Efímero

Capítulo 7

Capítulo 7 | Consumiéndome

Entro a la casa sin apenas hacer ruido, aunque mi madre me intercepta en cuanto me ve cruzar por la puerta del salón.

-Al fin- murmura y me abraza con fuerza, oprimiéndome contra su pecho.

-No ha pasado nada, mamá- miento sin mirarle a los ojos- Ahora quiero dormir.

Ella besa mi mejilla y me dirijo a la cama.

Sé que hoy no voy a poder dormir.

Y probablemente Matt tampoco.

Una mano helada tomándome la pulsación hace que me sobresalte de inmediato. Es Kendra, la cual me dice en un gesto dulce que no debo de acelerarme.

-¿Qué haces aquí?- pregunto un poco aturdida restregándome los ojos con la mano que tengo libre.

-Tu madre me llamó preocupada- contesta dejando mi mano sobre la cama y alzo la mirada, viendo a mi madre apoyada en el marco de la puerta.

-Tienes muy mal color, cariño- contesta mi madre con gesto preocupado.

-¿Puedes traerle un vaso de agua a Elizabeth?- pregunta Kendra dirigiéndose a mi madre. Ella asiente con la cabeza y sale de la habitación- Ayer te pasó algo, ¿cierto?

Suspiro profundamente y sé que eso ha bastado para que Kendra comprenda que sí.

-Me siento muy cansada- murmuro recostándome en la cama.

Kendra frunce el ceño con tristeza y veo como sus ojos comienzan a enturbiarse por las lágrimas.

-Es normal, cariño- dice intentando disimularlas pero terminan por escapar.

-Me queda muy poco ya, ¿verdad?- susurro sin contener las lágrimas.

Lágrimas de decepción.

Nunca antes había querido vivir, y la idea de tener que hacerlo de esta manera hasta que tuviera 70 años me torturaba. Y ahora que mi cuerpo estaba lleno de ganas, mi hora está cerca.

Es... triste. Mi vida ha sido siempre triste, y nadie me dijo que mi muerte fuera a ser lo contrario.

Kendra se marcha al poco rato y yo me quedo a solas en mi habitación, escuchando de fondo mi móvil sonando con el nombre de Matt en la pantalla.

No, tú no te mereces eso.

No tienes que llorar una muerte que no te pertenece.

Nunca tuve que aceptarle un hola a alguien que poco después tendría que darle mi adiós.

Y no me duele el saber que voy a morir.

Duele hasta destrozarme la idea de lo que dejo en esta vida, sin apenas haber podido vivirla.

Todos estos pensamientos desembocan en la idea de que no quiero vivir más, no me quiero enamorar más de la vida, no más de Matt. Mis últimos días quiero pasarlos sola, sin nadie a mi alrededor, para que todos se acostumbren a una vida sin mí.

Para que Matt asimile que ya me he despedido de él.

El móvil vuelve a sonar pero ésta vez para avisarme de que tengo un mensaje. Lo agarro y lo leo, aclarando mis sospechas de que fuera de Matt.

Matt.

Te quiero, y no voy a permitir que te alejes de mí antes de tiempo.

Grito de rabia, de odio. Tiro mi móvil hacia la pared y acaba hecho pedazos. Pompidou llora del miedo. Mi madre abre la puerta violentamente, para encontrarme tumbada en la cama desarmándola con ira.

-¡Quiero morirme ya!- balbuceo por culpa de las lágrimas.

-¡Elizabeth, por favor!- grita mi madre intentando detener mi ira- ¡Cariño, por favor!

Me derrumbo del todo y mi madre me abraza con fuerza, acariciándome el pelo.

-No quiero hacer sufrir a nadie más- sollozo y me da igual que esto empeore mi salud.

-Por favor- suplica entre lágrimas mi madre.

-Morirme ya es la mejor solución mamá- me separo de ella y tapo mi cara con las manos- Sé que para vosotros ya no soy vuestra hija, solo un montón de problemas- grito histérica.

Mi madre no se merece esto.

Pero yo tampoco.

En ese momento comienzo a respirar con dificultad, y mi madre se abalanza hacia mí para que me tumbe en la cama destrozada y me relaje.

Unas punzadas inundan mi corazón de dolor.

Dolor, lo único que he sabido experimentar en mi vida a parte de la tristeza y la soledad.

Y es que no hay un corazón más desgraciado que uno que nunca ha sabido que es el amor.

Y yo había conocido antes el desamor que el amor.

-Esto no te hace bien- murmura mi madre con dolor una vez que me encuentro parada en la cama.

-Nada me hace bien- musito sin parpadear.

Como rutinario en mi vida, paso toda la tarde empastillada. Nunca antes estos pinchazos me habían dolido.

La tenue luz de la luna se cuelan por las cortinas, y yo sigo tumbada en mi cama, es así la única manera en la que puedo estar bien.

Nunca me imaginé lo doloroso que iba a ser esta despedida, larga y agónica despedida.

-¡Elizabeth!- grita mi madre entrando atropelladamente en mi habitación- Asómate a la ventana, ¡ven!- dice y abre las cortinas y me coge delicadamente del brazo para llevarme ahí.

Abro los ojos como platos cuando descubro que Matt está postrado en la carretera con un enorme ramo de rosas.

-¡Te quiero Elizabeth, y no voy a alejarme de ti!- grita con desesperación acompañado de una brillante sonrisa al verme.

Y nunca nadie me había alumbrado el camino de la penumbra como me guiaba Matt a través de su sonrisa.




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