Atrás quedó la noche para dar lugar al amanecer de un nuevo día. Eran las ocho de la mañana menos veinte minutos del lunes, el trigésimo día del décimo mes en el año de 1871, hora en la que los jóvenes en edad estudiantil se encontraban en sus respectivas instituciones educativas, y ese era el caso de dos jóvenes a quienes los unía un lazo de amistad, ambos entretenidos en una amena y graciosa conversación de un suceso del que el joven Tyler había sido testigo durante la mañana, lo que provocó en el joven Everwood un ataque de risa de considerable magnitud.
En eso se encontraban los dos mejores amigos cuando aparecieron en escena dos doncellas acompañadas de un mozo apuesto, y su llegada al instituto captó por completo la atención de muchos de los allí presentes. Se trataba de nadie más que Rachel Raudebaugh y su prima Esther Sadler en compañía de Devon Donovan.
Resultó curioso cómo con su sola presencia todo el alumnado que se encontraba en el área verde a las afueras de la institución se dirigió hacia ellos, y pronto se formó un círculo grande a su alrededor. Estos llenaron a la joven de efusivas muestras de afecto, además de expresar su regocijo debido a que se encontraba con bien y haber superado tan funesta situación. No era un misterio la razón por la que ellos obraban de esta manera, pues esa mañana había aparecido en primera plana, en todos los diarios locales y nacionales, el rescate de ambos jóvenes de las garras del grupo criminal dirigido por «El Jefe» quien, de acuerdo con la nota, se encontraba todavía prófugo de la justicia y no se habían encontrado rastro de él ni de la mujer que le acompañaba.
Además de mostrar todo su apoyo hacia la joven por haber atravesado tan oscuros apuros, el grupo de estudiantes comenzó a hacerle preguntas al respecto de lo que había vivido durante dichos momentos tan críticos. Sin embargo, dichas preguntas comenzaron a provocar un cierto grado de incomodidad en la joven debido a que resucitaban en su memoria la pesadilla a la que fue sometida, hecho que les dio a conocer para que se abstuvieran de hacerlas; favor al que accedieron.
Mientras se encontraba rodeada del grupo de estudiantes, Rachel solicitó a Devon que se acercara a ella y susurró un mensaje a su oído. Este último asintió, se apartó de su lado y se dirigió hacia donde Edward y Tobias se encontraban. Ella, por su parte, agradeció a todos sus gestos de amabilidad y muestras de cariño, se disculpó con ellos y entonces procedió a retirarse de su presencia.
—Buen día, joven Everwood —llamó Devon una vez que llegó donde éste se encontraba al tiempo que extendía su mano para saludarle, y el aludido se volvió hacia él.
—Buen día, señor Donovan —respondió Edward a su saludo—. Es algo inesperado verlo en este sitio. ¿Se le ofrece algo?
—En efecto, joven Everwood. Rachel quiere tener una conversación con usted y conmigo en privado. Ella se adelantó a dirigirse a una parte solitaria del instituto, y desea que la acompañemos allí lo más pronto que resulte posible.
—De acuerdo —expresó Tobias—. Nos veremos en el salón de clases, señor Edward —le dijo al momento que colocaba su mano sobre el hombro de su amigo.
—Bien —respondió Edward, y Tobias se retiró—. ¿A dónde debemos dirigirnos? —preguntó a Devon.
—Sígame —solicitó.
Devon y Edward se dirigieron hacia una parte ubicada a la izquierda de los edificios de salones de clase. En la lejanía alcanzaron a divisar a Rachel, quien les esperaba bajo la sombra de uno de los árboles.
—Henos aquí —anunció Devon cuando llegaron donde ella se encontraba.
—¿Qué asunto es el que quieres tratar? —preguntó Edward.
—Los he reunido en este sitio para hacerles llegar una información importante en estrecha relación con nuestra situación sentimental —dijo, y Devon de inmediato quedó intranquilo.
—¿Sucede algo malo con nuestra relación? —inquirió Devon concernido.
—En cierto sentido —aclaró ella, y Devon la observó con rostro intranquilo—. Pero no tienes nada de qué preocuparte, Devon, pues no se trata de tu persona —explicó, lo que le hizo calmar su ser un poco—. En efecto, eres un hombre con excelentes cualidades que te convierten en el mejor prospecto que cualquier dama podría soñar tener a su lado como compañero de vida. En realidad, tiene relación con el motivo por el que tú y yo nos encontramos ahora como una pareja.
—Y si se trata de su relación, ¿qué tengo que ver en ello? —inquirió Edward.