Una gran agitación inundó el ambiente y comenzó a invadir las almas de quienes se encontraban atrapados en el resto de las secciones hasta el punto de asfixiarles. Cada uno de ellos hacía el intento por comunicarse con quienes se encontraban en las otras secciones, pero las gruesas paredes de piedra reforzadas con grandes placas de metal poco favorecían a dicho propósito.
—No tiene caso desperdiciar energías en un objetivo inútil, no existe forma alguna en la que nos escuchen, muchacho —habló Quade con intención de tranquilizar a un alterado Tobias, quien se desgastaba al gritar el nombre de su amigo y golpeaba las paredes con la esperanza de ser escuchado—. Lo mejor será salir de este sitio y buscar a nuestros compañeros —sugirió.
—No me regocija decirlo, señor Quade, pero tiene usted razón —suspiró Tobias exhausto. Acto seguido, procedieron los dos a tomar la salida de su sección.
Mientras tanto, en el sitio en el que se encontraban recluidos, una desconsolada Rachel que permanecía de rodillas sobre el suelo se lamentaba por las trágicas circunstancias en las que ahora se encontraban.
Rott pasó su mano por su cabello, luego colocó su otra mano en el hombro de la joven y habló con voz suave:
—No quiero sonar como una persona insensible, señorita Raudebaugh, pero opino que deberíamos continuar nuestro camino y buscar una salida en lugar de seguir aquí a compadecernos.
—Tiene razón, señor Rott —habló la joven con voz seria, y pasó a ponerse de pie con la ayuda de su acompañante, para entonces dejar el lugar donde se encontraban.
Por su parte, en el momento en que las paredes dejaron de moverse y la agitación cesó, el profesor Kallagher soltó un suspiro breve con sus ojos cerrados, se volvió sobre sus talones y comenzó a caminar.
—Yo me retiro —señaló con toda tranquilidad, y pasó a dejar su sección mientras Deacon le observaba lleno de sorpresa. El sujeto se encogió de hombros, ajustó sus gafas y pasó a acompañarle en su decisión.
Ahora bien, tres de los grupos ya había salido de sus respectivos sectores, pero Edward todavía permanecía en el lugar donde había sido atrapado. Frente a él se encontraba una entidad que sólo podía ser descrita como un ser humano artificial. Medía cerca de dos metros de alto, su cuerpo era de aspecto delgado y de tórax amplio que permitía ver su maquinaria en funcionamiento, además de una batería Blyght que alimentaba su complejo mecanismo justo en el sitio donde se encuentra el corazón en un cuerpo humano, y placas metálicas recubrían por completo su cuerpo. Su cabeza estaba fabricada por entero de metal y tenía la forma de un ovoide con el extremo más angosto orientado hacia abajo, mismo del que sólo resaltaban un par de ojos redondos de color verde que resplandecían con tenue luz.
El hombre mecánico mantuvo su mano extendida hacia Edward, con sus dedos largos y delgados como las patas de una araña. El joven Everwood, por su parte, se mostraba vacilante ante la oferta que la entidad le había extendido. ¿Qué era esa cosa, y por qué le solicitaba que le siguiera? ¿Era de confianza? ¿Lo dirigía hacia una trampa mortal? Dudas como estas invadían su agotada mente llena de pesadumbre, pero no iba a descubrir las respuestas si permanecía sentado sobre el suelo en el medio de aquel laberinto, ni mucho menos lograría escapar de su encierro si no comenzaba a ponerse en movimiento.
Después de un tiempo de indecisión, Edward entonces accedió a la petición de aquél ser artificial y tomó su mano para ponerse en pie.
—Gracias —expresó.
—Un placer —dijo la máquina—. Sígame, por favor —indicó otra vez y comenzó a caminar para salir del rincón donde se encontraba recluido mientras Edward le seguía muy de cerca.
—¿Hacia dónde nos dirigimos? —inquirió Edward.
—En su momento lo sabrá. Sígame, por favor —reiteró el hombre mecánico para sorpresa de Edward, quien sintió un poco menos de confianza ante la situación en la que se encontraba.
—¿Quién te envía? —interrogó con impaciencia.
—En su momento recibirá las respuestas a sus preguntas. Sígame, por favor —repitió el hombre de metal, comportamiento que comenzaba a irritar al muchacho. Su malestar no hacía más llevadera su situación, por lo que resultaba comprensible percibir ansiedad en su rostro.
En el momento en que puso un pie fuera del sitio donde había quedado atrapado, Edward se percató de que el laberinto que antes atravesó había sufrido una transformación radical, pues los muros cambiaron su posición. Nuevos corredores se abrieron paso, y aquellos que había recorrido antes ya no existían más.