Los abuelos de Amber —enterados de todo— le pidieron que fuera a visitarles y pasar un tiempo con ellos, deshacerse un poco de la ciudad era lo que necesitaba y no era una mala idea así que decidió ir.
Esta vez viajaba sola, el asiento de la par permaneció vacío. Un viaje largo y solitario.
Le esperaban con muchas sorpresas que nunca se imaginó. El apoyo que le mostraban destrozaba cualquier cosa que hiciera hacerle daño. La recibieron con un cálido abrazo, le tenían comida, y muchos detalles que si bien parecían simples eran lo mejor.
Una noche se quedó un rato en aquel mirador con unas palabras que resonaban. —ven luna y sálvame—
Le escuchó y vino incluso acompañada de sus estrellas más relucientes y le dijeron que ya lo habían hecho.
Su abuelo decidió ir a buscarle, sabía dónde la encontraría. No estaba perdida estaba viajando por cuerdas sublimes. Al verla supo que su cuerpo estaba tratando de liberarse, tratando de volar.
Se acercó a ella sin decir nada hasta que se colocó a su lado.
—lo golpes que da la vida a veces no son entendibles y nos tragan, otras... se sumergen inventando glorietas o pasillos para poder continuar.
Amber le miró
—Vamos, a que la arena nos moje y los besos se encuentren le dije una vez a tu abuela cierta ocasión y ese preciso día se pone grave y tuvimos que ir de urgencia al hospital. No pude comprender la terrible incongruencia de un mundo que tornaba sus peores colores a nosotros, hasta que me di cuenta que pasar eso nos unió para toda la vida y todo mejoró porque luchamos ante la adversidad y valió la pena. A veces no entendemos la realidad de las cosas Amber y será difícil sin duda alguna pero si dejamos las cosas bajo la buena vibra de un corazón dispuesto a aprender todo será diferente. Sé que estás siendo fuerte pero también sé que lo extrañas. Dio todo para que vivieras... haz que valga la pena y vive
—abuelo... que preciadas palabras. ¿Podemos ir a la orilla del mar?
—ya es noche pero esta vez lo acepto solo porque quiero mojarme con la arena.
Se dirigieron con pasos lentos y callados a aquella playa que esparcía toda clase de sensación.
Desde el primer segundo en tocar la arena sintieron su abrigo, paseaban sutilmente cada grano que habitada. Las olas se escuchaban golpeando con suavidad, su sonido era de lo más gratificante de esa noche, era un ruido dulce.
Pasaron un rato allí hasta que tomaron a bien regresar porque ya era un poco tarde y diciéndole adiós comenzaron a alejarse hasta por fin llegar nuevamente a casa.
Hablar con su abuelo había hecho sentirse mejor a Amber y le dio ideas más amplias y claras.
Esa noche no pasó mucho solo el sueño descomunal que no paraba de insistir en la frase: "ve a dormir"
Las mañanas en ese pueblo siempre eran hermosas, sus matices y su asombro dejaban tranquilidad que definitivamente iban a serle bien a ella, abría su ventana para dejarle entrar y que le devolviera un poco el color pero aun en eso con prisa la sombra se llevaba la mañana frente a la vertiente.
Pasó pensando tantas cosas que ya no se podía pensar más.
Salió de compras para suplir las necesidades de la casa sobre la tarde de ese noviembre tan incomprendido, algo había de especial en el. Se enternecía frente a un viento vasto lleno de paz, de esos que te quiebran o te salvan.
El sol extrañamente estaba purificado, siluetas que adornaban con su esplendor y los colores trazaban encarecidamente alguna sintonía. Rayos que menguaban los episodios más dulces y amargos.
—Amber, ¿qué pasa contigo?— se preguntó ilusionada con los destellos de la despedida de aquella estrella que vino a iluminar el mundo.
Sentía una fuerza involuntaria dentro de sí, ¿habrá sido Edward?
Dejándose llevar mendigó sobre los recuerdos que permanecían intactos, la brisa los volteaba un poco a la nostalgia pero su alma lo necesitaba.
Era fuerte pero no era fácil. La persona por la que en las mañanas sonreía ya no estaba, la persona que al abrazarla despejaba los suburbios, los cometas, la misma oscuridad que tan temible era. Un beso faltaba para robarle el aliento y perder el tiempo.
En su propia carne se iba la luz que hablaba de Dios, quería descansar para mañana volver, esa era la fe del sol, que aunque no existiera el mañana estaría.
Se detuvo junto a la bolsa que sostenía para poder hablar con Ed, algo pensaba decirle, ¿podría hacerlo?
Apretando fuerte su mano volteó a ver el escenario que había sido cómplice de su beso y decidida fue a el. Una fuerza recorría todo su ser provocando una sutil explosión gigantesca que se llenaba de inmortalidad. No pronunciaba ni una sola palabra hasta que logró llegar.
—hola, Ed... hoy te vi dentro de mí y me estremeció con toda la fuerza que jamás podría soportar, tanto era que el cielo me miraba con nostalgia mientras se perdía entre aquellas colinas enormes que cubrían un poco el horizonte. No entendía por qué la noche se acercaba a mí hasta que me dejó a oscuras.
Te miré y sonreí para no darle gusto al maldito infierno de que se riera de mi por ya no tenerte, te sostuve en mi mirada sin vacilar y me topé con que ya no estabas. El viento me pedía que no llorara, pero Ed, no podía. Y desde que calló la primera siguió una segunda, caían sin remedio por mis mejillas desgastadas por ellas mismas.
No estás y te veo, reluciente y perfecto, con manchas y heridas... pero estás y aunque no entiendo a la razón me refugio en que me consolará.
Mi vida parecía un charco sin destino ni utilidad y cuando estaba por morir me miraste con tu dulce mirada y volví a la vida. Me sostuviste en mi soledad, en mi dolor y te sentaste a mi lado preguntando qué tenía. Mi corazón abatido estaba a punto de suicidarse y le dijiste que no lo hiciera. Si no hubieras llegado me consumía entre la niebla, entre cenizas.