorne guardaba en su chaqueta y que ahora estaba en posesión de ellos—; seguro ofrecerán gran cantidad de dinero a cambio de su liberación.
—De acuerdo. Llévenlos a una de las habitaciones. Cuando mi «primo» regrese, ustedes recibirán su correspondiente paga por su trabajo.
—Ya escucharon, sabandijas. ¡Muévanse! —ordenó Jeff.
—Sí, señor —respondió Chuck, quien después estornudó con violencia.
Y mientras Jeff llevaba en brazos a Rachel hasta una de las habitaciones del edificio que empleaban como guarida, Bob y Chuck hicieron una pequeña pausa pues este último deseaba limpiar su nariz. Buscó su pañuelo en los bolsillos de su chaqueta, y al no encontrarlo se alarmó.
—¿Qué es lo que sucede? —preguntó Bob.
—No lo encuentro, debí perderlo en alguna parte —comentó.
—Olvida eso; límpiate con la manga de la chaqueta y camina —ordenó su compañero.
—Eso es poco higiénico, Bob —reclamó, y Bob le dedicó una mirada irónica.
Como no encontró otra opción a la mano, Chuck prefirió sorber con fuerza y continuaron su camino conforme cargaban a Hawthorne pues Jeff comenzó a apresurarlos.
—Eso es asqueroso —opinó Bob conforme continuaban su camino.
Momentos después llegaron a una de las habitaciones, y Jeff abrió la puerta para que ingresaran él y sus compañeros. Una vez dejaron los cuerpos en dicho cuarto, se marcharon y cerraron la puerta con llave.
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Edward, Tobias, Andy, el jefe Beasley y su equipo de policías llegaron hasta la estación de policía de Kaptstadt. El grupo ingresó al edificio, pero sólo Baldric, Edward, Tobias, Andy y el profesor Kallagher se dirigieron a una de las oficinas donde se encontraba un oficial, un hombrecito risueño y bajo de estatura vestido en uniforme de color azul. En dicha oficina, además de un gran escritorio de madera con una pila gigantesca de documentos encima de éste, algunos casilleros y estantes con carpetas y grandes contenedores de expedientes, se encontraba una inmensa commaskinen.
—¿Ya volvió de su investigación, jefe Beasley? —preguntó el oficial en la oficina.
—He vuelto porque necesito indagar cierta información sobre arrestos llevados a cabo en meses anteriores.
—De acuerdo, señor —dijo, y volvió su asiento hacia la máquina—. Dígame, ¿en qué fecha fueron llevados a cabo dichos arrestos?
—Domingo, décimo cuarto día del quinto mes —respondió Edward.
—¿Viene con usted? —preguntó el oficial al jefe Beasley luego de extenderse un poco hacia atrás en su asiento para ver a Edward.
—Es un colaborador. Lo necesitamos para el caso.
—¿Es el famoso «Gato Negro»? —preguntó ahora un poco asombrado.