Pasados los días en medio de la ciudad una chica de vestido negro y esencia pesada dibujaba un boceto con extraños trazos que apenas se distinguían. Ed mirada algo pero sus prendas tornadas oscuras por tanta agonía detenían su claridad —podría ser la muerte— pensó —aunque no podría tener un rostro tan cierto y perfecto— concluyó segundos más tarde. Con mucho cuidado se le acercó, ella permanecía quieta sin mover un solo músculo parecía una rosa marchita.
Rodó una lágrima por su mejilla, Edward al notarla se preguntaba cuánto tiempo llevaba guardada esa pieza de dolor, cuánto había soportado.
El mundo se detuvo mientras la lágrima caía, no tocó su cuerpo débil pero transitó con su mirada.
Pasaba por su cuello y extendió sus manos hacia su piel y le alcanzó en un instante, aunque no le tocó, duró más de lo que debería durar. Llegó a su cintura y nuevamente extendió sus brazos esta vez a lo mejor quería abrazarle pero no lo consiguió. Continuó su trayecto hasta caer y no le quitó la vista ni un segundo ni temía de ella. Al llegar al suelo duro algo muy inesperado sucedió, la lágrima dejó de verla y sutilmente dirigió su mirada hacia él. Se vieron mutuamente hasta que desapareció.
Pasos muy pequeños y lentos comenzó a dar esa chica frente a un frío que se desataba con furia y no le dejaba —su piel eriza lo hacía ver—. Siguió sus pasos muy de cerca, pasos que no se sostenían por si solos, trató de alcanzarle y cuando consiguió hacerlo casi no tenía más fuerzas y de rodillas cayó al suelo.
Edward se asustó mucho y corrió a ella
— ¿Estás bien?— le preguntó, ella no le dijo nada solo asintió que lo estaba.
Tomó suavemente su mano y la levantó para llevarla a una banca que se encontraba a unos metros de ellos, le ayudó a sentarse y los primeros segundos solo le observó, ¿qué podía decir?
—Está haciendo un poco de viento ¿cierto?— dijo ella mientras se rompía el hielo, o habrá sido su alma, quién sabe. Tenía una manera de ser y de expresarse muy linda y era difícil creer que hace un momento no podía siquiera sentir su esencia o mantener sus pasos.
Media hora pasó en lo que hablaron hasta que con una dulce voz dijo que se tenía que ir. Sin decir nada más se paró y comenzó a caminar con más seguridad.
Ed le preguntó si se volverían a ver, ella dijo que no sabía pero que a lo mejor se volvían a cruzar y hasta que dejó de verse consiguió irse él.
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Después de dos días —caminando a casa— Edward se percató en seguida que delante suyo iba la mujer que apenas podía caminar la vez pasada, llevaba un suéter amarillo que le llegaba debajo de la cintura y combinaba muy bien con su piel de porcelana, un pantalón negro que se ajustaba a su silueta y con unas botas del mismo color que le hacían juego muy bien —ya no andaba aquel vestido negro—. Tocó su hombro y al voltear le saludó.
—Hola, ¿me recuerdas?
Su mirada estaba un poco opaca aun pero cuando vio a Ed, con su calidez característica de ella mostró un poco de asombro y gusto
—hola, sí te recuerdo ¿qué tal?— dijo junto a una sonrisa, no le dejó contestar cuando de pronto siguió diciendo —ves que a lo mejor nos encontraríamos—
—tienes razón nos volvimos a encontrar— le respondió, siguieron caminando y se encontraron con un sitio impecable para tomar un poco de café y ambos eran amantes de tan esencial y necesario café, ella le preguntó si quería pasar a tomar algo y así lo hicieron.
El establecimiento era muy atractivo, con espacios cómodos para leerse un libro y dejar la trágica brisa del ayer, tenía música leve y tranquilizante lo justo para que una conversación se perdiera en el tiempo, la gente entraba y salía de aquel sitio y ellos solo permanecían, se hacía la noche y todo pasaba menos ese lugar donde habían decidido charlar.
Se llegó la dichosa noche y tenían que marcharse, pidieron la cuenta y rápidamente él sacó su cartera y pagó, ella con un poco de pena le dijo que pagaría
—La próxima tú pagas— le dijo mientras le sonreía con la esencia que Ed tenía. Ella con pena guardó su cartera y le dijo que estaba bien.
Caminaron unos siete minutos contados y tomaron caminos diferentes, ella se despidió con un adiós mientras sonreía.
—Bye, que tengas bonita noche— respondió suavizado por aquella grata sinfonía de su voz.
Se detuvo, le veía y se percató que la zona más verde atravesó sus latidos y con la canción de sus cabellos escondió sus males. Las noches amargas en las que los minutos se hacían kilómetros sin sentido, los tonos hambrientos gritando dejaron de escucharse.
Delirios que apretaban dejaron de ser cuando ella hablaba pero... quién era ella que aun estando marchita secaba sus lágrimas y apagaba el bullicio.