Este mamífero sudamericano similar al jabalí tuvo una historia similar a la del celacanto, pues no se tenía registro que no fuese en fósiles sino hasta 1970. De hecho, fue apenas descubierto en 1930, gracias a las investigaciones del naturalista Carlos Rusconi, quien describiría sus fósiles en su trabajo: Las especies fósiles argentinas de pecaríes (Tayassuidae) y sus relaciones con las de Brasil y Norteamérica. Fue gracias al zoólogo Ralph Wetzel que se dio a conocer de su existencia como una especie que aún vive a nivel mundial, gracias a un artículo publicado en la revista Science titulado: Catagonus, an “extinct” peccary, alive in Paraguay (Catagonus, un pecarí “extinto”, vivo en Paraguay).
El taguá vive en pequeños clanes entre los arbustos densos del Gran Chaco en Sudamérica y parece un cruce entre un cerdo esbelto y un erizo gigante. Conocido también como el pecarí del Chaco (Catagonus wagneri), el animal ha creado una vida precaria en las llanuras secas y bosques que conforman su ecosistema con el mismo nombre en Bolivia, Argentina y Paraguay.
Pero en un lugar donde la vida ya es difícil, la desintegración de sus alrededores ha hecho aún más difícil la supervivencia. Científicos, conservacionistas y gobiernos luchan por salvar al Chaco y con él a esta inusual especie emblemática, la cual disminuye rápidamente.
«Es raro encontrar un animal tan grande que solamente se encuentre en una región en específico», dijo Dan Brooks, curador de zoología de vertebrados del Museo de Ciencias Naturales de Houston, quien comenzó a estudiar animales en el Chaco hace casi 30 años. El taguá, catalogado como «En Peligro» por la UICN, es uno de los muchos animales endémicos de esta región.
Ligeramente más pequeño que Egipto, con 100 millones de hectáreas según la WWF, el Chaco es a menudo eclipsado por su vecino más húmedo y más densamente boscoso, la Amazonía. Pero sus encantos no pasan desapercibidos por los científicos.
«Me enamoré inmediatamente del lugar», dijo Mariana Altrichter, bióloga de conservación del Colegio de Prescott y presidenta del Grupo de Especialistas en Pecaríes de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. «Eso es algo difícil de entender, porque si estás allí, muy pronto te das cuenta que es muy difícil vivir allí».
Originaria de Argentina, ella estudió los efectos de la caza en el taguá y sus primos el pecarí de collar (Pecari tajacu) y del pecarí barbiblanco (Tayassu pecari) a principios del 2000 en una parte del Chaco argentino con un nombre poco acogedor: ‘Impenetrable’.
«Es un lugar muy inhóspito. No hay agua. Hace mucho calor. El bosque es denso y espinoso y todo es hostil para los seres humanos», dijo Altrichter en una entrevista con Mongabay. “Y, sin embargo, es hermoso”.
Diversos paisajes caracterizan al Chaco, representado aquí en Paraguay, desde pastizales hasta bosques secos.
Altrichter está a la vanguardia de un movimiento multinacional para salvar al taguá de la amenaza de pérdida de hábitat. Los tres países que integran el Chaco están luchando para encontrar la mejor manera de desarrollar sus economías y al mismo tiempo proteger sus recursos naturales.
Altrichter está trabajando con otros ecólogos, incluido Brooks, así como con agricultores, gobiernos y comunidades locales, para evitar que el taguá y su ecosistema desaparezcan. A partir de un taller realizado a principios del 2016, el grupo publicó en octubre un plan para salvar la especie.
Mientras que el foco de atención en la Amazonía ha traído la pérdida de bosque, las tasas de destrucción también han estado en una trayectoria ascendente en los últimos 15 años en el Gran Chaco.
«[El Gran Chaco] es probablemente la ecorregión que desaparece más rápidamente en la Tierra», dijo Anthony Giordano, biólogo de conservación y fundador y director ejecutivo de SPECIES (Sociedad para la Preservación de Carnívoros Amenazados y su Estudio Ecológico Internacional).
Un retorno temprano
Curiosamente, la extinción no sería algo desconocido para el taguá, ya que de cierto modo es una especie Lázaro. Hasta la década de 1970, los científicos solo lo conocían a partir de restos fosilizados. Después, un equipo de biólogos confirmó rumores locales de la existencia de una tercera especie de pecarí en el Chaco paraguayo, publicando su «descubrimiento» en la revista Science en 1975.