Edward Stephan

Capítulo 17. El amor viene para quedarse

El camino era largo pero no tenían duda que valdría totalmente la pena, lo sentían.

La brisa tocaba su porcelana piel, sus ojos cerrados que intentaban descansar susurraban querer algo. La suave música provocó en Amber un poco de sueño y la cálida caricia del viento no ayudaba mucho para soportar no dormirse. Derrotada por el sueño comenzó el mundo a girar a su alrededor, Ed le miraba con tanto entusiasmo que se derretía.

Las horas de viaje se acabaron sin hacer ruido, mismas en las que Amber permaneció dormida.

—lo siento, te dejé solo.

—no te preocupes hiciste bien en descansar.

—suerte que pusimos Google Map si no como te daba direcciones.

—muy cierto. Nos hubiéramos perdido— dijo riendo

—es por allí.

Se acercó al volante y sonó el claxon para que sus abuelos salieran y sirvió. Ambos salieron y desde dentro del auto les saludó. Salió abriendo la puerta y al llegar a ellos les abrazó.

—les dije que vendría pronto y así lo he hecho.

—nos alegra verte— respondió su abuela

—a mí también me da gusto abue, me hacían mucha falta. Por cierto, quiero presentarles alguien.

—ya me imagino quién ese alguien— dijo su abuelo

Ed cerrando bien la puerta se acercó a ellos saludando muy amable.

—abuelos él es Edward. Edward ellos son mis abuelos.

—es un gusto poder conocerlos.

—el gusto es nuestro Edward— dijeron

Los abuelos de Amber estaban arreglados y les preguntó para dónde iban. Les esperaba un dulce y hermoso atardecer y tenían una cita a la que no podían faltar. Irían al mirador como siempre lo hacían pero esta vez lo hicieron con los mejores atuendos celebrando un año más juntos. Llevaban cincuenta y seis años casados más uno.

— ¿quieren ir con nosotros? — preguntaron

—pensábamos ir también. Claro que queremos.

Entraron las cosas que traían consigo y cerrando la puerta comenzaron a caminar. Faltaba un poco para poder vivir el atardecer que había estado esperando por ellos toda su vida. Delante de Amber y Edward estaban esos dos destellos que permanecían juntos desde el primer momento y seguramente hasta la eternidad.

—se ven muy lindos— dijo él

—sí. Son una pareja hermosa. Han vivido tanto que sus corazones son uno.

Más de cincuenta años amándose uno al otro y pareciera que estaban comenzando a amarse. La misma emoción que los trazó en aquel entonces seguía con su mayor fuerza. Reían sin miedo a la muerte y se abrazaban como si el tiempo no existiera.

No había duda que tanto Edward como Amber aprendían. Sus corazones al ver todos los detalles románticos de ambos hacían que se emocionara. Corazones que se deseaban tanto que Neptuno y la galaxia Andrómeda escuchaba. Los años luz sabían lo que ellos necesitaban y rezaban para que ocurriera. No podían imaginarse la idea o el momento donde no pudieran amarse.

El sonido de las olas pronunciaba la cercanía. Sus pasos se hacían nada y no tardaron mucho para llegar a aquel cálido y luminoso lugar donde los ojos tocaban el mar, el cielo y el amor.

La despedida del sol acababa de comenzar, Amber y Ed llegaron después y pudieron ver cómo los años ya no eran nada si sus vidas se juntaban.

Se quedaron un poco atrás para no molestarles y mientras miraban esa increíble escena Amber le abrazó sin previo aviso dejado su vista sobre aquellos colores y su alma bajo el amparo de la persona que había llegado a cambiar los días lluviosos. Ninguno decía nada solo se escuchaban en el silencio rotundo.

—Ver esto no tiene precio— exclamó Ed

—de verdad que no. Es muy bonito ver a mis abuelos como si comenzaran a enamorarse. Despiden en mí muchos sentimientos.

—han sido muy fuertes al luchar hasta estar aquí tan a la intemperie y disfrutar de estas pinturas tan amenas.

La tarde llegó a su cauce y con un te veré pronto se marchó. La eternidad que se había hecho presente se marchaba con ansias del mañana, había probado del amor y quería más. Fue de las noches más estrelladas de sus vidas y no faltaba nada con una luna llena iluminando toda la noche. Su luz pegaba muy bien en el rostro de ella haciéndole relucir más.

—te ha gustado el lugar Edward— preguntó su abuelo

—he quedado impactado con tantas cosas bellas que ofrece.

Amber alcanzó a su abuela que iba un poco adelante y les dejó.

—Creo que el mundo está dándonos la señal de que es hora. Hora de amar— Edward no dijo nada — ¿quieres a mi nieta? — preguntó —el día que le di la pulsera le dije que se la diera a la persona que más quisiera y te la dio a ti—

Escuchando las sabias palabras vio su mano y la pulsera.

—la vida no espera y si no das y dices todo... luego podría ser tarde. Si de verdad la quieres no esperes, intenta.

Hablaron todo el camino hasta llegar a casa y no cabía ninguna duda en su cabeza después de lo que le había dicho.

—Cuando tengas la oportunidad bésala sin remedio— fueron las últimas palabras que le regaló esa noche. Comieron e intentaron dormir un poco, no podían regresar porque era un viaje agotador y necesitaban recuperarse.

—Amber, ¿por qué no llevas a ver a Edward el amanecer? — dijo su abuelo antes de que se fueran a dormir

—lo llevaré abue. Creo que si vio el atardecer también debe llevarse los colores de la mañana.

—muy de acuerdo con eso— contestó viendo a Ed como si le estuviera diciendo algo.

Todos fueron a dormir.

—nos iremos a las cinco y veinte así que duerme un poco.



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En el texto hay: romance, valentia, amor dolor

Editado: 12.09.2020

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